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Quería ser feliz, nada más. Llamé a mi hermana Cecilia llorando. Le
conté que me sentía muy mal, y le roge que me ayudara. Precisamente en esos
momentos, la vecina del piso de arriba se había ido y lo iba a alquilar. Me
dijo que me fuera unos días, que no necesitaba nada, por que ella ganaba muy
bien y me daría de comer, pero que si encontraba trabajo, que mejor. Mira por
donde, mi hermana Nieves, la más chica de las seis, se pone muy malita y la
operan urgentemente de una úlcera que le había salido en el estómago. Tenía que
estar en casa, ya que entre todos teníamos que turnarnos por las noches.
Gracias a Dios que salió airosa y se puso buena enseguida, pero tuve que
aplazar el viaje. De todos modos, estaba contenta y tenía una ilusión muy
grande de irme a Barcelona. De repente me dio por pensar que, una vez allí, me
dedicaría a buscar a mi amiga Julia. Desde su última carta, no volví a saber
nada de ella, pero me sabía la dirección de memoria. Nunca la había olvidado.
También pensé que me encantaría ver a Jaime, ¿cómo estará? ¿Habrá cambiado
mucho? Empecé a imaginármelo y no me
acordaba de su cara. Se me había borrado su semblante por completo. Habían
pasado diez años, y no sé cómo había podido olvidar su rostro. A lo mejor a él
también le ocurriría lo mismo. Apenas pude dormir en toda la noche de la
emoción. Cuando le dieron el alta a Nieves, llamé a Cecilia para decirle que de
aquí a una semana me iba para allá. Me iría en autocar por que costaba casi la
mitad, aunque tardara una eternidad, además de la incomodidad.
Empezaba el mes de abril, y como dice el refrán, aguas mil, mi corazón
empezó a latir y antes de lo que esperaba, se presentó la ocasión idónea para
mí. Llamaron a la puerta, y mira por dónde era el francés que había venido
conduciendo desde París hasta aquí. Vi el cielo abierto. Adam se presentó en
casa con un brazo vendado. Nos contó que él mismo se había lesionado con una
navaja para conseguir la baja médica, ya que su jefe no le daba permiso, cosa
que me impresionó muchísimo, tanto que cuando me dijo que quería casarse
conmigo, me quedé patidifusa. Claro que yo aún no me había separado formalmente
de Rafael, pero tampoco me importó demasiado, ya que me daba igual casarme por
la iglesia que juntarme, además estaba pasando por los peores momentos de mi
vida, o al menos así me lo parecía a mí, pues según voy relatando, ahora me doy
cuenta de que he pasado ya muchos, y casi todos por culpa del amor. Debe ser
que nunca aprendí…
Adam quería conocer a toda mi familia, pero sobre todo saber si estaba
conforme en casarme con él, por que tendría que arreglar todo el papeleo. Tenía
una semana de permiso, pero que después volvería para casarnos. Mis padres al
principio dudaron un poco, pues siempre tuvieron la esperanza de que volviera
con mi marido, Rafael, de nuevo, sobre todo mi padre. Yo me reafirmé en mi
postura de que jamás de los jamases se me ocurriría tal cosa, así que cedieron,
además, vieron el cielo abierto, al fin iba a sentar cabeza, según ellos, yo
era una locuela y nunca volvería a tener otra oportunidad tan buena en la vida.
En esa época, una mujer pasado los treinta, se consideraba una solterona, y
seguro, seguro que me quedaría para vestir santos, sobre todo que ya había
tenido un fracaso matrimonial. Pensé que sería como una válvula de escape para
mí. De todos modos, como Adam quería casarse conmigo, y no juntarse, al final
nos enteramos que yo era viuda de verdad, así que ya nada me ataba a Rafael. De
ese modo se me ocurrió irme a Barcelona en coche con él, ya que para volver a
su país, tenía que pasar por allí. De esa forma fue como llegué a Barcelona.
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