sábado, 25 de mayo de 2013

A TRAVÉS DE TI.- CASAMIENTO.- Capítulo Diecisiete.- Tercera Parte.-




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A la mañana siguiente me levanté algo mareada. Me miré al espejo. Apenas podía reconocerme. Toda mi cara marcada. Moratones por todas partes. Parecía un mapa. Una pelota inflada a medias. Los labios abultados y por una de las comisuras, todavía sangre reseca. Mis ojos como dos globitos hinchados. El derecho ni siquiera lo podía abrir. Eran dos líneas pequeñas. Las lágrimas afluyeron a mi rostro de tal manera que no las podía detener. Me senté en el inodoro y estuve llorando horas y horas. Sentí tanta lástima de mí, que me quedé toda la santa mañana pensando en lo desgraciada que era. Además ¿dónde iba a ir con esa cara? Las vecinas se darían cuenta enseguida de que mi marido me pegaba, y se liarían a chismorrear de lo lindo, y yo la verdad no le quería dar ese gusto, así que estuve pensando de qué manera podía pasar desapercibida. Menos mal que no tenía que soportar la mirada de Rafael, ni sus asquerosas manos sobre mi cuerpo, ni su apestoso aliento. Así que después de dos días sin asomarme siquiera a la terraza lavadero a tender la ropa, ya que la vecinita de al lado estaba al loro, ¡anda… otra expresión nueva! Seguro que algún aliento de hoy en día se ha cruzado con el mío…
Al cabo de una semana empecé a encontrarme mejor, o sea, la hinchazón bajó, los moratones se enverdecieron un poco y con la polvera cubrí todo lo que se podía camuflar, de tal manera, que entre las gafotas oscuras y el pañuelo en la cabeza, disimulaba  y cuando regresó el pelmazo, por que a esta altura de la poca vida que me queda, digo todo lo que mi pobre aliento quiera, tenía la cara como nueva. En cambio la convivencia entre mi marido y yo, cada vez peor. No tenía arreglo. Todo lo que Rafael me había prometido antes de irse no duró ni una semana…Todas las noches me acostaba asustada esperando su llegada. Hubo un momento en que ya no pude aguantar más, y una de las múltiples veces que me quería violar, me lancé berreando como una fiera hacia él con los ojos cerrados y empecé a golpearle en el pecho y a arañarle la cara. ¡Lo hinché a patadas! Era como una fiera acorralada. A partir de ahí, empezó a guardarme las distancia. A temer mi reacción, y antes de insultarme o pegarme, ya sabía que yo no me iba a quedar quieta, y le dije que si me volvía a tocar le sacaba los ojos. En cierta ocasión hizo ademán de darme un bofetón, le tiré un zapato dándole con el tacó en mitad de la cabeza, que le salió hasta sangre. Me quedé tan tranquila, porque yo era una rebelde de la vida. Siempre lo he sido y lo seré, incluso ahora. En este momento que mi alma va a la deriva, siento tal rebeldía, que si pudiera me levantaba del lecho, o sitio en el cual aún siento que soy, lo que ocurre es que tengo un miedo que te cagas, ¡vaya! Perdón por la expresión. Yo no hablo así, y creo que me he pasado siete pueblos. Debe ser que en mi vagar diario, se ha intercalado algún ser errático de estos años. Seguro que se ha enredado por los hilos plateados que separa la vida de la muerte. Me siento tan liviana en el peso, que parece que volara por el pensamiento, no ya por el aire, si no en el destiempo donde no existe temperatura, ni aire ni viento, tan sólo el sentimiento de la duda que ronda la locura. Tengo tal rebeldía en este estado de laxitud, que hasta me desdoblo en cualquier espíritu que, igual que yo, tiene asignaturas pendientes que resolver, y por eso quiero transmitir a través de ti, que todos los pecados que cometí los hice por amor, sólo por amor.

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