jueves, 23 de mayo de 2013

A TRAVÉS DE TI.- CÓRDOBA.- Capítulo Dieciséis.- Parte Tercera.-




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Así que volví a quedarme encerrada más aburrida que una ostra. De casa al trabajo, y del trabajo a casita, pensando siempre a ver si me salía un buen partido. En mis miras estaba alguien que tuviera una carrera universitaria, un médico o un militar que tuviera por lo menos tres estrellas o más. El caso es que me mantuviera el resto de mi vida. Eso era lo que la mujer de entonces pretendía, o al menos, para eso me educaron a mí. Y mira por donde, una noche fresca de setiembre, conocí a un teniente recién graduado de la academia militar de Zaragoza, que a ese paso llegaría a teniente general. Rafael, que así se llamaba ese teniente, lo conocí en una verbena que había al lado de mi casa. Desde mi balcón podía ver los farolillos de colores, y oír la música de la orquesta, que por inercia yo seguía con los pies como si estuviera bailando. Tenía unas ganas locas de divertirme. Hacía una barbaridad de tiempo que apenas salía. Mi vida era muy rutinaria y aburrida, ¡siempre lo mismo! Del trabajo a casa y de casa al trabajo. A veces sentía una melancolía muy grande. Parecía que ya se había acabado todo para mí. Apenas gastaba dinero. Ahorrando, ahorrando, siempre mirando por una peseta. Así que cuando la noche del sábado, mis nuevas compañeras decidieron ir a la verbena a pasarlo bien, pero sobre todo a ver si se ligaba algo, ni lo pensé. Cuando salí de trabajar, me fui corriendo a casa loca de contenta. Estaba tan entusiasmada, que los nervios no me dejaban respirar, ni siquiera pensar qué vestido ponerme, por que lo que quería era sorprender a alguien. Quería ir la más guapa, que me miraran los hombres, en una palabra, quería cazar un marido, porque a esta altura de la vida, me veía hecha una solterona. Y con esos pensamientos, puse la radio y mientras Los Pájaros Locos cantaba: “Tintarella di Luna” Me dejé llevar por la alegre y rítmica canción. Hacía muchísimo tiempo que no me sentía tan feliz, y tarareando su letra, empecé a asearme contenta. Me duché. Me afeité las piernas. Me lavé el pelo. Me hice la manta enrollándomelo por toda la cabeza y lo sujeté con una pinza larga, ya que en ese tiempo se llevaba la melena lacia. Me maquillé. Me pinté las uñas de las manos y de los pies. Me eché desodorante Tulipán Negro. Me puse un vestido blanco de piqué estrecho con una torerita que, entonces se llevaba mucho y que me hacía una figura elegante y esbelta. Me calcé unos tacones finos que tenía una abertura por delante preciosos y un bolso de mano con un broche que parecía un diamante. Me coloqué un collar de perlas Majoricas a juego con los pendientes, y finalmente unas gotas de colonia Goya tras las orejas, en los codos y en la muñeca. Me miré en el espejo y di tres vueltas y antes de darme cuenta llamaron a la puerta, y cuando me vieron mis compañeras se quedaron con la boca abierta. Nos besamos, nos piropeamos y sin más preámbulos nos fuimos a bailar a la verbena de San Rafael.

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