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Estuve varias noches pensando y dándole vueltas a la cabeza, por que eso
no entraba en mis planes, ni jamás se me hubiera ocurrido irme con él a vivir.
Entonces se me ocurrió un plan perfecto para que se olvidara de mí. Nada más
llegar a la oficina, don Ramón me dijo que pasara a su despacho para saber la
decisión que había tomado. Sin pensarlo, le dije que estaba esperando un hijo
de mi novio, y que cuando acabara nos íbamos a casar para acallar bocas. Me
puso de patitas en la calle. No sé por qué no me sorprendió, pero me destrozó el
corazón, sobre todo por mi madre que estaba tan contenta con el dinero que
entraba en casa, ya que ese mes lo necesitaba para comprar un libro de anatomía
para mi hermano José, y costaba muy caro. Otra vez tenía un pellizco dentro de
mi pecho. No sabía cómo decirle que don Ramón me había echado por no sucumbir a
sus pretensiones. Una desazón me recomía por todo el cuerpo, el saber que el
guarro de mi jefe, de la misma rabia pudiera comentar la trola que le endilgué
para que me dejara en paz, por que cómo éstas estaban rabiosas perdida por lo
de los regalitos, seguro que lo divulgarían por todas partes como si fuera
verdad. Reconozco que ahí metí la pata hasta el corvejón, pero que lo que no me
esperaba era que me despidiera. Yo creí que se apiadaría de mí, pero no. Me
equivoqué. Lo peor fue cuando, su despechada amante se entregó a sus brazos, y éste
en la euforia de la pasión, seguro, seguro que le dijo que yo era una
cualquiera y que como estaba embarazada, me echó a la calle. ¡Menudo
sinvergüenza! Y todo por no quedar en ridículo. ¡Qué ignorante fui! El caso es
que tuve que inventarme una historia convincente a mis padres del motivo de la
despedida, omitiendo lo del embarazo. No se lo dije a nadie, pero durante un
tiempo me di cuenta de que las chicas de la oficina, cuando me veían me
preguntaban cómo estaba con mucho retintín. Finalmente les conté toda la
verdad, y como a más de una le había ocurrido lo mismo que a mí, me creyeron,
sobre todo cuando vieron que mi barriga siempre estaba igual. De todos modos,
aquello me perjudicó bastante y ya no se me ocurriría más en la vida inventarme
un cuento como aquél. Al acabar el verano y no tener nada qué hacer, les dije a
mis padres que estaba muy aburrida y quería cambiar de aires una temporada, y
entre que tenían muchos hijos y que estaban un poco hartos ya de mí, ni se lo
pensaron. Como no me podían pagar la estancia en ninguna parte, a mi madre se
le ocurrió decirle a mi padre que me fuera a su pueblo ya que allí tenía a casi
toda su familia y entre unos y otros me darían de comer y tendría solucionado la
papeleta. Mi padre que pensaba igual, enseguida llamó a su madre, la cual le
contestó que estaba deseando de conocerme y estaría encantada de tenerme a su
lado. Al otro día mi padre y yo embarcamos rumbo a Algeciras.
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