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Era el mes de setiembre cuando llegué a la capital a casa de la tía
Encarna. Hacía un calor sofocante y entre sudores pasé la primera noche. El
aire tenía un olor diferente. Los rayos del sol iluminaban la ciudad de una
manera que parecía que de un momento a otro iba a derretirse. El cambio de
clima trastornó la naturaleza de mi ser, y durante varios días la melancolía se
adueñó de mi corazón, sin saber que aquello se llamaba depresión. La mezquita y
el paseo de la ribera calmaron mi sed y después de algún tiempo, al fin me
adapté. Las macetas llenitas de flores adornaban ventanas y balcones de todos
los edificios altos y bajos de la ciudad. A la semana siguiente llegaron mis
padres y me fui a casa volando como una paloma, deseando de ver a mi madre y a
mis hermanos que cuando me vieron dieron saltos de alegría. Lloré como una
tonta abrazándolos a todos. ¡Qué altas estaban mis hermanas! ¡Qué guapas! Parecían
unas mujercitas preciosas, sobre todo Lola, tan rubia, con unas
piernas preciosas y un tipo... Era una muñeca de bonita.
En las largas y calurosa noches de aquél verano se hablaba mucho del
movimiento Hippy, y a mí me dio por pintarme pecas en la cara, llevar falda
larga y ponerme lazos en el pelo. Otras veces, una margarita, o una pamela
blanca, cosa que llamaba mucho la atención.
En la época de la que hablo, aquí en ésta ciudad andaluza, la gente
todavía no estaba tan acostumbrada a ver a chicas como yo, tan atrevidas y
modernas en la forma de vestir, por eso no era de extrañar, que la mayoría de
la gente se rieran cuchicheando al verme pasar.
También era la época de los ligues y de los Beatles, ¡del submarino
amarillo! De los Bravos y las chicas con los chicos. De Adamo, de Luis Aguilé y
de las colas en el cine para ver Sonrisas y Lágrimas. Después del mini putt
entallado, la falda corta, ¡Mary Quant estaba de moda! Ultimaban los años
sesenta.
Yo tenía veintiséis años y tenía una cintura
de avispa y muchas ganas de dar a mi vida un cambio radical, además no quería
abusar de mis padres, ya que en La Península mi padre ganaba mucho menos. Mi
madre que era tan lanzada para todo se encargó de proclamar a los cuatro
vientos que su hija tenía Corte y Confección. Gracias a Dios que todo ocurrió
de lo más rápido, y antes del mes de julio, ya estaba cosiendo en casa de unos
señores muy amables y educados, que cuando escucharon mi historia, mis
necesidades y mis ganas de vivir se apiadaron de mí y siempre me trataron como
a una verdadera hija. Mi madre se volvió loca de alegría, sobre todo, porque
también me quedaba en la casa de ellos a comer, y no llegaba hasta la seis de
la tarde. Estos señores se portaron tan bien conmigo que nunca podré
agradecerles lo que hicieron, y antes de las navidades, intercedieron por mí y
por enchufe trifásico, me colocaron en las antiguas Galerías Preciados. “Enchufe
trifásico” ¡Vaya frase! Jamás se me hubiera ocurrido, pues en mis tiempos se
decía a dedo. Si, si, a dedo puro y duro. Cuando era niña, entre los mismos
militares, el comandante o general, se colocaba enfrente del amigote de turno,
y con el dedo índice le señalaba en el pecho diciendo: Tu. Automáticamente ascendía
de escalafón y no había más que decir. Debe ser que en la actualidad impere
mucho esa frase que es nueva para mí, y creo que el joven de al lado al que
acaban de traer por un infarto, mientras lo reanimaban, se ha liado a decir
unas incoherencias muy extrañas, enredándose su aliento con el mío, por que
antes de llevárselo hacia la sala de operaciones, se ha vuelto y me ha mirado
con una cara de asombro grandísimo, y es que el pobre no se ha dado cuenta de lo
que le pasa ni de dónde está. Yo, como llevo ya una larga temporada en éste
submundo estratégico, estoy al tanto de todo, y aunque a veces me pierdo por
los umbrales del destiempo, luego caigo enseguida y me entono un poco, por que
si no estaría todo el tiempo desvariando como algunas ancianas que dicen los
médicos que tienen alzhéimer, pero que en mi época se decía que estaban
chocheando. Si no eran tan mayores, que estaban locos de remate o de atar,
incluso como una cabra. Y es que hay que ver como ha cambiado la forma de
expresión a lo largo del tiempo…
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