miércoles, 29 de mayo de 2013

A TRAVÉS DE TI.- TORREMOLINOS.- Capítulo Dieciocho.- Séptima Parte.-




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Al otro día se presentó Alfredo dándome muchas explicaciones, disculpándose y que volviera. Me dijo que esa mujer no tenía importancia para él. Que sólo era un rollete de una noche loca, por que había bebido demasiado y ésta rubia despampanante lo había seducido. Que se encontraba muy solo y había sido una debilidad, pero que por favor lo perdonara, por que estaba muy enamorado de mí y no quería perderme. Por un momento pensé en cerrarle la puerta en las narices, pero estaba tan sumamente enamorada y tan apenada, que lo creí, y llorando me eché en sus brazos. Hicimos las paces. Mi hermana Cecilia, que no lo creía ni un pimiento, me aconsejó que éste tío era un pinta sin cuidado, y que tarde o temprano volvería a hacer lo mismo, por que, según ella, se le notaba en la cara que le gustaba mucho las mujeres, o sea que era un vicioso, y no era hombre de sólo una mujer. Como yo estaba desesperada, no le hice mucho caso y seguí con lo mío. Pero a partir de entonces, ya no estaba tranquila cuando regresaba a casa. Por las noches no podía dormir, y sin darme cuenta, los celos se adueñaron de mí, de tal manera, que ya no me fiaba de él. Continuamente pensaba que estaba en brazos de otra. Todas las chicas guapas que vivía a su alrededor, pensaba que eran sus amantes, y que cuando pasaban por su lado, se hacían señas. Siempre me estaba imaginando cosas raras, pero que me hacían mucho daño, por que en lo más hondo de mi alma sufría tanto que permanecía en un constante sin vivir. Adelgacé. Se me alargó la cara y me salieron unas ojeras abultadas y oscuras. Estaba neurasténica. Poco a poco fui dándole forma a una mujer que sólo existía en mi cabeza. No era feliz. Así que para confirmar mis sospechas, se me ocurrió la idea de espiarlo. Sufría de esquizofrenia, y mi hermana Cecilia me aconsejó que fuera a un psicólogo si no acabaría fatal de los nervios. No le hice caso. Urdí una estratagema. Un día entre semana, le dije que no podía ir al trabajo porque tenía que ir con mi hermana a arreglar unos asuntillos en Málaga. Inmediatamente, cogí el autocar y cuando llegué a Torremolinos, me encaminé hacia el estudio. Me escondí y así me tiré toda la santa mañana, y allí no ocurría nada, por que ni vi que salía, ni tampoco que entrara. Entonces me di cuenta de que me había equivocado y me tranquilicé pensando que ya no volvería a pensar mal de él nunca. Estaba tan contenta que entré en una cafetería a tomar un café, y lo vi sentado en un apartado muy acaramelado con una extranjera, que se me revolvieron todas las tripas. Ni lo pensé. Me encaminé hacia ellos, y dirigiéndome a él con los brazos en jarra, determinante le dije: ¡Y ahora qué! Se quedó blanco, sin habla, colorado, mudo. Seguí gritando, sin importarme la gente: ¡Que te den, que te den y que te den! Antes de salir, lo mandé a freír espárragos. Jamás en mi vida había sido tan tajante. Me quedé más a gusto que un marrano en un charco, ¡vaya que aliento más guay se me ha cruzado! Cuando llegué a casa, mi hermana me estaba esperando y le dije que no se le ocurriera decirme una palabra. Me eché en la cama y lloré todo lo que me dio la gana.


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