sábado, 25 de mayo de 2013

A TRAVÉS DE TI.- CASAMIENTO.- Capítulo Diecisiete.- Segunada Parte.-




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Una noche llegó borracho como una cuba y empezó a insultarme, a pegarme y hasta me violó. A partir de entonces era raro que no llegara bebido, y cuando se acercaba a mí, su aliento apestaba a alcohol. ¡No podía soportarlo! ¡Me daba asco! Sentía un rechazo tremendo. Ya no podía disimular más. Cada día lo veía más feo, y aunque cuando lo conocí no lo era tanto, la bebida y el mal humor le cambiaron el gesto. No sé por qué se me ocurrió casarme con él. Creo que era por temor a quedarme soltera, y por mis padres que de esa manera tendría una boca menos que alimentar, además pensaba que el amor vendría con los hijos. Lo evitaba, hacía todo lo posible por quedarme dormida. Otras veces le decía que me dolía la cabeza, un montón de excusas con tal de que no me tocara. Él se daba la vuelta y no decía nada, pero cuando venía borracho, no paraba de gritar y de vociferar hasta que despertaba a todos los vecinos del bloque. Yo me echaba a temblar. Estaba tan asustada, que no sabía qué hacer. No me atrevía a contárselo a nadie de la vergüenza que me daba. Para mí era una auténtica humillación el que se enterara alguien de mi entorno social, y lo llevaba completamente en el más puro de los secretos. Tampoco quería que ninguna de las vecinas del bloque sospechara nada, y cuando salía del piso, procuraba que ni se me oyera, por que más de una vez, bajando las escaleras, escuchaba hablar a la vecina de la otra planta, y cuando pasaba se callaban inmediatamente, mirándose entre ellas, y dándome los buenos días con retintín. Seguro, seguro, que habrán oído a Rafael más de una noche gritar cuando llegaba bebido. El caso que después de pensarlo muchas veces me confié con una amiga contándole una historia que no tenía nada que ver conmigo. Le dije que a Rafael se le había escapado la mano en un momento en que estábamos discutiendo, y que al insultarlo, me dio un pequeño bofetón. Entonces ella empezó a reírse y me dijo que eso era lo normal. Además, ¿qué hombre no ha pegado más de una vez a su mujer? Un guantazo más o menos es una cosa muy natural. Ahí me di cuenta de que no podría decirle toda la verdad. Ya me costó lo mío inventarme esa tontería, pasando el peor trago de mi vida, para encima tener que pasar por la vergüenza de la pura realidad. De todos modos, mi amiga no tenía nada que ver conmigo en nada. Seguramente, sería tan desgraciada como yo, y lo aceptaba tal cual. Yo era muy diferente y ni quería ni podía permitir a Rafael que siguiera pegándome. Así que durante un tiempo seguí soportando a Rafael, hasta que le planté cara diciéndolo que lo quería abandonar. Se quedó enfrente de mí mirándome de arriba abajo, y con toda la desfachatez del mundo me dijo que si yo tenía agallas de dejarlo, me daba la paliza más grande de toda mi vida. Al mismo tiempo me insultaba las palabras más fuertes y feas que por respeto no repito. Me enfrenté a él y con los brazos en jarras y mirándolo a la cara le dije que me iba al otro día. Se lanzó hacia mí como un animal salvaje. Me arrastró por los pelos a lo largo del pasillo y me estampó contra la pared. Me dio más de mil puñetazos, no sé cuántos, pero fueron muchos, muchos… Yo trataba por todos los medios de cubrirme el rostro con las manos… Desfallecí. Me caí al suelo. Perdí la noción del tiempo y cuando pude medio levantarme, tambaleándome me fui a la cama sin cenar llorando y lamentándome de mi mala suerte. Al cabo de una hora, llegó Rafael y me abrazó pidiéndome perdón. Me dijo que me quería más que a nadie en el mundo y me rogó que le diera una nueva oportunidad. Me suplicó que volviéramos a intentarlo y me prometió que jamás volvería a ponerme las manos encima. Que se iba de maniobras y que cuando volviera hablaríamos. Le creí y cedí. No duró ni dos meses. Volvió a beber y a pegarme. Fue un auténtico infierno lo que yo viví.

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