sábado, 25 de mayo de 2013

A TRAVÉS DE TI.- CASAMIENTO.- Capítulo Diecisiete.- Cuarta Parte.-




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Decidí irme lo más lejos posible. Hablé con Rafael diciéndole que quería dejarle, pero él me dijo que le diera otra oportunidad, que cambiaría y que a partir de entonces sería una nueva persona. Así que me quedé en casa, sabiendo de antemano, que mi marido no tenía la culpa, si no yo, por que realmente no me llenaba para nada, por que lo que yo necesitaba era sentir algo. Necesitaba pasión de amor. Ahora, sé que la pasión se va un poco con los años, pero cuando una se casa enamorada, el amor persiste toda la vida, y yo cometí tal error en casarme con él. Me siento tan mal en éste preciso momento que lo escribo con todo detalle. Me gustaría que nadie cometiera ese error, por que quizás yo tuve la culpa de que él se diera a la bebida. De todos modos seguí un año más a su lado, pero todo esfuerzo por parte de ambos fueron inútiles, y finalmente me dí por vencida, y una tarde cualquiera de primavera, me senté frente a Rafael y le planteé todos mis sentimientos. Gracias a Dios que por una vez en la vida fui una mujer valiente y sincera. Lo único que le preocupaba, por que así me lo confesó, era que, qué iban a pensar sus compañeros del ejército por que lo que más temía Rafael, era que se dijera que yo me había ido con otro, y eso no lo podría superar nunca. O sea, que lo que menos le preocupaba era ser un cornudo de verdad, si no que sus amigos se rieran de él ridiculizándolo. Ni siquiera le contesté por que era obvio que jamás nos íbamos a entender. No comprendía nada, era un bruto, un porrino y un primitivo. No sé cómo había salido de la academia de Zaragoza de teniente teniendo la mente tan limitada. No veía más allá de sus narices. Y yo no es que tuviera muchos estudios, no, pero tenía una mentalidad mucho más abierta que la de él, y pensaba de una manera muy diferente a la suya. Definitivamente lo tenía más claro que nunca. No podía desperdiciar mi vida junto a él. Así que lo miré a los ojos y qué sería lo que viera en mi rostro, que no dijo ni una palabra y agachando la cabeza se marchó de mi lado. Mientras doblaba la ropa lo oí sollozar y sentí mucha pena, y por una décima de segundo, me dieron ganas de deshacer la maleta. Pero no. Esta vez no me volvería atrás. Cuando le dije adiós, ni si quiera me miró, tan sólo me ofreció un sobre de dinero que acepté para los primeros gastos. Fui a casa de mis padres para despedirme. Pusieron el grito en el cielo, y como no sabían nada de las palizas, trataron de persuadirme para que volviera a casa, ya que tarde o temprano me arrepentiría, y además, que qué iba a hacer ahora. Mi madre, la pobre no paraba de llorar, y mi padre, que hay que ver, que te vas a quedar en la calle, que perdería todos mis derechos por abandono de hogar y que no podría reclamar nada, que me quedaría sin paga con lo bien que ganaba, y que el matrimonio era sagrado y lo que ha unido Dios, no lo podría separar el hombre, que si patatín y que si patatán y una serie de cosas que prefiero olvidar. Mi madre seguía llorando al mismo tiempo que me tildaba de loca, de tonta y de que tenía que tener paciencia por que a los hombres había que aguantarlos, y si no que no me hubiera casado. ¿Qué te creías? Que el matrimonio era un caminito de rosa. Mírame a mí, que he tenido que aguantar con tu padre carreta y carretones, con la paciencia del santísimo Job. Al final tuve que contarle lo del maltrato. Se quedaron mudos. Ya no insistieron más. Les rogué que le preguntaran a Cecilia si tenía una cama para mí, por que pensaba ir hacia allí.
Cecilia estaba en Málaga trabajando en una tienda de pintura. Abracé a mis padres, a mis hermanos y con más miedo que siete vieja, me fui andando por el filito de la carretera. No quería gastar el poco dinero que tenía así que decidí hacer auto stop. Entonces se estilaba mucho ese medio de locomoción, y no era raro ver a más de uno en el borde de la carretera con la mano alzada. Mientras caminaba para atrás con mi maleta acuesta, pasó un autocar lleno de pasajeros, y me pareció ver el rostro de Gabriel mirando por la ventanilla, y por un momento pensé que me estaba saludando con la mano, porque la agitaba de una manera escandalosa. Al cabo de dos horas se paró un Seat Seiscientos. Lo conducía un chico con los pelos largos y desgreñados, pero como iba una jovencita a su lado, me subí. Otro error por mi parte, ya que cuando íbamos por un camino solitario, les dije que pararan para hacer una necesidad imperiosa entre unos montículos, y muy amablemente me dijeron que me tomara mi tiempo, que me esperarían. Antes de darme cuenta, salieron pitando, no sin antes lanzarme la cartera vacía de dinero, pero al menos con el carnet de identidad. Fue todo un detalle. Me dejaron sola y sin nada. ¡Cuánto lloré, madre mía! Allí me quedé desconsolada. Sin dinero, sin maleta, sin ropa. Me senté en una piedra llorando como una niña chica,  asustada temiendo que llegara la noche, por que entonces me moriría de miedo. Me acordé de mis padres, de mis hermanos, hasta de Rafael. Pensé incluso que prefería estar a su lado, aunque me pegara, antes de estar perdida toda una noche oscura. Al cabo de una hora paró un camión. Mandé a Rafael a freír espárragos al momento. Me miró con una sonrisa de oreja a oreja y ladeando la cabeza me invitó a subir. Me subí y le conté mi historia, hartándome de llorar para que tuviera compasión. Jamás en mi vida había hablado tanto y desahogado. Para mí fue una auténtica terapia de vida. No desperdicié ni un detalle. Parecía que me había quitado una losa de mil kilos de las espaldas. Me quedé tan a gusto y me relajé tanto que creo que me dormí. Paramos por el camino y me invitó a cenar y cuando el mar se abrió ante mí, todas las estrellas del cielo iluminaron mi alma, y dándole las gracias comencé una nueva vida en la costa del Sol.

                                 

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