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En la mayoría de nuestras citas a escondidas, Ángel siempre me decía que se lamentaba mucho de no haberme conocido antes que su hermano Justo. Otras veces que le encantaría tener un hijo conmigo. A mí me gustaba escucharlo, sobre todo cuando me repetía hasta la saciedad, que yo era lo único que le faltaba en la vida para ser auténticamente feliz, y que era un misterio para él sentirme tan dentro. Y ahora, recordando aquellas palabras, sé que me encuentro en un lugar misterioso, por que no sé que me pasará después de mi último aliento… Luego, me abrazaba y me besaba fuerte, fuerte, me daba la mano y regresábamos a escondidas de toda la gente. Después, cada uno por su lado, como si nada de esto hubiera pasado jamás. Cuando llegaba a casa, repasaba cada momento vivido junto a él y se me llenaba el alma de alegría y de amor y era tal la dicha que sentía, que me desbordaba por todos los poros de mi cuerpo. Después me dedicaba a recordar sus palabras, y me deleitaba hasta de la manera que las decía, buscando su verdadero significado, el porqué me las repetía tanto, y así hasta que me quedaba profundamente dormida.
Al día siguiente me despertaba siempre con un sin vivir profundo que
nunca he sabido descifrar. Era como si no me creyera lo que me estaba
ocurriendo. Como si no tuviera derecho a ser feliz, y no sé por qué. Ahora en
el estado en que me encuentro, me doy cuenta de que era una verdadera tontería,
pues cuando una es joven tiene ciertos temores a lo que dirán los demás. Claro
que si hubiera tenido las ideas claras, y hubiera ido por la vida con la verdad
por delante, seguro, seguro que no habría tenido ese miedo a lo desconocido.
Ese miedo a lo desconocido que tenía entonces, cuando era joven, guapa y
saludable, ahora me enrabia por que me doy cuenta del tiempo que he perdido en
estupideces y no sé cómo lo puedo arreglar y tengo un coraje por dentro, que
hasta siento como si me desbaratara por
dentro, alocándome el corazón... Alocado corazón. Si, yo tenía el corazón loco.
Lo tenía. Ya no. Ahora está roto. Destrozado y partido en mil pedazos cuando me
dijeron que Ángel murió de un tiro en la cabeza. Murió en el acto. Sin darse
cuenta. Ni siquiera sufrió un poco. Tan sólo sé que cayó fulminado estando en
unas maniobras de tiro. Me quedé sin aliento, sin habla, con la mirada perdida.
Salí corriendo, corriendo hacia la playa. Al sitio de siempre, donde quedábamos
para vernos y abrazarnos. No me quité los zapatos, ni me recogí la falda, sólo
me eché en la arena y grité su nombre hasta que se me quebró el alma. Hasta que
se me desgarró la garganta de tanto llamarle…
Se me acabaron las lágrimas. Se me agotaron las fuerzas y casi caí
desmayada en el agua, y cuando abrí los ojos la luna llena me iluminaba. Me levanté.
Me refresqué y cuando me despejé, me vacié de tantos miedos. Llegué a mi casa.
Dormí tranquila y sosegada. Y ahora, en éste preciso momento he llegado a
comprender que yo fui una mujer afortunada por que amé y fui amada, y eso es lo
que llena mi alma…
Al otro día fui a casa de Justo y le dije que todo se había acabado
entre nosotros dos. Que no teníamos nada que ver el uno con el otro y hasta ese
momento no lo había visto claro, que me perdonase y lo mejor era que cada uno
se fuera por su lado. Me miró a los ojos y se quedó callado. Creo que lo vio
todo claro y no me dijo nada. Ni un reproche, tan sólo me palmeó el hombro y se
dio la vuelta con lágrimas en el rostro. Seguro que lloraba por su hermano, no
lo sé y jamás se lo pregunté.
Tengo el rostro empañado de lágrimas. Se me caen solas sin yo
desearlas. Son lágrimas de amor, el único y verdadero amor que un hombre ha
sentido nunca por una mujer. Y ahora ya no sé qué hacer. Tengo veinticuatro
años y me siento mayor, muy mayor. Creo que estoy equivocada en los tiempos y
en el momento. Debe ser que vago por el escenario de aquél sufrimiento y me ha
venido a la mente sin yo quererlo. Quizás me tropiece con mi Ángel de amor que
vaga lo mismo que yo. Mientras tanto me coloqué de secretaria en una oficina
que estaba en el mismo centro de la ciudad.
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