domingo, 19 de mayo de 2013

A TRAVÉS DE TI.- EN EL PUEBLO.- Capítulo Catorce.- Segunda Parte.-




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A la mañana siguiente el olor del azahar, la flor del naranjo, me quitó el mal humor. Me lavé la cara con la jofaina que había en la habitación y bajé las escaleras corriendo hacia el corral, donde una gran escupidera de china me esperaba delante de las gallinas. Enfrente, los mulos fueron testigos de mi culo al aire. Cuando llegué a la cocina, mi padre me esperaba junto a la abuela para desayunar. Después llegó el tío Pepe, que era soltero y vivía junto a la abuela. Empezó a contarme casi toda la historia de la familia. Comenzó diciendo que su padre era uno de los más ricos del pueblo y que salía todas las mañanas muy temprano montado a caballo para pasear por su finca, donde los mozos vareaban los árboles, mientras las mujeres agachadas recogían las aceitunas. Ya desde bien mayorcito se arruinó, según el tío Pepe, por que era un mujeriego y jugador, vago y que empinaba el codo. Esto último lo hizo con gesto muy elocuente y significativo. Además que prestaba dinero a todos los del pueblo fiándose de su palabra. Dinero que jamás le devolvieron. En fin que la abuela pasó muchísimas calamidades con los trece hijos que le dejó, ya que éste se murió a los cuarenta y cinco años por que tenía el hígado hecho polvo.
Después de pasar un par de días, mi padre regresó a Ceuta. Nada más llegar recibió la noticia de su ascenso a oficial, pidiendo destino a La Península. Antes de irse me dio cincuenta pesetas y allí me quedé con una maleta llenita de ilusiones, y el corazón hueco. Tenía veinticinco años y muchas ganas de vivir, pero no en aquél pueblo, pero como no me quedaba más remedio tuve que aguantar un calor de mil demonios, y además que por aquella época era lo más aburrido que había visto nunca…
Yo estaba acostumbrada a la brisa fresca del mar, y el que ha nacido en un sitio costero lo podrá comprender, por que el mar es inmenso y en él se refleja todo el cielo, ya sea azul o negro, donde las olas se mecen en un vaivén inagotable, llegando a la misma orillita tranquilas y sumisas, trayéndome a la memoria aquellos días soleados de primavera, cuando de niña correteaba descalza por ellas… Lo mismo que ahora que no paro de correr, desnudando mi alma. ¡Corro, corro y corro! ¡Vuelo por cada resquicio de mis recuerdos…! ¡Que no se me quede nada en el tintero de la poca vida que tengo…!

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