viernes, 31 de mayo de 2013

A TRAVÉS DE TI.- EL REGRESO.- Capítulo Diecinueve.- Cuarta Parte.-




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Quería ser feliz, nada más. Llamé a mi hermana Cecilia llorando. Le conté que me sentía muy mal, y le roge que me ayudara. Precisamente en esos momentos, la vecina del piso de arriba se había ido y lo iba a alquilar. Me dijo que me fuera unos días, que no necesitaba nada, por que ella ganaba muy bien y me daría de comer, pero que si encontraba trabajo, que mejor. Mira por donde, mi hermana Nieves, la más chica de las seis, se pone muy malita y la operan urgentemente de una úlcera que le había salido en el estómago. Tenía que estar en casa, ya que entre todos teníamos que turnarnos por las noches. Gracias a Dios que salió airosa y se puso buena enseguida, pero tuve que aplazar el viaje. De todos modos, estaba contenta y tenía una ilusión muy grande de irme a Barcelona. De repente me dio por pensar que, una vez allí, me dedicaría a buscar a mi amiga Julia. Desde su última carta, no volví a saber nada de ella, pero me sabía la dirección de memoria. Nunca la había olvidado. También pensé que me encantaría ver a Jaime, ¿cómo estará? ¿Habrá cambiado mucho? Empecé a imaginármelo y  no me acordaba de su cara. Se me había borrado su semblante por completo. Habían pasado diez años, y no sé cómo había podido olvidar su rostro. A lo mejor a él también le ocurriría lo mismo. Apenas pude dormir en toda la noche de la emoción. Cuando le dieron el alta a Nieves, llamé a Cecilia para decirle que de aquí a una semana me iba para allá. Me iría en autocar por que costaba casi la mitad, aunque tardara una eternidad, además de la incomodidad.
Empezaba el mes de abril, y como dice el refrán, aguas mil, mi corazón empezó a latir y antes de lo que esperaba, se presentó la ocasión idónea para mí. Llamaron a la puerta, y mira por dónde era el francés que había venido conduciendo desde París hasta aquí. Vi el cielo abierto. Adam se presentó en casa con un brazo vendado. Nos contó que él mismo se había lesionado con una navaja para conseguir la baja médica, ya que su jefe no le daba permiso, cosa que me impresionó muchísimo, tanto que cuando me dijo que quería casarse conmigo, me quedé patidifusa. Claro que yo aún no me había separado formalmente de Rafael, pero tampoco me importó demasiado, ya que me daba igual casarme por la iglesia que juntarme, además estaba pasando por los peores momentos de mi vida, o al menos así me lo parecía a mí, pues según voy relatando, ahora me doy cuenta de que he pasado ya muchos, y casi todos por culpa del amor. Debe ser que nunca aprendí…
Adam quería conocer a toda mi familia, pero sobre todo saber si estaba conforme en casarme con él, por que tendría que arreglar todo el papeleo. Tenía una semana de permiso, pero que después volvería para casarnos. Mis padres al principio dudaron un poco, pues siempre tuvieron la esperanza de que volviera con mi marido, Rafael, de nuevo, sobre todo mi padre. Yo me reafirmé en mi postura de que jamás de los jamases se me ocurriría tal cosa, así que cedieron, además, vieron el cielo abierto, al fin iba a sentar cabeza, según ellos, yo era una locuela y nunca volvería a tener otra oportunidad tan buena en la vida. En esa época, una mujer pasado los treinta, se consideraba una solterona, y seguro, seguro que me quedaría para vestir santos, sobre todo que ya había tenido un fracaso matrimonial. Pensé que sería como una válvula de escape para mí. De todos modos, como Adam quería casarse conmigo, y no juntarse, al final nos enteramos que yo era viuda de verdad, así que ya nada me ataba a Rafael. De ese modo se me ocurrió irme a Barcelona en coche con él, ya que para volver a su país, tenía que pasar por allí. De esa forma fue como llegué a Barcelona.



A TRAVÉS DE TI.- EL REGRESO.- Capítulo Diecinueve.- Tercera Parte.-




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Yo seguí yendo a la academia y una noche de regreso a casa me encontré a Gabriel. ¡Qué casualidad! Después de tanto tiempo. Era casi imposible. Me invitó a tomar algo. Estuvimos todo el tiempo recordando nuestro pasado y me dijo que había venido para un congreso, y que pronto se iría al extranjero a trabajar en un laboratorio de investigación científica, por que estaba haciendo unos experimentos que iban a dar mucho que hablar sobre enfermedades graves. Cuando me dejó en la puerta de mi casa, me dijo que siempre me llevaba en su pensamiento, y que me cuidara mucho. Esa noche pensé mucho en él.
Al otro día llegó un alumno nuevo a la academia. Era un hombre alto, moreno y muy atractivo, con pinta de mujeriego y ligón. Me gustó al momento y como él se dio cuenta, empezó a rondarme todas las tardes. Emilio, que así se llamaba el nuevo, tenía treinta y seis años. Estaba casado, pero según me contó más tarde con pensamiento de dejar a su mujer, ya que no vivían juntos. Tenían una hija en común, que en aquellos momentos estaba pasando unos días con su abuela materna, para el asunto del papeleo. Emilio y yo empezamos a salir como compañeros de clase, pero antes de lo que pensaba, ya estaba metida en su cama. Me dijo que me quería y que en el momento que se separara de su mujer, me llevaría a vivir con él. Caí en sus redes como una quinceañera. Cuando quise echar marcha atrás, ya era demasiado tarde para mí. Todo era mentira. Que lo hacía con todas las mujeres. Me volví loca. La ceguera no me dejaba ver que era un hombre sin escrúpulos, un vividor, un don Juan, un casanova, ligón y juerguista, que tan sólo me quería para la cama. Yo pensaba que dejaría a su mujer por mí, pero también era un mentiroso, que para conquistarme me había prometido el oro y el moro. Me dejó tirada como una perra. Yo lo perseguía por las calles llorando, suplicándole amor, arrastrándome como una estúpida. ¡Qué error tan grande cometí! No me dí a valer. Ahora que lo pienso, si es que se puede pensar en este estado de inánime sonambulismo, me dan ganas de levantarme y arrancarle la cabeza de cuajo, por no decir otras cosas peores, pero me callo y me las guardo para mí por temor a Dios…
Después de aquello, pasé los peores días de mi vida. No sabía ni qué hacer. Me quité de la academia por que no tenía ni ganas de verlo ni de que me vieran ninguno de mis compañeros. Se habían enterado de todo mi asunto con Emilio. Al fin me estaba dando cuenta de que yo era una mujer con muy mala suerte con los hombres. Parecía que estaba condenada a ser una desgraciada toda la vida. No me encontraba a gusto en casa con mis padres, no por que ellos me hicieran algún reproche, si no, por que tenía ganas de vivir mi vida con alguien que me quisiera de verdad, pero que al mismo tiempo, yo estuviera enamorada.

A TRAVÉS DE TI.- EL REGRESO.- Capítulo Diecinueve.- Segunda Parte.-




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A los dos años de estar allí conoció al que ahora es su marido y tuvieron dos hijos. En cambio, yo seguía en casa de mis padres, aburrida y con las manos vacías. Sin nada. Tenía veintinueve años y el panorama que se me presentaba era de lo más desolador. Las cosas eran muy distintas desde que yo me casé. La vida había cambiado mucho. La mayoría de mis amigas ya estaban casadas y con niños. Esta deprimente soledad no la soportaba y tenía ganas de volar, de salir, de vivir la vida. Echaba en falta algo. Si, el amor. El amor de un hombre. Nunca he sabido estar sin él. 
Una mañana triste de invierno, se presentó el cartero con una carta. El matasellos era francés. Me pilló de sorpresa. Adam era el último hombre en el que yo hubiera pensado que se iba acordar de mí. Lo había olvidado por completo. Cuando abrí la carta, apenas podía entender lo que decía, pero como en el instituto había elegido el idioma francés, cogí mi antiguo diccionario y poco a poco pude descifrar, que estaba aprendiendo español, porque quería venir a mi país para perfeccionar el idioma.  No es que me diera una alegría desmesurada, pero como entonces no tenía nada que hacer, le contesté como pude que me parecía bien. A la semana siguiente recibí otra carta y detrás de esta llegaron más. De manera que para comprenderlas mejor, le dije a mis padres que quería aprender idiomas, y mi madre como era la que continuamente decía que el saber no ocupa lugar, enseguida me dio el dinero. Entonces yo dependía completamente de mis padres, ya que nunca quise nada de Rafael, por que me parecía un abuso de mi parte, y menos ahora que me había enterado que tenía dos hijos. De esa manera empezamos una relación de carteo. En la academia británica conocí a gente de mi edad, y mi vida dio un cambio radical. El profesor era nativo de Inglaterra, y nada más verme sé que le gusté. Al principio me llamaba mucho la atención eso de ser extranjero, pero después le di de lado por que su físico no era de mi agrado. Max, que así se llamaba mi profesor, era de mi misma edad, y estatura. Tenía el pelo rubicundo, con la cara coloradota y algunos granos. La chica de al lado, que luego nos hicimos muy amigas, estaba loquita por él, pero al darse cuenta que pasaba de ella, se pegó a mí, y no me dejaba ni a sol ni a sombra. Por eso nos hicimos muy amigas. Adela, que así se llamaba, era mayor que yo tres años. Era baja y fea, más bien poquita cosa, pero era una mujer tan buena que me ganó. La pobre venía todas las tardes a buscarme y a contarme lo enamorada que estaba de él, y lo que sufría. Adela quería que yo le hablara de todas sus cualidades a Max para que se fijara un poquito más y le pidiera salir. Cosa que hice durante todo el curso, ya que aparte de ser el profesor, era amigos de sus alumnos, sobre todo mío, por que estaba loquito por mí. Casi todos los sábados quedábamos para ir a bailar, y tan sólo una vez me dejé besar, cosa que me arrepentí más tarde, por que al enterarse Adela se enfadó mucho conmigo y estuvo unos días sin mirarme a la cara. Luego le expliqué que no significaba nada para mí, además ya le dije bien clarito a Max que nunca podría amarle y desde entonces quedamos como buenos amigos. Como no quería perderme de vista, salíamos los tres juntos, y poco a poco se fijó en Adela. Al final se casaron.

A TRAVÉS DE TI.- EL REGRESO.- Capítulo Diecinueve.- Primera Parte.-




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El regreso a casa de mis padres fue un fracaso total por mi parte. Pasé la temporada más deprimente de mi vida. Otra vez la misma rutina. Sentía como si el mundo se hubiera venido abajo. Ni siquiera dieron saltos de alegría cuando nos vieron llegar con  la maleta a cuesta, cosa que nos hizo mucho daño, pero pasado el tiempo, comprendí, que eran muchos comiendo, aparte de que mis hermanas tenían novios estudiantes, y como no tenían un duro, se tiraban buena parte del día metidos en casa, adueñándose del sofá y no se iban hasta el anochecer, después de cenar. Eran unos gorrones de cuidado, y a mi madre la traían frita, por que según ella, no se podía tirar ni un pedito. Entonces, no la comprendía y creía que era una egoísta que no pensaba nada más que en su bienestar. Por otra parte, a mi hermano José se le ocurrió venir dos semanas con su mujer y sus dos hijos, quedando la casa al completo. Mis padres, continuamente me insinuaban que volviera con Rafael. Estaban seguros de que si le pedía perdón, me recibiría con los brazos abiertos. Ellos pensaban que seguramente habría escarmentado cuando lo dejé tirado, y que jamás me volvería a poner las manos enciman. Les dije que no, que tenía muy claro que con Rafael no volvería nunca en la vida. Más tarde me enteré que había pedido el traslado a Melilla y que estaba viviendo con una mora, incluso que tenía un par de hijos, cosa que me daba igual. También oí rumores que lo habían destinado urgentemente por su adición a la bebida y que más de una vez le habían tenido que llamar la atención sus superiores. Después que se había quitado la vida pegándose un tiro en la cabeza. Otros decían que había tenido un accidente manipulando su pistola. No lo sé ni me importa por que hasta ahora solamente eran rumores. Con el tiempo nos enteramos, que había sido lo primero. Se había suicidado. El caso es que yo estaba otra vez como al principio, y que todas mis hermanas tenían novio. Que los sábados salían a la discoteca a divertirse, y que yo estaba más aburrida que una ostra. Para colmo, Lola, la que me seguía a mí, estaba preparando su boda. Antes de irme a la costa había conocido a un muchacho muy majo y con muchas ganas de formar una familia. Agustín, que así se llamaba el novio de mi hermana, había emigrado al extranjero para ahorrar algún dinero. De paso, mi padre casi le encasquetó a mi hermano Jesús, el cual no volvió hasta diez años más tarde, con la maleta llena de regalos, un mercedes, un televisor y un equipo de música de lo más moderno que había en aquél momento. Después se compró un local y abrió una tienda de comestible que durante un tiempo hizo muy buen negocio, ayudado por Pablo que entonces tenía catorce años y no sabía ni lo que quería. Luego vendió el coche a un precio bastante aceptable. Agustín volvió al año, y nada más llegar se casó con mi hermana. Después de la boda, se fueron inmediatamente a Barcelona, ya que aquí no encontraba trabajo de lo suyo y allí se colocó enseguida. Alquilaron un piso en las afueras de la capital, y es así como a Cecilia se le ocurrió irse con ellos a vivir hasta que encontrara trabajo para poder independizarse. Tenía muy claro que en casa con mis padres no avanzaría en la vida, y estaría como al principio. Me pidió que me fuera con ella, y no quise. No sé a qué le tenía miedo, el caso es que ahora pienso que si me hubiera ido, mi vida habría sido diferente, y no habría pasado por lo que pasé después. Fui una cobarde. Enseguida se colocó en unos grandes almacenes llamado Makro, que vendían al por mayor, y al detal. Empezó de dependienta y poco a poco llegó a jefa de personal, ganando tan buen sueldo que pronto se independizó.

miércoles, 29 de mayo de 2013

A TRAVÉS DE TI.- TORREMOLINOS.- Capítulo Dieciocho.- Octava Parte.-




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Ahí se acabó mi historia con Alfredo, y ahora que lo pienso, no sé si la otra existió por que ya estaba de antes, o la creó mi propia imaginación dándole forma y vida carnal. Eso lo dejo para los profesionales, por que si no, no encuentro explicación, de que Alfredo me quisiera engañar, por que ni le puse nunca una pistola en el pecho, ni tampoco tenía mucho dinero. El siguiente fin de semana, Cecilia y yo nos fuimos a Marbella, y entre chapoteo y chapoteo un francés muy ladino nos invitó a comer, y cuando nos despedimos quedamos para el sábado siguiente. Adam, que así se llamaba ese ladino francés, nos contó que estaba separado de su mujer y que tenía un hijo de siete años. Nos dijo que se encontraba solo y quería conocer a las españolas, sobre todo para perfeccionar el idioma, ya que estaba aprendiendo el español y que tendría que estar en Marbella varios días para arreglar unos asuntillos personales, relacionado con un apartamento que había comprado entre él y un compañero de trabajo, pero que como el otro había fallecido en un accidente, tendría que solucionar el tema del testamento. Nos invitó a comer, y quedamos para el próximo sábado. El resto del verano lo pasamos con él en la playa, y antes de irse a su país, me pidió la dirección para escribirme por que quería conocerme, y aunque no me gustaba mucho físicamente, le dije que bueno, que no me importaba. Entre chapuzones y refrescos, pasé rápidamente de la desdicha a la dicha, y poco a poco, Alfredo se quedó en la penumbra de mis pensamientos, hasta que el dolor de amor desapareció por completo. Antes no lo sabía, pero con el tiempo aprendí, que cuando una persona me hacía daño, lo mejor era apartarla de mí, y no sé si sería por protegerme, el caso es que me daba buen resultado. Después me enteré que a eso se les llama mecanismos de autodefensas que tenemos todos lo seres humanos. Más o menos es lo que estoy haciendo ahora, que para protegerme y no tener miedo a la muerte, echo mano de mis recuerdos, recreándome en los buenos. De los malos o los errores tan feos que he cometido, ahora, pido perdón a todos los que he hecho daño, y así me siento mejor, ya que tengo la posibilidad de hacerlo, quedándome en paz.
El resto del verano fue una de las temporadas más maravillosas que tengo en mi recuerdo, junto a mi hermana Cecilia que desde entonces jamás perdimos el contacto. Cada vez que yo estaba en un aprieto, allá que venía corriendo a socorrerme. Cuando me caía, me levantaba, y cuando más la necesitaba, al momento aparecía. Muchas veces me reprendía, haciéndome ver las cosa que yo hacía mal, pero luego me abrazaba y me perdonaba. Siempre me perdonaba. Esa era mi hermana Cecilia. Nunca me dio la espalda, y estuvo conmigo hasta el final de mis días. Y aunque no expresaba sus sentimientos, jamás me hizo falta, pues con los hechos, sobran las palabras. Ya lo decía mi madre, hechos son amores y no mil razones. Cuando el verano acabó, nos quedamos las dos sin trabajo. Era el mes de octubre cuando tuvimos que regresar a casa de nuestros padres.

                             

A TRAVÉS DE TI.- TORREMOLINOS.- Capítulo Dieciocho.- Séptima Parte.-




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Al otro día se presentó Alfredo dándome muchas explicaciones, disculpándose y que volviera. Me dijo que esa mujer no tenía importancia para él. Que sólo era un rollete de una noche loca, por que había bebido demasiado y ésta rubia despampanante lo había seducido. Que se encontraba muy solo y había sido una debilidad, pero que por favor lo perdonara, por que estaba muy enamorado de mí y no quería perderme. Por un momento pensé en cerrarle la puerta en las narices, pero estaba tan sumamente enamorada y tan apenada, que lo creí, y llorando me eché en sus brazos. Hicimos las paces. Mi hermana Cecilia, que no lo creía ni un pimiento, me aconsejó que éste tío era un pinta sin cuidado, y que tarde o temprano volvería a hacer lo mismo, por que, según ella, se le notaba en la cara que le gustaba mucho las mujeres, o sea que era un vicioso, y no era hombre de sólo una mujer. Como yo estaba desesperada, no le hice mucho caso y seguí con lo mío. Pero a partir de entonces, ya no estaba tranquila cuando regresaba a casa. Por las noches no podía dormir, y sin darme cuenta, los celos se adueñaron de mí, de tal manera, que ya no me fiaba de él. Continuamente pensaba que estaba en brazos de otra. Todas las chicas guapas que vivía a su alrededor, pensaba que eran sus amantes, y que cuando pasaban por su lado, se hacían señas. Siempre me estaba imaginando cosas raras, pero que me hacían mucho daño, por que en lo más hondo de mi alma sufría tanto que permanecía en un constante sin vivir. Adelgacé. Se me alargó la cara y me salieron unas ojeras abultadas y oscuras. Estaba neurasténica. Poco a poco fui dándole forma a una mujer que sólo existía en mi cabeza. No era feliz. Así que para confirmar mis sospechas, se me ocurrió la idea de espiarlo. Sufría de esquizofrenia, y mi hermana Cecilia me aconsejó que fuera a un psicólogo si no acabaría fatal de los nervios. No le hice caso. Urdí una estratagema. Un día entre semana, le dije que no podía ir al trabajo porque tenía que ir con mi hermana a arreglar unos asuntillos en Málaga. Inmediatamente, cogí el autocar y cuando llegué a Torremolinos, me encaminé hacia el estudio. Me escondí y así me tiré toda la santa mañana, y allí no ocurría nada, por que ni vi que salía, ni tampoco que entrara. Entonces me di cuenta de que me había equivocado y me tranquilicé pensando que ya no volvería a pensar mal de él nunca. Estaba tan contenta que entré en una cafetería a tomar un café, y lo vi sentado en un apartado muy acaramelado con una extranjera, que se me revolvieron todas las tripas. Ni lo pensé. Me encaminé hacia ellos, y dirigiéndome a él con los brazos en jarra, determinante le dije: ¡Y ahora qué! Se quedó blanco, sin habla, colorado, mudo. Seguí gritando, sin importarme la gente: ¡Que te den, que te den y que te den! Antes de salir, lo mandé a freír espárragos. Jamás en mi vida había sido tan tajante. Me quedé más a gusto que un marrano en un charco, ¡vaya que aliento más guay se me ha cruzado! Cuando llegué a casa, mi hermana me estaba esperando y le dije que no se le ocurriera decirme una palabra. Me eché en la cama y lloré todo lo que me dio la gana.


A TRAVÉS DE TI.- TORREMOLINOS.- Capítulo Dieciocho.- Sexta Parte.-




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Un viernes por la noche, antes de irse Juanita, le dije a mi hermana que quería pasar el fin de semana con Alfredo, además era su cumpleaños y decidí darle una sorpresa. Yo me llevé la gran sorpresa cuando lo pillé en la cama con una rubia extranjera, los dos enfrascado en el arte del bocado. Me quedé con la boca abierta. Salí pitando de allí, bajando los escalones de dos en dos. Llorando y corriendo llegué hasta un callejón que bajaba a la playa.  Me senté en la arena y dejé que las lágrimas cayeran sueltas. No ahorré ni un suspiro. Di rienda suelta a todas mis quejas y le dije a ese Dios, al que todo el mundo cree. A ese Dios Omnipotente y Todopoderoso, que se fuera con su royo a otra parte, y que estaba cansada de todo. Le eché en  cara todas mis quejas, echándole la culpa de mi desgraciada vida. Me quedé tirada en la playa toda la santa noche como un perro. Me abandoné a los brazos de la oscuridad, sin miedo a nada. Me dormí, y cuando me desperté me habían robado hasta las sandalias. No tenía dinero para volver a casa, ni siquiera podía avisar a mi hermana por teléfono para que no se preocupara por mí, cosa que hacía siempre, me quedara o no. ¡Pobrecilla lo que tuvo que sufrir! Así que me tragué mi orgullo y subí a casa de Alfredo a pedirle prestado dinero. Él quería darme explicaciones, pero sin mirarlo a la cara le dije que ya le devolvería todo, y que se metiera el clavel por el culo. Tenía tanta rabia, tanta amargura que me salió esa frase sin querer. Pero ahora que lo recuerdo siento un placer infinito, y al menos en éste momento me hace reír. Bajé de dos en dos los peldaños de prisa y corriendo para que no viera mis lágrimas, y cuando llegué a la calle  no ví el agujero que había en la acera. Me caí. Me desmayé. Llamaron a una ambulancia y me llevaron al hospital, y me vendaron la pierna derecha. Menos mal que no me había roto ningún hueso. Fue una herida superficial. Volví a casa y cuando mi hermana abrió la puerta, me recibió con los brazos abiertos. Pobrecita ella, ¡qué buena es! Siempre ha estado ahí, ayudándome. Hasta en los peores momentos de mi vida me tendió una mano, incluso ahora, en éste último aliento, la entreveo llorar y quiero decirle a través de ti, que esa sonrisa que yo tenía en los labios era porque sabía que ella estaba conmigo, a mi lado. Que no sufra y que piense que mirándola me dormí, relajada y feliz.
Llorando le conté a mi hermana todo lo ocurrido, y cuando le dije que me había quedado dormida en la playa, se echó las mano a la cabeza. Le prometí que jamás volvería a hacerlo, y pidiéndole perdón, nos acostamos abrazadas las dos esa noche. ¡Cuánto ha llorado por mí! Todavía recuerdo sus lágrimas rodando por su cara, las mismas que ahora ruedan por la mía. ¡Cómo me gustaría que se mezclaran algún día! Lágrimas de alegría… Lágrimas de amor entre dos hermanas que nunca se olvidan…

A TRAVÉS DE TI.- TORREMOLINOS.- Capítulo Dieciocho.- Quinta Parte.-




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Un sábado cualquiera de aquél verano, conocí en la playa de Torremolinos a un fotógrafo que era el hombre más guapo que había visto en mucho tiempo, y entre tonteo y tonteo, empezamos una relación impersonal de veraneo, pero que con el tiempo fue afianzándose hasta tal punto, que me dijo que abandonara la tienda de pintura y que me fuera a trabajar en su estudio. Accedí. Se lo comenté a mi hermana y como ganaba un buen sueldo, pude pagarme los gastos de locomoción, ya que tenía que coger el autocar cuatro veces entre idas y venidas. Al principio volvía para comer, pero poco a poco empecé a quedarme con él en su casa, y sin querer, incluso hasta por la noche, dejando a mi hermana sola. En aquél momento no me daba cuenta de que  lo pasaba mal, sobre todo por que temía por mí. A veces se lamentaba de que ni siquiera la avisaba. La pobre, sufría mucho y reconozco que me porté fatal, pero estaba tan enamorada que me cegó la pasión, y sin darme cuenta le hice mucho daño. En cierta ocasión se enfadó tanto conmigo que me dijo que me fuera de casa, aunque después se arrepentía. Me abrazaba y me decía que hiciera lo que quisiera. Cecilia era tan buena y tan comprensiva, que no sé cómo nos llevábamos tan bien, siendo tan diferentes. Ella era tan seria, tan decente y tan cerebral, y yo todo lo contrario. Ni era seria ni cerebral, más bien una cabeza loca. Así que decidí no volverme a quedar más en casa de Alfredo, pues así se llamaba mi guapo fotógrafo. Siempre me han chiflado los hombres guapos, y si hubiera tenido que elegir entre uno guapo y mujeriego, a un feo y leal, estoy segura que me habría inclinado por el guapo, aún sabiendo que lo iba a pasar mal. Eso lo descubrí a los treinta años, por que antes me guiaba más por los sentimientos del corazón. Se ve que las personas cambiamos mucho con la edad. Alfredo era alto, moreno, con una sonrisa encantadora. Era educado, elegante, además bailaba de maravilla y eso si que me encantaba. Siempre me estaba diciendo palabras bonitas y cuando llegaba a su apartamento, me tenía una rosa o clavel en un vaso con agua, y me decía que la había cortado para mí. ¡Me derretía! Era la mujer más feliz del mundo. ¡Qué equivocada estaba! Más tarde descubrí la realidad. Cecilia había invitado a la prima Juanita a que pasara unos días con nosotras ya que tenía un mes enterito de vacaciones. Durante ese mes, colaboró en los gastos de la comida, incluso, no dejaba que pagáramos a medias la comida cuando los fines de semana nos íbamos a la playa. Lo pasamos muy bien las tres, bueno, no, los cuatro. 



lunes, 27 de mayo de 2013

A TRAVÉS DE TI.- TORREMOLINOS.- Capítulo Dieciocho.- Cuarta Parte.-




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Nuria y Marisa, ¡menudas prendas que nos trajimos a casa! Y lo peor no era eso, si no que a Marisa también le gustaba los hombres, y Nuria tenía unos celos que la volvían loca de remate. Era una mujer violentísima que a la menor sospecha sacaba un cuchillo amenazando con matarla si la veía con un tío. Nuria era baja, morena, con el pelo cortado a lo garçon, y no tenía ni un gesto femenino. Era un marimacho de cuidado. En cambio, Marisa era alta, delgada, rubia de bote y guapísima, y todo lo contrario de su novia, femenina cien por cien. Entonces yo no comprendía que a una le gustara la carne y el pescado, frase que acabo de oír a uno que acaba de llegar a éste lugar tan aciago, donde hay una mescolanza de seres erráticos, que  por mucho que me empeñe en saber quién es quién, no doy pié con bolo, y lo único que puedo hacer es estar alerta y con buen ojo, por que los hay que son donantes de órganos, y cuando toca extraer alguno, los médicos forense no miran la inclinación sexual de nadie.
Marisa era tan femenina que una noche en la 

discoteca conoció a un ligón de esos que estaban 

tan de moda, y se lió con él de tal manera que no 

la dejaba ni a sol ni a sombra. Saturnino, que así 

se llamaba el ligón, era guardia civil y si Nuria era 

celosa, éste más. Estaba tan enamorado de Marisa 

que la perseguía por todas partes, incluso la 

espiaba tras la ventana. Entre los tres nos hicieron 

la vida imposible. Apenas podíamos dormir por 

las noches de las broncas y gritos. No pagaban el 

alquiler. Se comían nuestra comida. No ayudaban 

en la limpieza de la casa. Armaban tanto jaleo que 

hasta vino una noche la policía. Estábamos 

muertitas de miedo. Como no había manera de echarlas, al final tuvimos que irnos. Menos mal 

que en aquella época siempre se encontraba algo, 

aunque fuera una pensión de mala muerte. Por 

mediación del jefe de mi hermana, encontramos 

un pisito de alquiler bastante aceptable, pero como 

tuvimos que dar un depósito nos quedamos casi 

sin dinero. Pasamos verdaderas calamidades, 

incluso un poco de hambre. Una noche tan sólo 

teníamos un huevo para cenar y entre las dos, nos 

liamos a mojar el pan con la yema hasta que nos 

hartamos de pan. Cuando cobramos, entre que 

teníamos que pagar a la señora de la tienda de 

comestible que, menos mal que nos fiaba muchas 

veces, y los gastos de la casa, otra vez a pasar 

algunas penurias. Se nos iba el poco dinero que 

ganábamos entre las dos en ponernos al día. Todo 

estaba muy caro y apenas nos llegaba. Muchas 

veces pensé en volver a casa con mis padres, pero 

ella se negaba rotundamente por que sabía que 

allí, sí que no tenía nada que hacer. Decidió 

llamarlos y pedirles un poco de dinero. A los dos 

días se presentaron mis padres y nos llenaron la 

despensa de paquetes de lentejas, habichuelas y 

garbanzos, sal, azúcar y café, aparte de chorizo y 

salchichón. Se quedaron una semana corriendo 

con los gastos de la comida para los cuatro y se 

volvieron a marchar. A partir de entonces, las 

cosas empezaron a mejorar, pues poco a poco nos 

pusimos al día, y jamás volvimos a meter a nadie 

en nuestro hogar.

A TRAVÉS DE TI.- TORREMOLINOS.- Capítulo Dieciocho.- Tercera Parte.-




                                   -  3  -
Mis padres venían cargados de un buen suministro que habían comprado en el economato militar, y nos llenaron la despensa de legumbres y de embutidos. Fue en unos de los momentos que estábamos pasando por una mala racha.
Los sábados por la tarde y todo el día de domingos nos íbamos a la playa con una tortilla de patata, dos hermosos tomates, y un racimo de uva, siendo una de las temporadas más felices de mi vida. Montábamos en el autocar que iba a Torremolinos, tan de moda por aquellos años, y con la sombrilla a cuesta disfrutábamos del sol, de la arena y del mar. Antes de anochecer regresábamos exhaustas y coloradas como gambas. Al otro día, de nuevo a trabajar felices y contentas de estar tan unidas. Mi hermana me adoraba, y entre las dos sacamos lo mejor de nosotras, ayudándonos mutuamente. Nunca olvidaré aquella etapa de mi vida, donde las colas de turistas españoles y extranjeros, esperaban pacientemente en la parada, mientras Cecilia y yo no parábamos de reír al ver a las inglesas, sobre todo, coloradas como tomates. Éstas venían de un clima tan opuesto al nuestro que se tiraban horas y horas echadas en la arena cara al sol. Las había que hasta presentaban quemaduras, cosa que con el tiempo les pasaría factura como ya sabemos todo el mundo. Los autocares Portillos siempre abarrotados de alemanes, ingleses y franceses. Gracias a ellos, restaurantes y hoteles hicieron su agosto durante muchos años.
En la playa conocimos a dos chicas que vendían un pequeño artilugio que mondaba las patatas en finísimas rodajas. Las dejaba igual que las de los paquetes esos que venden en los supermercados. Su jefe era un busca vida, que se aprovechaba de todas las mujeres que se les ponía por delante, y las tenía adiestrada en la forma de vender. Una mostraba el artículo en la calle subida en una caja de madera mondando la patata, y cuando la gente la rodeaba, la otra hacía de gancho comprando uno, y así se hartaban de vender. Ellas ganaban según vendían, llevándose él la mayor parte, pues las pobres chicas estaban de sol a sol para conseguir unas pesetas. Cuando ya la conocían por éste artilugio, seguían con unos bañadores, que podía ponerse delante de toda la gente. Mientras una llevaba la bolsa repleta de éstos triquinis, ese era su nombre, la otra, casi siempre era la que tenía mejor tipo, se los iba colocando uno encima del otro, haciendo unos gestos con los brazos y dando vueltas sobre sí misma. Parecía una azafata del aire cuando explican las cosas en caso de accidente de avión. Era una pieza que ella empezaba atándose a la cintura, por detrás, para después sacárselo entre las piernas y luego sujetaban en el cuello, al mismo tiempo que si querían, se lo enroscaba y bajaban otra vez a la cintura, dejándose la parte de arriba del bikini que ese día llevara puesto. Era cómodo y económico, y de éstos vendieron muchísimo y hubo un verano que era raro no ver a una jovencita con él paseando por la orilla. La gente se amontonaba a su alrededor y de ese modo vendieron un montón. Después pasaron a las grandes pañoletas, esas que se enrollaban en el cuerpo como si fuera un vestido. Si finalmente el negocio iba mal, el jefe las echaba, dejándolas en la calle. El caso es que las conocimos en la playa un día de verano, y al oír su historia, le dijimos que se vinieran a nuestra casa que era muy grande y así nos ayudaría en los gastos de la casa. Y ahí empezó nuestro verdadero tormento, porque lo que no sabíamos es que eran lesbianas. A nosotras no nos importaba, pero que si nos lo hubiera dicho, seguro que no habríamos aceptado. En aquella época no estábamos tan preparadas como ahora y éramos un poco remisas en ese aspecto. El caso es que pasamos los peores días de aquél verano, ya que no había día, tarde o noche que no hubiera escándalos y peloteras.

A TRAVÉS DE TI.- TORREMOLINOS.- Capítulo Dieciocho.- Segunda Parte.-




                              -  2  -


Rosario, que así se llamaba la hija, era profesora 

en el instituto, se había acomodado a su soltería. 

No le faltaba nada, y desde que su padre enviudó 

lo había cuidado como si fuera su hijo él, en vez 

de ella. Era una mujer risueña y encantadora, que 

siempre estaba canturreando canciones 

desentonando y confundiendo las letras, cosa que 

le hacía mucha gracia a Cecilia. Estaba 

completamente adaptada a su vida. Nada más ver a 

mi hermana le buscó un trabajo enseguida, ya que 

conocía a mucha gente que le debían algunos 

favores, haciendo la vista gorda en algunos 

exámenes de sus alumnos para que pasaran al otro 

curso. Cosa sin importancia según ella, ya que los 

chicos eran buenos estudiantes, pero que había 

asignaturas que se les atravesaban, y solamente 

por eso, los aprobaban. Cecilia y ella hicieron 

buenas migas, y al cabo de un mes, Rosario le 

confió el secreto mejor guardado, rogándole que 

por favor nunca se lo dijera a nadie, y menos a su 

padre que sólo tenía halagos para ella poniéndola 

en un altar. Hacía lo que le daba la gana, cuando 

quería, como quería y con quién quería. O sea, que 

salía todos los sábados a bailar a una discoteca 

muy famosa por entonces en Torremolinos, y en 

el momento que le echaba el ojo a un tío guapo, 

mejor si era extranjero, esa noche caía en sus 

brazos, y después si te he visto no me acuerdo, 

viviendo la vida a tope. Siempre quedaba con una 

compañera del instituto, soltera también que se 

conocían desde  niñas. Cuando más tarde mi 

hermana me lo contó, ahí me di cuenta del por 

qué canturreaba tanto la primita. El caso es que la 

colocó enseguida de dependienta en una tienda 

donde vendían pinturas para las paredes, pero en 

aquél momento estaba muy de moda el papel 

decorativo, y no había piso que no estuviera empapelado. Ante tal demanda, se necesitaban dependientes y de este modo entré a formar parte 

del personal. Es por eso que cuando llegué y 

empezamos a ganar dinero, que no era demasiado, 

pero sí suficiente para independizarnos, buscamos 

un sitio baratito, por que dos hermanas allí era 

abusar de las buenas personas. Cuando cobré la 

primera paga, hicimos la maleta y nos mudamos a 

un barrio muy humilde, entre callejuelas, donde 

había una hilera de casa de dos plantas, antiguas y 

viejas, pero que en aquellos momentos era lo más 

barato que había en Málaga, y que estaba a nuestro 

alcance. Dicha casa nos la dejó un inquilino, que 

por motivo de trabajo tenía que marcharse 

urgentemente, y nos la realquiló a un precio 

módico. La casa tenía cuatro habitaciones arriba 

con dos camas cada una, y un cuarto de aseo 

completo. Abajo un salón comedor enorme, una 

cocina con una despensa, un aseo chiquito y un 

patio, y aunque las paredes estaban llenas de 

manchones por la humedad, a nosotras no nos 

importaba por que en el fondo sabíamos que sería 

pasajera nuestra estancia allí. Todavía me acuerdo 

cuando vinieron mis padres una semana, lo que le 

gustó a mi madre. Se quedó encantada, sobre todo 

por que no tenía que hacer sus necesidades arriba, 

ya que en aquél momento estaba gordita, y le 

dolía mucho las rodillas al subir los escalones. 

Pobrecita, ¡cuánto me acuerdo de ella ahora! Si 

supiera la cantidad de gente que llega en ese 

estado. Aquí hay muchos gordos y gordas. Más 

bien son obesos, y a casi todos les da algo 

relacionado con el sobrepeso. Hay algunos que 

para moverlos tienen que venir por lo menos tres 

o cuatro enfermeras, y casi siempre lo hacen 

quejándose y hasta se les escapa algún taco. Yo lo 

oigo todo por que aún sigo latente, y a veces me 

dan ganas de tirarle de los pelos, pero seguro, 

seguro que se llevarían un susto de espanto, cosa 

que, gracias a mi estado ni me inmuta. Aquí se 

aprende mucho a controlar, por que se tiene que 

estar constantemente esquivando a los alientos 

que todavía siguen pululando entre estertores. 

A TRAVÉS DE TI.- TORREMOLINOS.- Capítulo Dieciocho.- Primera Parte.-




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Si, me fui a la costa a cambiar de aires. A dar a mi vida un giro de noventa grados. Sentía que los años se me echaban encima y seguía como al principio. Iba camino de los treinta años, veintiocho tenía en aquellos momentos, y toda una vida por delante. A pesar de todo sentía unas renovadas ganas de vivir, así que como mi hermana Cecilia estaba en Málaga trabajando en un comercio y estaba parando en casa de un hermano de mi padre, le pedí que por favor les dijera si podía estar unos días con ellos hasta que encontrara algo para mí. Me dijo que me fuera lo antes posible, que no había problemas. ¡Qué buena era y es mi hermana! Lo primero que hice fue buscar un trabajo, que por cierto, en aquellos momentos había a punta pala, no como actualmente, pues vagando por este diáfano tránsito, de vez en cuando me tropiezo con algún alma en pena que aún no se ha dado cuenta que acaba de caer de un andamio, y por el camino al otro lado, va mascullando que, qué suerte ha tenido en colocarse de albañil con la crisis que hay. Y mire usted por dónde, al pobre no le ha dado tiempo ni de enterarse de lo espachurrado que se ha quedado en el pavimento.
Mi hermana Cecilia tenía diecinueve años entonces y lo mismo que yo, se había ido a la costa a buscar trabajo. Después de dejar el bachiller a medias, a los dieciséis años se sacó el graduado escolar, yendo por las noches a un colegio cerca de casa, donde había ido yo antes de casarme. Una vez que lo tuvo, lo guardó en un cajón, y se dedicó a perder el tiempo todo un año saliendo y entrando con las amigas, sin hacer nada, hasta que algunas de éstas se colocaron, o se echaron novio, dejándola más sola que la una, y casi siempre encerrada en casa. De vez en cuando quedaba con una prima nuestra, hija de una hermana de mi padre que hacía poco se había trasladado del pueblo, y desde que se conocieron hicieron muy buenas migas, siendo desde entonces inseparables. Juanita, que así se llamaba mi prima se colocó poco después en una residencia de ancianos quedándose de nuevo sola y aburrida, pues ésta hermana mía era una persona muy correcta en sus actos y también muy tímida para salir con los chicos. La verdad es que jamás tuvo un novio, y el primero que le salió, más tarde fue su marido. Es por ese motivo por lo que decidió buscarse la vida en la costa ya que había mucha demanda de trabajo. De todos modos era una persona muy responsable a la que no le gustaba perder el tiempo, y pensaba que si seguía en casa de mis padres, se le pasarían los años sin hacer nada. En aquellos momentos, mi padre ya estaba jubilado. Pasó a clases pasivas a los cincuenta y dos años, muy joven todavía, así que la acompañó hasta Málaga por que allí vivía su tío Juan, hermano de su madre, viudo, que muy amable le ofreció su casa. Vivía con su hija, una solterona empedernida, según ella por que quería, ya que el novio que tuvo había tenido un accidente de coche matándose en el acto, y desde entonces, todos los hombres habían terminado para ella.

sábado, 25 de mayo de 2013

A TRAVÉS DE TI.- CASAMIENTO.- Capítulo Diecisiete.- Cuarta Parte.-




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Decidí irme lo más lejos posible. Hablé con Rafael diciéndole que quería dejarle, pero él me dijo que le diera otra oportunidad, que cambiaría y que a partir de entonces sería una nueva persona. Así que me quedé en casa, sabiendo de antemano, que mi marido no tenía la culpa, si no yo, por que realmente no me llenaba para nada, por que lo que yo necesitaba era sentir algo. Necesitaba pasión de amor. Ahora, sé que la pasión se va un poco con los años, pero cuando una se casa enamorada, el amor persiste toda la vida, y yo cometí tal error en casarme con él. Me siento tan mal en éste preciso momento que lo escribo con todo detalle. Me gustaría que nadie cometiera ese error, por que quizás yo tuve la culpa de que él se diera a la bebida. De todos modos seguí un año más a su lado, pero todo esfuerzo por parte de ambos fueron inútiles, y finalmente me dí por vencida, y una tarde cualquiera de primavera, me senté frente a Rafael y le planteé todos mis sentimientos. Gracias a Dios que por una vez en la vida fui una mujer valiente y sincera. Lo único que le preocupaba, por que así me lo confesó, era que, qué iban a pensar sus compañeros del ejército por que lo que más temía Rafael, era que se dijera que yo me había ido con otro, y eso no lo podría superar nunca. O sea, que lo que menos le preocupaba era ser un cornudo de verdad, si no que sus amigos se rieran de él ridiculizándolo. Ni siquiera le contesté por que era obvio que jamás nos íbamos a entender. No comprendía nada, era un bruto, un porrino y un primitivo. No sé cómo había salido de la academia de Zaragoza de teniente teniendo la mente tan limitada. No veía más allá de sus narices. Y yo no es que tuviera muchos estudios, no, pero tenía una mentalidad mucho más abierta que la de él, y pensaba de una manera muy diferente a la suya. Definitivamente lo tenía más claro que nunca. No podía desperdiciar mi vida junto a él. Así que lo miré a los ojos y qué sería lo que viera en mi rostro, que no dijo ni una palabra y agachando la cabeza se marchó de mi lado. Mientras doblaba la ropa lo oí sollozar y sentí mucha pena, y por una décima de segundo, me dieron ganas de deshacer la maleta. Pero no. Esta vez no me volvería atrás. Cuando le dije adiós, ni si quiera me miró, tan sólo me ofreció un sobre de dinero que acepté para los primeros gastos. Fui a casa de mis padres para despedirme. Pusieron el grito en el cielo, y como no sabían nada de las palizas, trataron de persuadirme para que volviera a casa, ya que tarde o temprano me arrepentiría, y además, que qué iba a hacer ahora. Mi madre, la pobre no paraba de llorar, y mi padre, que hay que ver, que te vas a quedar en la calle, que perdería todos mis derechos por abandono de hogar y que no podría reclamar nada, que me quedaría sin paga con lo bien que ganaba, y que el matrimonio era sagrado y lo que ha unido Dios, no lo podría separar el hombre, que si patatín y que si patatán y una serie de cosas que prefiero olvidar. Mi madre seguía llorando al mismo tiempo que me tildaba de loca, de tonta y de que tenía que tener paciencia por que a los hombres había que aguantarlos, y si no que no me hubiera casado. ¿Qué te creías? Que el matrimonio era un caminito de rosa. Mírame a mí, que he tenido que aguantar con tu padre carreta y carretones, con la paciencia del santísimo Job. Al final tuve que contarle lo del maltrato. Se quedaron mudos. Ya no insistieron más. Les rogué que le preguntaran a Cecilia si tenía una cama para mí, por que pensaba ir hacia allí.
Cecilia estaba en Málaga trabajando en una tienda de pintura. Abracé a mis padres, a mis hermanos y con más miedo que siete vieja, me fui andando por el filito de la carretera. No quería gastar el poco dinero que tenía así que decidí hacer auto stop. Entonces se estilaba mucho ese medio de locomoción, y no era raro ver a más de uno en el borde de la carretera con la mano alzada. Mientras caminaba para atrás con mi maleta acuesta, pasó un autocar lleno de pasajeros, y me pareció ver el rostro de Gabriel mirando por la ventanilla, y por un momento pensé que me estaba saludando con la mano, porque la agitaba de una manera escandalosa. Al cabo de dos horas se paró un Seat Seiscientos. Lo conducía un chico con los pelos largos y desgreñados, pero como iba una jovencita a su lado, me subí. Otro error por mi parte, ya que cuando íbamos por un camino solitario, les dije que pararan para hacer una necesidad imperiosa entre unos montículos, y muy amablemente me dijeron que me tomara mi tiempo, que me esperarían. Antes de darme cuenta, salieron pitando, no sin antes lanzarme la cartera vacía de dinero, pero al menos con el carnet de identidad. Fue todo un detalle. Me dejaron sola y sin nada. ¡Cuánto lloré, madre mía! Allí me quedé desconsolada. Sin dinero, sin maleta, sin ropa. Me senté en una piedra llorando como una niña chica,  asustada temiendo que llegara la noche, por que entonces me moriría de miedo. Me acordé de mis padres, de mis hermanos, hasta de Rafael. Pensé incluso que prefería estar a su lado, aunque me pegara, antes de estar perdida toda una noche oscura. Al cabo de una hora paró un camión. Mandé a Rafael a freír espárragos al momento. Me miró con una sonrisa de oreja a oreja y ladeando la cabeza me invitó a subir. Me subí y le conté mi historia, hartándome de llorar para que tuviera compasión. Jamás en mi vida había hablado tanto y desahogado. Para mí fue una auténtica terapia de vida. No desperdicié ni un detalle. Parecía que me había quitado una losa de mil kilos de las espaldas. Me quedé tan a gusto y me relajé tanto que creo que me dormí. Paramos por el camino y me invitó a cenar y cuando el mar se abrió ante mí, todas las estrellas del cielo iluminaron mi alma, y dándole las gracias comencé una nueva vida en la costa del Sol.

                                 

A TRAVÉS DE TI.- CASAMIENTO.- Capítulo Diecisiete.- Tercera Parte.-




                                   -  3  -
A la mañana siguiente me levanté algo mareada. Me miré al espejo. Apenas podía reconocerme. Toda mi cara marcada. Moratones por todas partes. Parecía un mapa. Una pelota inflada a medias. Los labios abultados y por una de las comisuras, todavía sangre reseca. Mis ojos como dos globitos hinchados. El derecho ni siquiera lo podía abrir. Eran dos líneas pequeñas. Las lágrimas afluyeron a mi rostro de tal manera que no las podía detener. Me senté en el inodoro y estuve llorando horas y horas. Sentí tanta lástima de mí, que me quedé toda la santa mañana pensando en lo desgraciada que era. Además ¿dónde iba a ir con esa cara? Las vecinas se darían cuenta enseguida de que mi marido me pegaba, y se liarían a chismorrear de lo lindo, y yo la verdad no le quería dar ese gusto, así que estuve pensando de qué manera podía pasar desapercibida. Menos mal que no tenía que soportar la mirada de Rafael, ni sus asquerosas manos sobre mi cuerpo, ni su apestoso aliento. Así que después de dos días sin asomarme siquiera a la terraza lavadero a tender la ropa, ya que la vecinita de al lado estaba al loro, ¡anda… otra expresión nueva! Seguro que algún aliento de hoy en día se ha cruzado con el mío…
Al cabo de una semana empecé a encontrarme mejor, o sea, la hinchazón bajó, los moratones se enverdecieron un poco y con la polvera cubrí todo lo que se podía camuflar, de tal manera, que entre las gafotas oscuras y el pañuelo en la cabeza, disimulaba  y cuando regresó el pelmazo, por que a esta altura de la poca vida que me queda, digo todo lo que mi pobre aliento quiera, tenía la cara como nueva. En cambio la convivencia entre mi marido y yo, cada vez peor. No tenía arreglo. Todo lo que Rafael me había prometido antes de irse no duró ni una semana…Todas las noches me acostaba asustada esperando su llegada. Hubo un momento en que ya no pude aguantar más, y una de las múltiples veces que me quería violar, me lancé berreando como una fiera hacia él con los ojos cerrados y empecé a golpearle en el pecho y a arañarle la cara. ¡Lo hinché a patadas! Era como una fiera acorralada. A partir de ahí, empezó a guardarme las distancia. A temer mi reacción, y antes de insultarme o pegarme, ya sabía que yo no me iba a quedar quieta, y le dije que si me volvía a tocar le sacaba los ojos. En cierta ocasión hizo ademán de darme un bofetón, le tiré un zapato dándole con el tacó en mitad de la cabeza, que le salió hasta sangre. Me quedé tan tranquila, porque yo era una rebelde de la vida. Siempre lo he sido y lo seré, incluso ahora. En este momento que mi alma va a la deriva, siento tal rebeldía, que si pudiera me levantaba del lecho, o sitio en el cual aún siento que soy, lo que ocurre es que tengo un miedo que te cagas, ¡vaya! Perdón por la expresión. Yo no hablo así, y creo que me he pasado siete pueblos. Debe ser que en mi vagar diario, se ha intercalado algún ser errático de estos años. Seguro que se ha enredado por los hilos plateados que separa la vida de la muerte. Me siento tan liviana en el peso, que parece que volara por el pensamiento, no ya por el aire, si no en el destiempo donde no existe temperatura, ni aire ni viento, tan sólo el sentimiento de la duda que ronda la locura. Tengo tal rebeldía en este estado de laxitud, que hasta me desdoblo en cualquier espíritu que, igual que yo, tiene asignaturas pendientes que resolver, y por eso quiero transmitir a través de ti, que todos los pecados que cometí los hice por amor, sólo por amor.

A TRAVÉS DE TI.- CASAMIENTO.- Capítulo Diecisiete.- Segunada Parte.-




                                -  2  -

Una noche llegó borracho como una cuba y empezó a insultarme, a pegarme y hasta me violó. A partir de entonces era raro que no llegara bebido, y cuando se acercaba a mí, su aliento apestaba a alcohol. ¡No podía soportarlo! ¡Me daba asco! Sentía un rechazo tremendo. Ya no podía disimular más. Cada día lo veía más feo, y aunque cuando lo conocí no lo era tanto, la bebida y el mal humor le cambiaron el gesto. No sé por qué se me ocurrió casarme con él. Creo que era por temor a quedarme soltera, y por mis padres que de esa manera tendría una boca menos que alimentar, además pensaba que el amor vendría con los hijos. Lo evitaba, hacía todo lo posible por quedarme dormida. Otras veces le decía que me dolía la cabeza, un montón de excusas con tal de que no me tocara. Él se daba la vuelta y no decía nada, pero cuando venía borracho, no paraba de gritar y de vociferar hasta que despertaba a todos los vecinos del bloque. Yo me echaba a temblar. Estaba tan asustada, que no sabía qué hacer. No me atrevía a contárselo a nadie de la vergüenza que me daba. Para mí era una auténtica humillación el que se enterara alguien de mi entorno social, y lo llevaba completamente en el más puro de los secretos. Tampoco quería que ninguna de las vecinas del bloque sospechara nada, y cuando salía del piso, procuraba que ni se me oyera, por que más de una vez, bajando las escaleras, escuchaba hablar a la vecina de la otra planta, y cuando pasaba se callaban inmediatamente, mirándose entre ellas, y dándome los buenos días con retintín. Seguro, seguro, que habrán oído a Rafael más de una noche gritar cuando llegaba bebido. El caso que después de pensarlo muchas veces me confié con una amiga contándole una historia que no tenía nada que ver conmigo. Le dije que a Rafael se le había escapado la mano en un momento en que estábamos discutiendo, y que al insultarlo, me dio un pequeño bofetón. Entonces ella empezó a reírse y me dijo que eso era lo normal. Además, ¿qué hombre no ha pegado más de una vez a su mujer? Un guantazo más o menos es una cosa muy natural. Ahí me di cuenta de que no podría decirle toda la verdad. Ya me costó lo mío inventarme esa tontería, pasando el peor trago de mi vida, para encima tener que pasar por la vergüenza de la pura realidad. De todos modos, mi amiga no tenía nada que ver conmigo en nada. Seguramente, sería tan desgraciada como yo, y lo aceptaba tal cual. Yo era muy diferente y ni quería ni podía permitir a Rafael que siguiera pegándome. Así que durante un tiempo seguí soportando a Rafael, hasta que le planté cara diciéndolo que lo quería abandonar. Se quedó enfrente de mí mirándome de arriba abajo, y con toda la desfachatez del mundo me dijo que si yo tenía agallas de dejarlo, me daba la paliza más grande de toda mi vida. Al mismo tiempo me insultaba las palabras más fuertes y feas que por respeto no repito. Me enfrenté a él y con los brazos en jarras y mirándolo a la cara le dije que me iba al otro día. Se lanzó hacia mí como un animal salvaje. Me arrastró por los pelos a lo largo del pasillo y me estampó contra la pared. Me dio más de mil puñetazos, no sé cuántos, pero fueron muchos, muchos… Yo trataba por todos los medios de cubrirme el rostro con las manos… Desfallecí. Me caí al suelo. Perdí la noción del tiempo y cuando pude medio levantarme, tambaleándome me fui a la cama sin cenar llorando y lamentándome de mi mala suerte. Al cabo de una hora, llegó Rafael y me abrazó pidiéndome perdón. Me dijo que me quería más que a nadie en el mundo y me rogó que le diera una nueva oportunidad. Me suplicó que volviéramos a intentarlo y me prometió que jamás volvería a ponerme las manos encima. Que se iba de maniobras y que cuando volviera hablaríamos. Le creí y cedí. No duró ni dos meses. Volvió a beber y a pegarme. Fue un auténtico infierno lo que yo viví.