miércoles, 29 de mayo de 2013

A TRAVÉS DE TI.- TORREMOLINOS.- Capítulo Dieciocho.- Quinta Parte.-




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Un sábado cualquiera de aquél verano, conocí en la playa de Torremolinos a un fotógrafo que era el hombre más guapo que había visto en mucho tiempo, y entre tonteo y tonteo, empezamos una relación impersonal de veraneo, pero que con el tiempo fue afianzándose hasta tal punto, que me dijo que abandonara la tienda de pintura y que me fuera a trabajar en su estudio. Accedí. Se lo comenté a mi hermana y como ganaba un buen sueldo, pude pagarme los gastos de locomoción, ya que tenía que coger el autocar cuatro veces entre idas y venidas. Al principio volvía para comer, pero poco a poco empecé a quedarme con él en su casa, y sin querer, incluso hasta por la noche, dejando a mi hermana sola. En aquél momento no me daba cuenta de que  lo pasaba mal, sobre todo por que temía por mí. A veces se lamentaba de que ni siquiera la avisaba. La pobre, sufría mucho y reconozco que me porté fatal, pero estaba tan enamorada que me cegó la pasión, y sin darme cuenta le hice mucho daño. En cierta ocasión se enfadó tanto conmigo que me dijo que me fuera de casa, aunque después se arrepentía. Me abrazaba y me decía que hiciera lo que quisiera. Cecilia era tan buena y tan comprensiva, que no sé cómo nos llevábamos tan bien, siendo tan diferentes. Ella era tan seria, tan decente y tan cerebral, y yo todo lo contrario. Ni era seria ni cerebral, más bien una cabeza loca. Así que decidí no volverme a quedar más en casa de Alfredo, pues así se llamaba mi guapo fotógrafo. Siempre me han chiflado los hombres guapos, y si hubiera tenido que elegir entre uno guapo y mujeriego, a un feo y leal, estoy segura que me habría inclinado por el guapo, aún sabiendo que lo iba a pasar mal. Eso lo descubrí a los treinta años, por que antes me guiaba más por los sentimientos del corazón. Se ve que las personas cambiamos mucho con la edad. Alfredo era alto, moreno, con una sonrisa encantadora. Era educado, elegante, además bailaba de maravilla y eso si que me encantaba. Siempre me estaba diciendo palabras bonitas y cuando llegaba a su apartamento, me tenía una rosa o clavel en un vaso con agua, y me decía que la había cortado para mí. ¡Me derretía! Era la mujer más feliz del mundo. ¡Qué equivocada estaba! Más tarde descubrí la realidad. Cecilia había invitado a la prima Juanita a que pasara unos días con nosotras ya que tenía un mes enterito de vacaciones. Durante ese mes, colaboró en los gastos de la comida, incluso, no dejaba que pagáramos a medias la comida cuando los fines de semana nos íbamos a la playa. Lo pasamos muy bien las tres, bueno, no, los cuatro. 



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