- 2 -
No sé en qué momento se volvió tan celoso, pero llegó un instante, que
mi vida junto a él fue insoportable, tanto que finalmente tuve que dejarle. ¡Imposible!
Me seguía a todas partes, me espiaba, me acosaba. No había manera de que
pudiera comprender de que yo ya no lo quería. Todo el amor que había sentido
una vez por él se esfumó como por encanto y por mucho que le dijera, no atendía
a razones. Estaba tan cegado por los celos que, andando por la calle, de
repente apareció frente a mí. Me paró y me agarró por los hombros. Me gritó que
me quería y que no podía vivir sin mí. Forcejeamos. Me zarandeó, me besó en los
labios. Lo aparté empujándolo y cayó de rodillas. Llorando me pidió perdón,
prometiéndome que no volvería a pegarme. Me abrazó las piernas, de tal manera
que no podía desasirme, impidiéndome el caminar. Me besó todo lo que su boca
alcanzaba. Me dio pena, mucha pena. Lo vi pequeño, muy pequeño. Me arrodillé y
lo levanté. Lo abracé y le dije que lo perdonaba pero que ya no sentía nada por
él, por que había matado mi amor con sus dichosos celos, además infundados.
¡Pobre Joaquín! No quería admitirlo e insistía que le diera otra oportunidad.
Accedí. Accedí a sus deseos y empezamos de nuevo. Me equivoqué. Joaquín no
había cambiado en nada. Tan sólo estuvo medio qué una semana, pero pasado esos
días otra vez volvió a sentir unos celos que lo consumían de noche y de día,
imaginando siempre lo peor de mí. Que si andaba contoneándome, que si miraba a
los demás chicos cuando bailábamos, que si era una provocadora, que si vestía
escotada, que si corta, que si enseñaba las piernas cuando las cruzaba, y una serie
de cosas que ya no podía aguantar más. Así que una tarde que estábamos
caminando por la playa le dije alto y claro que no podíamos seguir de esa
manera por que tanto él como yo, éramos unos desgraciados, y yo sólo quería
estar contenta, que me hiciera reír y no sufrir, y que tarde o temprano, eso
iba a estallar por que quería ser feliz, y él no sabía quererme bien. No
entendió nada. Ni me escuchó. Estuvo todo el rato asintiendo con la cabeza
mecánicamente, por que en lo único que pensaba era en que no lo dejara. Decía
que sí, sí, sí, pero como si nada. Me tenía las manos agarradas fuerte, fuerte,
al mismo tiempo que me atraía hacia él. No sé de donde saqué las fuerzas, pero
me giré, y me solté, casi me caigo, pero salí corriendo gritándole al viento
todo mi tormento. Joaquín salió detrás, entonces me metí en el agua
amenazándole que si me seguía me iría para el fondo hasta ahogarme. Me alcanzó
y me levantó de la cintura, y aún revolviéndome entre sus brazos, logró sacarme
del agua. Nos tumbamos en la arena, y en un descuido, porque yo estaba
tosiendo, se echó en lo alto mía y me repitió más de mil veces que lo
perdonara, que me quería y que si le dejaba, se moriría. Mientras yo, debajo de
él, casi me ahogo y por quitármelo de encima le dije, que vale. Por lo que más
quiera, Joaquín, que me estoy asfixiando, que no puedo respirar, le dije como
pude, por que la voz no me salía del pecho. Creo que se asustó un poco. Me
compuse como pude y regresamos a casa en silencio. Al otro día lo dejé, ya si
que lo dejé. Le dije que lo nuestro se había acabado y que jamás volvería a
darle otra oportunidad, y que me dejara en paz de una vez por todas.
Durante un tiempo me quedé encerrada en casa a ver
si de esta manera se olvidaba un poco de mí, pero cuando volví a salir, empezó
de nuevo a acosarme, incluso me plantaba cara, provocándome de tal manera, que
más de una vez tuve que suplicarle que por favor me dejara, que todo había
acabado, que no lo quería, que no sentía nada por él. ¡Imposible! Así estuvo durante una temporada, vigilando mi
casa. Desde las seis de la tarde hasta las nueve y las diez de la noche. Se
paraba en la esquina y allí que se quedaba como si fuera una estatua. Ni
siquiera podía asomarme a la ventana por si me veía, así que le decía a Cecilia
que se asomara para ver si veía a un chico alto y rubio allí parado, y la pobre
me decía que había un hombre fumando en la esquina y que no paraba de mirarla.
Pobrecilla, se creía que era a ella. Al cabo de los meses, se cansaría por que
una tarde ya no estaba, y la otra tampoco. Pensé que ya se había dado por
vencido y poco a poco, empecé a salir, por que iba a criar telarañas, como
decía mi madre. Nada más poner un pie en el portal, no sé de donde salió, pero
de repente sentí que alguien me sujetaba por los brazos, me atrajo hacia sí y
empezó a abrazarme y a besarme. Forcejeamos. Me mordió en los labios, hasta me
hizo sangre. Yo no quería gritar para que no me oyera nadie, además me daba
mucha vergüenza de que los vecinos se enteraran, así que me dejé besar hasta que
se hartó. Cuando apartó sus labios de los míos, le rogué casi de rodillas que
me soltara. Que teníamos que hablar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario