miércoles, 29 de mayo de 2013

A TRAVÉS DE TI.- TORREMOLINOS.- Capítulo Dieciocho.- Sexta Parte.-




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Un viernes por la noche, antes de irse Juanita, le dije a mi hermana que quería pasar el fin de semana con Alfredo, además era su cumpleaños y decidí darle una sorpresa. Yo me llevé la gran sorpresa cuando lo pillé en la cama con una rubia extranjera, los dos enfrascado en el arte del bocado. Me quedé con la boca abierta. Salí pitando de allí, bajando los escalones de dos en dos. Llorando y corriendo llegué hasta un callejón que bajaba a la playa.  Me senté en la arena y dejé que las lágrimas cayeran sueltas. No ahorré ni un suspiro. Di rienda suelta a todas mis quejas y le dije a ese Dios, al que todo el mundo cree. A ese Dios Omnipotente y Todopoderoso, que se fuera con su royo a otra parte, y que estaba cansada de todo. Le eché en  cara todas mis quejas, echándole la culpa de mi desgraciada vida. Me quedé tirada en la playa toda la santa noche como un perro. Me abandoné a los brazos de la oscuridad, sin miedo a nada. Me dormí, y cuando me desperté me habían robado hasta las sandalias. No tenía dinero para volver a casa, ni siquiera podía avisar a mi hermana por teléfono para que no se preocupara por mí, cosa que hacía siempre, me quedara o no. ¡Pobrecilla lo que tuvo que sufrir! Así que me tragué mi orgullo y subí a casa de Alfredo a pedirle prestado dinero. Él quería darme explicaciones, pero sin mirarlo a la cara le dije que ya le devolvería todo, y que se metiera el clavel por el culo. Tenía tanta rabia, tanta amargura que me salió esa frase sin querer. Pero ahora que lo recuerdo siento un placer infinito, y al menos en éste momento me hace reír. Bajé de dos en dos los peldaños de prisa y corriendo para que no viera mis lágrimas, y cuando llegué a la calle  no ví el agujero que había en la acera. Me caí. Me desmayé. Llamaron a una ambulancia y me llevaron al hospital, y me vendaron la pierna derecha. Menos mal que no me había roto ningún hueso. Fue una herida superficial. Volví a casa y cuando mi hermana abrió la puerta, me recibió con los brazos abiertos. Pobrecita ella, ¡qué buena es! Siempre ha estado ahí, ayudándome. Hasta en los peores momentos de mi vida me tendió una mano, incluso ahora, en éste último aliento, la entreveo llorar y quiero decirle a través de ti, que esa sonrisa que yo tenía en los labios era porque sabía que ella estaba conmigo, a mi lado. Que no sufra y que piense que mirándola me dormí, relajada y feliz.
Llorando le conté a mi hermana todo lo ocurrido, y cuando le dije que me había quedado dormida en la playa, se echó las mano a la cabeza. Le prometí que jamás volvería a hacerlo, y pidiéndole perdón, nos acostamos abrazadas las dos esa noche. ¡Cuánto ha llorado por mí! Todavía recuerdo sus lágrimas rodando por su cara, las mismas que ahora ruedan por la mía. ¡Cómo me gustaría que se mezclaran algún día! Lágrimas de alegría… Lágrimas de amor entre dos hermanas que nunca se olvidan…

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