martes, 21 de mayo de 2013

A TRAVÉS DE TI.- MADRID.- Capítulo Quince.- Tercera Parte.-




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Durante todo el mes que estuve con ellos, jamás me dijo una palabra bonita de sus hermanos. Si uno era listo y tenía un buen trabajo, sentía una envidia tan grande que se las ingeniaba de tal manera para desmerecer cualquier esfuerzo que hiciera. No se alegraba de que sus sobrinos estuvieran bien. A todos les sacaba un defecto. Para ella los más guapos, los que estudiaban más y los más decentes eran sus hijos. Continuamente me decía que le contaban todo, y que Rosa, su hija no tenía secretos para ella. Además que Eustaquio estaba terminando la carrera de derecho, y que se iba a forrar de dinero, como uno de los mejores abogados de Madrid. Lo tenía todo planeado. Cada vez que pienso en aquél dichoso mes que pasé en su casa, recordando lo de todo planificado, me viene a la memoria aquella frase tan inteligente que mi madre no se cansaba de repetir: “El hombre propone y Dios dispone” Mi pobre madre no sabía nada del cambio tan radical de su hermana Elvira, y aunque lo hubiera visto con sus ojos, seguro, seguro, que no se lo creería. Elvira era la mujer más falsa e hipócrita que yo había conocido hasta el momento y cuando se lo contaba a mi madre, la pobre la quería tanto que nunca me creyó. Tenía una venda tan grande, estaba tan ciega, que cuando la conoció de verdad se llevó el desengaño más grande de su vida. Yo estaba deseando volver con mis padres, pero hasta que no llegaran a La Península, no, así que mientras tanto, para que no me echaran en cara los gastos que ocasionaba, limpiaba y fregaba la casa todos los días. Con tal que no me dijeran nada, incluso, repasaba la ropa y hasta le hice a mi prima un vestido muy bonito, que le encantó. Ella se portaba muy bien conmigo, y sé positivamente que lo pasaba mal cuando su madre me reñía, pero nunca dijo nada. Allí nadie decía ni mu. A veces comía en la cocina con la cabeza agachada y casi llorando. Una noche me sorprendió mi prima Rosa gimiendo y se metió conmigo en la cama y me estuvo calmando y animando. Me dijo que su madre no era tan mala, sólo que su padre era un poco maniático y quería ante todo orden y obediencia. Luego me contó que estaba enamorada de un chico del barrio, y llevaban  saliendo juntos dos años, y que ya se había acostado con él, pero que no se atrevía a decírselo a sus padres, por que no era de su condición social, ¡pobrecita! ¡Qué infeliz era! Y pensaba que la infeliz era yo. Tan sólo lo sabía su hermano que por su parte se liaba con todo lo que tuviera falda, y tenía fama entre sus compañeros de la universidad de ser el que más chicas se había tirado. Ahí es cuando me quedé con la boca abierta y me dí cuenta de cuanta hipocresía abunda en el mundo de algunos ricachones. Sé que no todos son así, ahora lo sé, pero ellos precisamente, eran de los que confesaban y comulgaban todos los domingos, y cuando yo les decía que a mi me aburría mucho la misa, se ponían histéricos perdidos, y chillando me decían, que allí se predicaba el evangelio, y que cuando el cura explicaba lo que quería decir, ellos lo entendían perfectamente, y que la palabra de Dios es sagrada. Yo miraba a mi tía Elvira, y tan sólo le veía las venas del cuello tan hinchadas, que me volvía rápidamente a mi habitación sin decir nada. Es por eso que aquella noche mi prima me oyó llorar. A partir de entonces, nos hicimos muy confidentes y le conté todos mis desengaños amorosos. Sin venir a cuento empecé a llorar tanto que la contagié, quedándonos dormidas la una junto a la otra. Sólo hizo falta una noche de cariñosas confidencias para borrar aquél mes tan tormentoso que pasé en Madrid, y ahora mismo su recuerdo me hace sentir fe en las cosas buenas de la vida, y que no todo es tan malo, y aunque éste sitio no sea de mi agrado, gracias a esos momentos, puedo soportarlo. Desde entonces nos hicimos muy buenas amigas. Un día llegó el cartero con una carta. Las manos me temblaban, casi rompo el sobre, ¡al fin! Mi padre me dijo que me fuera a casa de su hermana Encarna, que ellos llegarían lo más pronto posible. Hice mi maleta y rumbo hacia Córdoba.

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