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El encargado, nada más verme se enamoró de mi forma de vestir, según él
tan moderna. Llevaba puesto unos
pantalones negros de espuma ceñidos haciendo juego con un jerséis con tres
franjas anchas de colores muy llamativos, azul, rojo y blanco. Una boina de
lana negra, que feliz y coqueta daba rienda suelta a mi cabellera brillante y
espesa. Parecía una modelo, así que me puso en la planta de ropa juvenil. Pasé
toda la temporada invernal trabajando como una loca. Era raro el día que no se
llenara de gente, y no sé por qué casi todas las chicas jóvenes se dirigían a
mí, seguramente por mi forma de andar o pensarían que las podría ayudar en la
elección, el caso es que no paraba y los jefes estaban muy contentos conmigo.
Ahora lo recuerdo y me parece tan extraño hablar de aquellos años,
pareciéndome tan cercano todavía. ¡Dios mío, qué pasa conmigo! Sé que se me
escapa la vida de las manos, y tengo miedo. Tengo miedo de estar en este estado
de sonambulismo. Tengo miedo de ser quién soy, sin saber siquiera dónde estoy.
Si viva o muerta, si dormida o despierta. Acaso estoy soñando mientras vago por
los hilos de la inquietud. Señor mío, yo no estoy aún preparada para madurar
esta idea, ¿cuándo llegará el momento de la verdad? Alerta, siempre alerta, hay
alguien rondando tras la puerta…Creo haberla reconocido… Su cara me es muy
familiar… No, no puede ser ella, es imposible, pero se parece tanto… Ángel de
mi Guarda dulce compañía no me desampares ni de noche… Por
entonces seguí los dictados de mi corazón solitario, saliendo y entrando de
casa con
todos los hombres que me invitaban a salir, sobre
todo por que me pagaban el cine y las discotecas,
que entonces estaban muy de moda. Cada sábado
por la noche quedaba con mis compañeras de
trabajo y allá que íbamos las cuatro de siempre a
pasarlo bomba. Nos vestíamos a la última moda y
repintadas bailábamos sin parar solas en medio de
la disco, atrayendo las miradas de todos los
hombres. Éramos las más atrevidas del local. De
vez en cuando se acercaba uno a mi lado, y si me
gustaba, me quedaba el resto de la noche con él.
No me iba a casa hasta que no cerraban la
discoteca. Mis amigas hacían lo mismo, y de esa
manera, más de una pareja terminaron en boda, y
cuando me di cuenta, otra vez me quedé más sola
que la una. Entonces, las que se casaban no
volvían jamás a trabajar, cosa que hoy en día sería
terrible, sobre todo con la crisis que hay, pues en
mi tránsito por éste no sé qué camino, me he
cruzado con ánimas benditas que hablan entre
dientes un dialecto incongruente, en la que la
palabra más inteligible es paro y crisis, ¡menos
mal que a mí no me ha tocado vivirlo In Situ!
todos los hombres que me invitaban a salir, sobre
todo por que me pagaban el cine y las discotecas,
que entonces estaban muy de moda. Cada sábado
por la noche quedaba con mis compañeras de
trabajo y allá que íbamos las cuatro de siempre a
pasarlo bomba. Nos vestíamos a la última moda y
repintadas bailábamos sin parar solas en medio de
la disco, atrayendo las miradas de todos los
hombres. Éramos las más atrevidas del local. De
vez en cuando se acercaba uno a mi lado, y si me
gustaba, me quedaba el resto de la noche con él.
No me iba a casa hasta que no cerraban la
discoteca. Mis amigas hacían lo mismo, y de esa
manera, más de una pareja terminaron en boda, y
cuando me di cuenta, otra vez me quedé más sola
que la una. Entonces, las que se casaban no
volvían jamás a trabajar, cosa que hoy en día sería
terrible, sobre todo con la crisis que hay, pues en
mi tránsito por éste no sé qué camino, me he
cruzado con ánimas benditas que hablan entre
dientes un dialecto incongruente, en la que la
palabra más inteligible es paro y crisis, ¡menos
mal que a mí no me ha tocado vivirlo In Situ!
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