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Mi padre llevaba mucho tiempo sin ver a su madre, además eran las fiestas de su
pueblo y tenía muchas ganas de volver, y me presentaría a sus primos y tíos,
que por cierto eran muchísimos. Mi abuela era la más pequeña de los trece
hermanos, la mayoría vivitos y coleando. Al llegar a Algeciras mi padre me presentó
un matrimonio que, cuando se casaron, estuvieron viviendo juntos en una casa de
vecino, donde compartían la cocina. Ahora vivían en un piso enorme en el mismo
centro de la ciudad. Nos invitaron a comer y después, el marido de ella salió a
comprar unos pasteles para tomarlo con café. Aún teníamos tiempo suficiente,
antes de montar en tren para dar un paseo por la ciudad, y estuvimos
recorriéndola hasta el anochecer. Mi padre tenía muchas ganas de volver a ver
el primer piso donde vivió con mi madre cuando se casaron y terminamos en la
calle Cayetano del Toro, cerca del muelle. Allí se quedó embarazada de su
segundo hijo, antes de nacer yo. Fue en esa misma casa, donde bebió agua en mal
estado, y a la pobre le vino ese tifus tan malo. Igual que le ocurrió a mi
hermano mayor, pero mi padre se lo llevó a su pueblo y estuvo un año entero, y
la abuela le dio muchas naranjas y gracias a eso se curó. Entonces tenía cuatro
añitos. Mi padre mientras tanto se dedicó a curar a mi madre, que la pobre casi
no lo cuenta. Abortó. Todo esto me lo contaba según íbamos recorriendo
el camino. A mi me impresionó mucho Algeciras, sobre todo por el ambiente.
Siempre me ha gustado vivir rodeada de gente, de tiendas, y cómo no, del puerto
que estaba repleto de barcos enormes varados en el muelle. Los bares y las
cafeterías rebosaban de alegría, contagiándome con sus risas. Había jaleo por
todas partes y un ir y venir que me encantaba. Finalmente nos despedimos de
estos señores, y el amigo de mi padre quedó con él a la vuelta para comer con
ellos. Eran verdaderamente muy amables, y se les notaba que lo decían de
corazón. Durante todo el trayecto del tren, mi padre no dejó de hablar de todos
los destinos que le había enviado el ejército, y así me enteré que también
habían compartido casa con una pareja de Jauja en Melilla, y que mi madre
abortó de nuevo, por que resbaló al tender la ropa. Al mes se quedó embarazada
y pintando la casa le picó un mosquito causándole unas fiebres tan altas que
volvió a abortar y como no echaba el feto entero, el médico le metió la mano y
se lo arrancó de cuajo, mientras ella chillaba como los cochinos cuando lo
degüellan. Pobrecita, ¡cuánto ha sufrido! Ahora que lo pienso, tengo
remordimiento de todos los disgustos que le he dado. He tenido que llegar hasta
aquí para darme cuenta. Quizá ya es demasiado tarde para pedirle perdón, pero
cuando la vea, por que tarde o temprano tendremos que encontrarnos, la voy a
hinchar a besos y abrazos. El abrazo más largo del mundo. Tengo unas ganas de
estar a su lado…
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