martes, 14 de mayo de 2013

A TRAVÉS DE TI.- ÁNGEL.- Capítulo Once.- Segunda Parte.-




                                   -  2  -
El sitio de siempre era un lugar apartado y recóndito de la playa, entre rocas, donde era imposible que nos viera nadie. Para llegar hasta allí, tenía que quitarme los zapatos y recogerme la falda hasta la cintura para no mojarme con el agua y cuando llegaba a una especie de gruta, allí que estaba Ángel esperándome con los brazos abiertos y esa sonrisa picarona que me volvió loca desde el primer día. Y no es que estuviéramos frecuentemente juntos, sólo un par de veces al mes, pero era lo suficiente para dar rienda suelta a nuestro amor desbocado, que cuanto más nos encontrábamos, más queríamos. Nunca nos saciábamos del todo. Siempre deseando un beso más, un abrazo más duradero. Todos nuestros encuentros fueron apasionados. No hubo nunca ni uno en que no imperara el fuego, y eso era lo que me daba la vida. Casi hasta me avergüenzo de aquella etapa mía, pero jamás la cambiaría por otra y nunca, nunca me he arrepentido de haber amado de esa manera, aunque fuera bajo el engaño. Aunque hiriera a su querido hermano, bueno y honrado, por que a mí, lo único que me importaba en esos momentos era yo y nada más que yo, y que Ángel no me dejara en la vida. Que me quisiera siempre de esa forma, porque sentía que si me faltara me moriría de amor. Me desangraría por dentro. Me ahogaría. No podría respirar. El aire sería asfixiante si él me dejara alguna vez. Estaba hechizada, igual que si me hubiera embrujado y me tenía poseída como si yo fuera un animal. No me sentía una mujer buena, pero me daba igual todo. Era tan egoísta que tan sólo pensaba en mí. Los dos nos queríamos de una manera avariciosa, y cuando teníamos una cita a una hora determinada, me tiraba toda la santa noche sin dormir nada, tan sólo pensando y pensando en lo que íbamos a hacer. En los besos ardientes y llenitos de pecados. Cuando por fin estábamos juntos en la gruta aquella, nos desnudábamos y hacíamos el amor de prisa y corriendo. Extasiados nos quedábamos abrazados un tiempo interminable callados, sin hablar, sabiendo que nos teníamos el uno al otro. Eran unos momentos tan nuestro, tan bellos, que en éste ancestral silencio, aún puedo oír las olas del mar cuando rompían con las rocas de la gruta… Después retomábamos los besos y los abrazos lento y sosegado, con todo el cariño del mundo. Eso sí que era amor. Puro amor entre un hombre y una mujer. El amor aquél no era como el primero que sentí en mi adolescencia. Éste era fiero y verdadero y el que diga lo contrario es que no lo ha sentido jamás. Unas veces me avergüenzo de contarlo, pero otras me recreo y hasta me vanaglorio. Sé que no he hecho bien, lo sé pero ya no tiene remedio y en éste crítico momento de mi deambular por los umbrales del desasosiego, no sé si está bien o mal lo que cuento, pero siento una duda tan grande, que me gustaría echar de mí estos acontecimientos y contarlos a los cuatro viento. Airear y limpiar mi alma errática que va vagando por éste avatar intemporal del espíritu, y trasmitir a través de ti, que pido perdón por haber amado con el sentimiento de mi alocado corazón por que alguien sufrió. Lo siento, lo siento con toda mi alma, pero ese fogoso amor que yo sentía no lo podía dominar. Esa fogosidad que albergaba mi cuerpo cuando yo era una jovencita, que ya ni recuerdo de lo vieja que me siento, ahora es la que da fuerza a mi aliento...

No hay comentarios:

Publicar un comentario