domingo, 5 de mayo de 2013

A TRAVÉS DE TI.- MELANCOLÍA.- Capítulo Octavo.- Segunda Parte.-




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Antes de anochecer, volvía a casa, como siempre a ayudar a mi madre en la cena, ¡pobre madre mía! Siempre ocupada en la cocina, cuando no fregando cacharros, limpiando pescado o mondando patatas… Después llegó el verano, y con él los días playeros, que en mi tierra eran hermosos y soleados. Casi todas las mañanas amanecía con niebla, pero antes de las doce, un sol resplandeciente hacía su aparición, y las playas se llenaban de todos los vecinos de la ciudad. ¡Cómo recuerdo aquellos tiempos! Sobre todo los domingos, cuando nos quedábamos a comer todo el día. Mi madre hacía una tortilla de patatas tan buena, que precisamente en éste crítico momento, parece que me la estoy comiendo sentadita en la arena… Por las noches refrescaba con una brisa marina tan cálida, que daba gusto caminar por el puerto. Entonces era feria, había fuegos artificiales, y los cohetes estallaban en el cielo alumbrando todas las barquitas que estaba atadas a las boyas. Las parejas de novios paseaban agarrados de la mano, y nosotras, las chicas del barrio solteras, mirábamos con un poco de envidia. A la mayoría, nos dejaban nuestros padres hasta bien tarde por ser las fiestas. También nos íbamos al cine de verano que siempre estaba lleno de gente, sobre todo cuando estrenaron Tarzán de los monos. El actor Johnny Weismuller hacía estragos entre las chicas de mi juventud. De esa manera, el tiempo pasaba por mi lado, encontrándome mejor cada día, además el episodio de mi pequeña aventura con Antonio, ni siquiera dejó huella en mi recuerdo.
Cuando llegó el otoño retomé las clases de corte y confección. Empecé a salir con mis amigas como siempre y por supuesto a bailar con todos los chicos de la pandilla.
Un domingo lluvioso y ventoso, mi paraguas se dio la vuelta y cual no sería mi sorpresa al ver a Gabriel ayudándome. No sé de donde salió, pero de repente me lo encontré cara a cara. Me dio tanta alegría verlo que casi le doy un beso. Creo que a él le ocurrió lo mismo por su sonrisa. Había pasado un año desde que sus hermanas y yo dejamos nuestra amistad, y al preguntarles por ella me dijo que las dos tenían novio y que estaban liadas con el ajuar. Gabriel estaba más alto y más guapo, y aunque sólo tenía dieciséis años, parecía mayor. Me acompañó hasta mi casa y por el camino le comenté que le había preguntado a sus hermanas por él y no me quisieron decir nada. Él, evitando mi mirada, hizo como si no me hubiera oído y siguió hablándome de sus estudios, que pronto se iría a Salamanca y que le gustaría estar en contacto conmigo, ya que sentía algo por mí muy especial. Me quedé con la boca abierta. No me lo podía esperar por que lo veía como un niño a mi lado, pero en ese momento no sé qué fue lo que sentí, pero era un sentimiento bonito. El caso es que cuando llegamos a mi casa, me dio la mano y me dijo adiós. Antes de darme cuenta, miré hacia atrás y tal como apareció, de repente desapareció. Me quedé traspuesta, sin comprender nada de nada, y ya no recuerdo si le di la dirección de mi casa o no. Hace tanto tiempo ya desde que pasó este episodio de mi vida, que realmente no sé si es falso o real…
Poco a poco, las antenas de los televisores se amontonaban en las azoteas, afeando la ciudad. En aquellos momentos mi padre no la podía comprar por que tenía varias letras que pagar del frigorífico Marconi, que por cierto colocaron en el comedor como si fuera un mueble, así que la mayoría de las veces me iba a casa de mi vecina Pilar. Ésta tenía un hermano guapísimo, alto rubio y con unos ojos azules que traían a todas las chicas del barrio por el valle de la amargura que se llamaba Joaquín, pero al que todo el mundo apodaba  Pharrys.

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