- 2 -
Antes de anochecer, volvía a casa, como siempre a ayudar a mi madre en
la cena, ¡pobre madre mía! Siempre ocupada en la cocina, cuando no fregando
cacharros, limpiando pescado o mondando patatas… Después llegó el verano, y con
él los días playeros, que en mi tierra eran hermosos y soleados. Casi todas las
mañanas amanecía con niebla, pero antes de las doce, un sol resplandeciente
hacía su aparición, y las playas se llenaban de todos los vecinos de la ciudad.
¡Cómo recuerdo aquellos tiempos! Sobre todo los domingos, cuando nos quedábamos
a comer todo el día. Mi madre hacía una tortilla de patatas tan buena, que
precisamente en éste crítico momento, parece que me la estoy comiendo sentadita
en la arena… Por las noches refrescaba con una brisa marina tan cálida, que
daba gusto caminar por el puerto. Entonces era feria, había fuegos
artificiales, y los cohetes estallaban en el cielo alumbrando todas las
barquitas que estaba atadas a las boyas. Las parejas de novios paseaban
agarrados de la mano, y nosotras, las chicas del barrio solteras, mirábamos con
un poco de envidia. A la mayoría, nos dejaban nuestros padres hasta bien tarde por
ser las fiestas. También nos íbamos al cine de verano que siempre estaba lleno
de gente, sobre todo cuando estrenaron Tarzán de los monos. El actor Johnny
Weismuller hacía estragos entre las chicas de mi juventud. De esa manera, el
tiempo pasaba por mi lado, encontrándome mejor cada día, además el episodio de
mi pequeña aventura con Antonio, ni siquiera dejó huella en mi recuerdo.
Cuando llegó el otoño retomé las clases de corte y confección. Empecé a
salir con mis amigas como siempre y por supuesto a bailar con todos los chicos
de la pandilla.
Un domingo lluvioso y ventoso, mi paraguas se dio la vuelta y cual no
sería mi sorpresa al ver a Gabriel ayudándome. No sé de donde salió, pero de
repente me lo encontré cara a cara. Me dio tanta alegría verlo que casi le doy
un beso. Creo que a él le ocurrió lo mismo por su sonrisa. Había pasado un año
desde que sus hermanas y yo dejamos nuestra amistad, y al preguntarles por ella
me dijo que las dos tenían novio y que estaban liadas con el ajuar. Gabriel
estaba más alto y más guapo, y aunque sólo tenía dieciséis años, parecía mayor.
Me acompañó hasta mi casa y por el camino le comenté que le había preguntado a
sus hermanas por él y no me quisieron decir nada. Él, evitando mi mirada, hizo
como si no me hubiera oído y siguió hablándome de sus estudios, que pronto se
iría a Salamanca y que le gustaría estar en contacto conmigo, ya que sentía
algo por mí muy especial. Me quedé con la boca abierta. No me lo podía esperar
por que lo veía como un niño a mi lado, pero en ese momento no sé qué fue lo
que sentí, pero era un sentimiento bonito. El caso es que cuando llegamos a mi
casa, me dio la mano y me dijo adiós. Antes de darme cuenta, miré hacia atrás y
tal como apareció, de repente desapareció. Me quedé traspuesta, sin comprender
nada de nada, y ya no recuerdo si le di la dirección de mi casa o no. Hace
tanto tiempo ya desde que pasó este episodio de mi vida, que realmente no sé si
es falso o real…
Poco a poco, las antenas de los televisores se amontonaban en las
azoteas, afeando la ciudad. En aquellos momentos mi padre no la podía comprar
por que tenía varias letras que pagar del frigorífico Marconi, que por cierto
colocaron en el comedor como si fuera un mueble, así que la mayoría de las
veces me iba a casa de mi vecina Pilar. Ésta tenía un hermano guapísimo, alto
rubio y con unos ojos azules que traían a todas las chicas del barrio por el
valle de la amargura que se llamaba Joaquín, pero al que todo el mundo
apodaba Pharrys.
No hay comentarios:
Publicar un comentario