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Justo era el novio que toda chica de mi edad desearía tener. Yo tenía veintidós años y gracias a él empecé a tomarme la vida un poco en serio, además le estaba muy agradecida por haberme librado de Joaquín, el cual, nunca más volvió a molestarme.
Lo conocí a través de mi vecina Adela que acompañaba a su hermana de
once años a su casa, y entre ida y venida, llegamos a coincidir en varias
ocasiones, con lo cual empezamos a salir, primero como amigos y luego como
novios. Es por eso que antes de formalizar nuestra relación, yo le contaba todo
el acoso que estaba sufriendo por culpa de Joaquín, por lo que se atrevió a
plantarle cara, diciéndole que yo era su novia y que me dejara tranquila si no
quería vérselas con él. Cuando oí la palabra novia no quise interrumpirle para
no dejarlo por embustero, pero luego caí en la cuenta el por qué Pilar había
reaccionado de esa manera conmigo, dándome de lado. Joaquín la había puesto en
mi contra diciéndole que yo me había liado con éste muchacho cuando él y yo
estábamos juntos todavía, y que como era mejor partido que él, lo dejé por
interés. En fin una serie de barbaridades, que prefiero olvidar. Hablé con su
hermana Pilar contándole todo, y aunque parecía que me daba la razón, al final
tiraba más la sangre, diciéndome que yo tenía la culpa de todo. Que era una
provocadora, que me gustaban muchos los tíos y que su hermano había pasado las
de Caín desde que me conoció, porque antes era un chico maravilloso, simpático
y muy fino. ¡Dios mío! Lo que tuve que aguantar. Al final nos dejamos de
hablar, y me quedé sin poder ver la tele los sábados por la noche. Ahora
comprendo y perdono a la que fue mi amiga Pilar. Gracias a ella lo pasé muy
bien viendo tantos cantantes, además en éste momento me viene el recuerdo de
aquellas canciones italianas que tan de moda estaban en mis tiempos y en lo más
profundo de mi corazón, las sigo oyendo alegrando mi triste estancia en este
lugar haciéndome volar: “Volare” de Domenico Modugno. “Che M Importa del Mondo” de Rita Pavone,
“Una lágrima sus viso” de Bobby Solo…
Así fue como nos hicimos novios. Mis padres estaban encantados, sobre
todo porque ya me veían casada con un maestro. A mí no me hacía mucho tilín, pero
veía que casi todas las chicas de mi edad ya tenían novio formal, y pensaba que
me iba a quedar soltera, y entre unas cosas y otras, empecé a salir con él,
aparte de que era un chico bueno y educado que nunca perdía las formas. Todo un
caballero y por eso lo acepté. De todas maneras me convenía para que de una vez
por toda, Joaquín viera que iba en serio. ¡Qué error más grande! Otra vez me
equivoqué pero cuando quise darme cuenta ya no podía echar marcha atrás. Se
enteraron todas las vecinas del barrio, mis amigas y sus padres que me veían
como si fuera una hija, sobre todo la madre que se había quedado con las ganas de
haber tenido una niña. Después de sus dos varones, había abortados varias veces
y cuando se quiso dar cuenta, se le retiró la regla. Por eso cuando me vio me
recibió con los brazos abiertos y más de una vez decía que cuando me casara con
su hijo, le gustaría que tuviera por lo menos dos o tres chiquillas. Que
estaría encantada de ser abuela. La pobre estaba muy ilusionada conmigo, además
que cuando le dije que éramos tantas hermanas, todavía más, por que según ella,
eso se heredaba, ya que en su familia, generación tras generación, lo que más
nacían eran los niños. La mayoría de sus primas, sólo tenían varones, y sus
tías, lo mismo. Solamente su madre que había tenido tres niñas, tanto sus dos
hermanas como ella, habían tenido dos varones cada una. Después de oírla, me
pareció imposible dejarlo y empecé a salir con él como su novia formal.
Justo era serio, responsable, correcto, templado y muy maduro para sus
veinticinco años. Yo diría casi perfecto. Ni guapo ni feo, más bien del montón,
pero siempre iba bien vestido, planchado y con corbata. Muy repeinado, moreno y
con la raya al lado y unas gafas que lo hacían todavía más serio. Nunca se pasó
conmigo en nada, ni me robó siquiera un beso, de esos que a mí tanto me
gustaban.
Como ya dije, daba clases particulares en su propia casa a chavales
desde diez años hasta de catorce. Empezamos a salir como amigos y poco a poco
me acostumbré a su compañía y aunque no me gustaba mucho, tenía ese algo que
una chica joven desea en ese momento de la vida. Un novio que la saque a
pasear, que la lleve al baile, y sobre todo que la invite a tomar un refresco.
Por supuesto que le pague la entrada del cine, porque en aquella época, las
chicas no pagaban nada. Además era un hombre bueno y seguro que al final
acabaría casándose conmigo, tendría hijos y viviría cómodamente. Eso era lo que
toda mujer aspiraba. Mi madre no se cansaba de repetir, que si no era tan tonta
como ella y no me cargaba de hijos, viviría como una marquesa. ¡Cuántas veces
la oí quejarse de que no quería haber tenido tantos! Continuamente repetía que
la culpa la tuvo mi padre que la buscaba a todas horas. Mi hermano el mayor que
estaba estudiando en su cuarto, salía enseguida para responderle que bien que
la encontraba. Se enzarzaban los dos en una discusión interminable, que casi
siempre, la pobre terminaba acalorada y enfadada. Después se dedicaba a relatar
con pelos y señales, de que ella jamás buscó a ningún hombre porque siempre se
había dado a valer. Que tu padre, seguía relatando, había saltado las tapias
por ella, y si sucumbió a sus encantos, fue por que los suyos no la dejaban
vivir. Que sus hermanos le hacían la vida imposible. Que no la dejaban salir
con ningún muchacho, vigilando cada movimiento. En una palabra, que estaba harta
de todos. Que ya tenía veinticuatro años y que tenía muchas ganas de volar, y
que cuando lo vio por primera vez entrar en su casa con su primo, con ese
bigotito tan fino, peinado hacia atrás, un moreno azabache de aquí te espero,
de pié, frente a ella con una mano en el bolsillo, vestido de soldado, tan
delgadito y tan guapo, perdió todos los estribos. Y por eso se casó con él y
tuvo todos los hijos que le mandó Dios, por que según mis padres, los hijos los
mandaba Dios...
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