- 1 -
En aquellos momentos los programas musicales estaban muy de moda, y casi
todos los sábados por la noche quedaba con mi vecina Pilar para ver Gran
Parada. También los domingos por las tardes televisaban Escala en Hi-fi,
presentado por el cantante Mochi que era guapísimo, y que cuando salía, Pilar y
yo nos mirábamos suspirando. Entonces, el más importante de todos, que nadie se
perdía y esperado por la mayoría de los ceutíes era el Festival de Eurovisión, donde
el cantante actual del momento representaba España y era visto por todos los
españoles, y quien no tenía televisión en su casa, se iba a la del vecino,
incluso muchos se apelotonaban en la calle sentados en sillas frente a la ventana
que dejaban abierta. Lo mismo ocurría con los bares, que se forraban esa misma
noche.
Pilar tenía un hermano guapísimo rubio, que me recordaba muchísimo al
actor Troy Donahue y aunque se llamaba
Joaquín, todo el mundo lo llamaban Pharrys por el enorme parecido con el
protagonista de la película del mismo nombre. Al principio no le hice mucho
caso, pero al ver que todos los sábados colocaba las sillas juntas, y que
siempre se sentaba a mi lado, empecé a esperar ansiosamente que llegara esa
noche para estar cerca de él, y sin darme cuenta, poco a poco mi corazón empezó
de nuevo a palpitar como si fuera la primera vez. Y de los primeros roces
intencionados, llegaron los besos tras la puerta cerrada, los interminables
abrazos en el pasillo, y cuando no nos veía nadie, me quería tocar por todas
partes. Me estaba enamorando pero no me fiaba mucho de él, por que tenía fama
de mujeriego. Mis amigas me habían dicho que le gustaban todas y una vez que
conseguía lo que quería, las dejaba tirada como a un perro. Bonita cosa que me
decían, yo, que estaba saliendo del desengaño más grande de mi vida, no me
faltaba más que oír eso. No me fiaba ni un pelo. Ni de él ni de nadie, aparte
de que tenía mucho miedo de que me volvieran a hacer daño. Así que no pasaba de
ahí, pero entre este tira y afloja, al final cedí. No me pude contener ante
tanta insistencia por su parte. No paraba de decirme cosas bonitas, ya sabes,
eso que nos gusta tanto a las mujeres oír. Me derretí, y empecé a quererlo con
locura y con pasión. Estaba deseando que llegara el sábado para sentir sus
manos rodeándome los hombros, pero cuando acercaba sus labios a mis oídos y
susurraba cuánto me amaba, a mi eso, la verdad, es que me dejaba hecha una
piltrafa. Me desarmaba totalmente, y por las noches tenía pensamientos
pecaminosos…
Después de unos meses en esa tesitura de que todavía no, por esto y lo
otro, empezaron las salidas a escondidas de sus padres y de los míos, porque
entonces yo no quería que lo supiera nadie, tan sólo su hermana Pilar, que
desde un principio fue nuestra confidente, y recadera, ya que me traía notas de
él, y después la repuesta mía. Eran unas letras nada más, pero estaban cargadas
de amor.
Una tarde de primavera nos fuimos a pasear por la
playa descalzos, y en la oscuridad de la noche, nos desnudamos y nos revolcamos
por la arena con todas las estrellas del cielo afuera. A partir de aquella fogosa
noche ya no quiso dejarme suelta, queriéndome con todas sus fuerzas, tanto que
ni vivir siquiera podía de los celos tan grandes que tenía, empezando ahí mi
agonía de sentirme desgraciada cada día. Al principio no me daba cuenta de lo
que me estaba ocurriendo. Creía que eso era el amor de verdad. Pensaba que a
todas las parejas de novios les pasaba lo mismo, y no quería contarle a nadie,
y menos a Pilar, que su hermano se estaba volviendo muy celoso y que hasta me
asustaba un poco. Me sentía como si fuera su prisionera. No me dejaba salir
sola, ni pintarme la boca con lo que a mí me gustaba. Tampoco vestir llamativa,
y si fumaba un cigarro en los bailes, me lo apagaba porque decía que tan sólo
fumaban las fulanas, y si me contoneaba demasiado por la calle andando, me
decía que lo hacía para provocar a los hombres. Otras veces, cuando quedaba a
una hora, y si llegaba un poco tarde, me armaba tal escándalo que lo oían todas
las vecinas, por que a esa altura de mi vida, ya todo el mundo conocía nuestra
historia de tortuosa relación. Hasta una vez me pegó tal tortazo, que me dejó
la cara acolchada, casi dormida, y otra vez me dio un empujón que me caí al
suelo, y tan sólo porque pasó uno por mi lado mirándome descaradamente y él
decía que yo lo había provocado con una sonrisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario