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Nuria y Marisa, ¡menudas prendas que nos trajimos a casa! Y lo peor no
era eso, si no que a Marisa también le gustaba los hombres, y Nuria tenía unos
celos que la volvían loca de remate. Era una mujer violentísima que a la menor
sospecha sacaba un cuchillo amenazando con matarla si la veía con un tío. Nuria
era baja, morena, con el pelo cortado a lo garçon, y no tenía ni un gesto
femenino. Era un marimacho de cuidado. En cambio, Marisa era alta, delgada,
rubia de bote y guapísima, y todo lo contrario de su novia, femenina cien por
cien. Entonces yo no comprendía que a una le gustara la carne y el pescado,
frase que acabo de oír a uno que acaba de llegar a éste lugar tan aciago, donde
hay una mescolanza de seres erráticos, que por mucho que me empeñe en saber quién es
quién, no doy pié con bolo, y lo único que puedo hacer es estar alerta y con
buen ojo, por que los hay que son donantes de órganos, y cuando toca extraer
alguno, los médicos forense no miran la inclinación sexual de nadie.
Marisa era tan femenina que una noche en la
discoteca conoció a un ligón de esos que estaban
tan de moda, y se lió con él de tal manera que no
la dejaba ni a sol ni a sombra. Saturnino, que así
se llamaba el ligón, era guardia civil y si Nuria era
celosa, éste más. Estaba tan enamorado de Marisa
que la perseguía por todas partes, incluso la
espiaba tras la ventana. Entre los tres nos hicieron
la vida imposible. Apenas podíamos dormir por
las noches de las broncas y gritos. No pagaban el
alquiler. Se comían nuestra comida. No ayudaban
en la limpieza de la casa. Armaban tanto jaleo que
hasta vino una noche la policía. Estábamos
muertitas de miedo. Como no había manera de echarlas, al final tuvimos que irnos. Menos mal
que en aquella época siempre se encontraba algo,
aunque fuera una pensión de mala muerte. Por
mediación del jefe de mi hermana, encontramos
un pisito de alquiler bastante aceptable, pero como
tuvimos que dar un depósito nos quedamos casi
sin dinero. Pasamos verdaderas calamidades,
incluso un poco de hambre. Una noche tan sólo
teníamos un huevo para cenar y entre las dos, nos
liamos a mojar el pan con la yema hasta que nos
hartamos de pan. Cuando cobramos, entre que
teníamos que pagar a la señora de la tienda de
comestible que, menos mal que nos fiaba muchas
veces, y los gastos de la casa, otra vez a pasar
algunas penurias. Se nos iba el poco dinero que
ganábamos entre las dos en ponernos al día. Todo
estaba muy caro y apenas nos llegaba. Muchas
veces pensé en volver a casa con mis padres, pero
ella se negaba rotundamente por que sabía que
allí, sí que no tenía nada que hacer. Decidió
llamarlos y pedirles un poco de dinero. A los dos
días se presentaron mis padres y nos llenaron la
despensa de paquetes de lentejas, habichuelas y
garbanzos, sal, azúcar y café, aparte de chorizo y
salchichón. Se quedaron una semana corriendo
con los gastos de la comida para los cuatro y se
volvieron a marchar. A partir de entonces, las
cosas empezaron a mejorar, pues poco a poco nos
pusimos al día, y jamás volvimos a meter a nadie
en nuestro hogar.
discoteca conoció a un ligón de esos que estaban
tan de moda, y se lió con él de tal manera que no
la dejaba ni a sol ni a sombra. Saturnino, que así
se llamaba el ligón, era guardia civil y si Nuria era
celosa, éste más. Estaba tan enamorado de Marisa
que la perseguía por todas partes, incluso la
espiaba tras la ventana. Entre los tres nos hicieron
la vida imposible. Apenas podíamos dormir por
las noches de las broncas y gritos. No pagaban el
alquiler. Se comían nuestra comida. No ayudaban
en la limpieza de la casa. Armaban tanto jaleo que
hasta vino una noche la policía. Estábamos
muertitas de miedo. Como no había manera de echarlas, al final tuvimos que irnos. Menos mal
que en aquella época siempre se encontraba algo,
aunque fuera una pensión de mala muerte. Por
mediación del jefe de mi hermana, encontramos
un pisito de alquiler bastante aceptable, pero como
tuvimos que dar un depósito nos quedamos casi
sin dinero. Pasamos verdaderas calamidades,
incluso un poco de hambre. Una noche tan sólo
teníamos un huevo para cenar y entre las dos, nos
liamos a mojar el pan con la yema hasta que nos
hartamos de pan. Cuando cobramos, entre que
teníamos que pagar a la señora de la tienda de
comestible que, menos mal que nos fiaba muchas
veces, y los gastos de la casa, otra vez a pasar
algunas penurias. Se nos iba el poco dinero que
ganábamos entre las dos en ponernos al día. Todo
estaba muy caro y apenas nos llegaba. Muchas
veces pensé en volver a casa con mis padres, pero
ella se negaba rotundamente por que sabía que
allí, sí que no tenía nada que hacer. Decidió
llamarlos y pedirles un poco de dinero. A los dos
días se presentaron mis padres y nos llenaron la
despensa de paquetes de lentejas, habichuelas y
garbanzos, sal, azúcar y café, aparte de chorizo y
salchichón. Se quedaron una semana corriendo
con los gastos de la comida para los cuatro y se
volvieron a marchar. A partir de entonces, las
cosas empezaron a mejorar, pues poco a poco nos
pusimos al día, y jamás volvimos a meter a nadie
en nuestro hogar.
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