lunes, 27 de mayo de 2013

A TRAVÉS DE TI.- TORREMOLINOS.- Capítulo Dieciocho.- Segunda Parte.-




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Rosario, que así se llamaba la hija, era profesora 

en el instituto, se había acomodado a su soltería. 

No le faltaba nada, y desde que su padre enviudó 

lo había cuidado como si fuera su hijo él, en vez 

de ella. Era una mujer risueña y encantadora, que 

siempre estaba canturreando canciones 

desentonando y confundiendo las letras, cosa que 

le hacía mucha gracia a Cecilia. Estaba 

completamente adaptada a su vida. Nada más ver a 

mi hermana le buscó un trabajo enseguida, ya que 

conocía a mucha gente que le debían algunos 

favores, haciendo la vista gorda en algunos 

exámenes de sus alumnos para que pasaran al otro 

curso. Cosa sin importancia según ella, ya que los 

chicos eran buenos estudiantes, pero que había 

asignaturas que se les atravesaban, y solamente 

por eso, los aprobaban. Cecilia y ella hicieron 

buenas migas, y al cabo de un mes, Rosario le 

confió el secreto mejor guardado, rogándole que 

por favor nunca se lo dijera a nadie, y menos a su 

padre que sólo tenía halagos para ella poniéndola 

en un altar. Hacía lo que le daba la gana, cuando 

quería, como quería y con quién quería. O sea, que 

salía todos los sábados a bailar a una discoteca 

muy famosa por entonces en Torremolinos, y en 

el momento que le echaba el ojo a un tío guapo, 

mejor si era extranjero, esa noche caía en sus 

brazos, y después si te he visto no me acuerdo, 

viviendo la vida a tope. Siempre quedaba con una 

compañera del instituto, soltera también que se 

conocían desde  niñas. Cuando más tarde mi 

hermana me lo contó, ahí me di cuenta del por 

qué canturreaba tanto la primita. El caso es que la 

colocó enseguida de dependienta en una tienda 

donde vendían pinturas para las paredes, pero en 

aquél momento estaba muy de moda el papel 

decorativo, y no había piso que no estuviera empapelado. Ante tal demanda, se necesitaban dependientes y de este modo entré a formar parte 

del personal. Es por eso que cuando llegué y 

empezamos a ganar dinero, que no era demasiado, 

pero sí suficiente para independizarnos, buscamos 

un sitio baratito, por que dos hermanas allí era 

abusar de las buenas personas. Cuando cobré la 

primera paga, hicimos la maleta y nos mudamos a 

un barrio muy humilde, entre callejuelas, donde 

había una hilera de casa de dos plantas, antiguas y 

viejas, pero que en aquellos momentos era lo más 

barato que había en Málaga, y que estaba a nuestro 

alcance. Dicha casa nos la dejó un inquilino, que 

por motivo de trabajo tenía que marcharse 

urgentemente, y nos la realquiló a un precio 

módico. La casa tenía cuatro habitaciones arriba 

con dos camas cada una, y un cuarto de aseo 

completo. Abajo un salón comedor enorme, una 

cocina con una despensa, un aseo chiquito y un 

patio, y aunque las paredes estaban llenas de 

manchones por la humedad, a nosotras no nos 

importaba por que en el fondo sabíamos que sería 

pasajera nuestra estancia allí. Todavía me acuerdo 

cuando vinieron mis padres una semana, lo que le 

gustó a mi madre. Se quedó encantada, sobre todo 

por que no tenía que hacer sus necesidades arriba, 

ya que en aquél momento estaba gordita, y le 

dolía mucho las rodillas al subir los escalones. 

Pobrecita, ¡cuánto me acuerdo de ella ahora! Si 

supiera la cantidad de gente que llega en ese 

estado. Aquí hay muchos gordos y gordas. Más 

bien son obesos, y a casi todos les da algo 

relacionado con el sobrepeso. Hay algunos que 

para moverlos tienen que venir por lo menos tres 

o cuatro enfermeras, y casi siempre lo hacen 

quejándose y hasta se les escapa algún taco. Yo lo 

oigo todo por que aún sigo latente, y a veces me 

dan ganas de tirarle de los pelos, pero seguro, 

seguro que se llevarían un susto de espanto, cosa 

que, gracias a mi estado ni me inmuta. Aquí se 

aprende mucho a controlar, por que se tiene que 

estar constantemente esquivando a los alientos 

que todavía siguen pululando entre estertores. 

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