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Las cuatros estábamos desatadas de locura, y con unas ganas de juerga que no lo puedo ni explicar, pero nada más llegar, los muchachos no nos dejaron en paz. Así fue como conocí a Rafael, que cuando me vio me sacó a bailar y ya no me soltó en toda la noche, y cuando me dijo que era militar y encima teniente, vi la gran oportunidad de mi vida. No lo dejé escapar. Estuvimos toda la santa noche bailando pegados como lapa, casi sus labios rozando mi cuello y yo sentía en esos momentos un cosquilleo que me recorría todo el cuerpo, haciéndome temblar, y en un descuido me besó en la boca y yo como una tonta me dejé llevar, respondiéndole con el mismo entusiasmo que él. Había bebido un par de San Francisco y no sabía muy bien lo que hacía. Quedamos al otro día y empezamos a salir prácticamente ya todos los días. Cuando se lo comenté a mis padres, se volvieron locos de alegría por que estaban deseando que me casara. Mi madre, más todavía.
Rafael tenía unas ganas locas de ser mi novio formal. Cada día insistía
en que les presentara a mis padres. No sé por qué tenía tanta prisa, pero al ir
conociéndolo, poco a poco me di cuenta de que quería formar una familia lo más
pronto posible, y yo la verdad no estaba muy enamorada de él. Casi siempre me
acordaba de lo que sentí por Ángel y no tenía nada que ver. El caso es que ya
mismo se iba por tres meses El Aaiún en El Sahara, y antes de partir quería
tener la seguridad de que yo era su novia formal, y que a la vuelta preparara
los papeles para casarnos lo más rápido posible. Realmente yo no quería, pero
si lo hacía era por darles gusto a mis padres. Los pobres tenían muchísimos
gastos con tanta gente comiendo y vistiendo a la vez, y a veces, mi madre se
las veía y deseaba para llegar hasta final de mes. Le di tantas vueltas a la
cabeza, que cruzando la calle, me pareció ver a Gabriel haciéndome señas desde
el otro lado. Me acerqué, y cuando lo tuve frente a mí, me dí cuenta de que me
había equivocado. Seguí mi camino pensando, en cómo me había parecido ver a
Gabriel después de tanto tiempo sin verlo. No estaba del todo segura. De todos
modos, andando en éstas cavilaciones, alguien me tocó el hombro, y mira por dónde
era él. Me giré diciéndole que sabía que no me había equivocado. ¡Qué alegría
mi dio verlo! Me invitó a tomar un refresco en un bar y estuvimos charlando
dando un repaso a toda nuestra trayectoria. Me dijo que ya había terminado la
mili y que esa misma tarde salí para Salamanca a reanudar sus estudios, ya que
tuvo que dejarlo cuando lo llamaron a fila. Antes de despedirnos, le comenté
que tenía novio y que no sabía qué hacer, si casarme o no. Me sorprendió mucho
que Gabriel, siendo más chico que yo, aparentara más edad. Por la forma que me
escuchaba y me habló, pude percibir una gran madurez. Cuando nos despedimos, me
pidió las señas, por que no quería perder el contacto conmigo, ya que me
consideraba una buena chica, pero sobre todo, amiga. También me dijo que yo le
atraía mucho y que desde el primer día que me vio nunca me había olvidado.
Volví a casa contenta. Al llegar les dije a mis padres que Rafael quería casarse
conmigo cuando volviera de El Aaiún. A mi madre le dio una alegría tan grande
que llamó a todos sus hermanos. Al otro día mi padre se puso en contacto con
Ceuta para pedir la partida de nacimiento. Como yo seguía trabajando y todavía
quedaban tres meses para que volviera Rafael del Sahara, me dediqué a comprar la
ropa de cama, que entonces salían más baratas y que yo misma las hacía, así que
empecé a bordar todo mi ajuar. Fue lo único que aporté al matrimonio. Mis
padres no podían más, y como Rafael tenía tanta prisa, lo aceptó sin más. Él
corrió con todos los gastos de la boda, y después la celebramos en el Casino
militar. Finalmente me casé sin estar enamorada. Mi padre me indujo a hacerlo,
prácticamente me obligaron a casarme.
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