- 3 -
Con el tiempo, Jaime se iba quedando en el olvido y su rostro se fue nublando de tal forma que apenas podía recordar sus facciones. Así que entré en una fase de mi vida, en la cual, todo era de diferente manera, o sea, que hasta disculpaba a Jaime, incluso lo comprendía. Ya no sentía ningún resentimiento hacia él, y dentro de mi alma empecé a perdonarlo poco a poco, quedando atrás aquella soledad tan triste y amarga, dando pié a una leve melancolía que no sabría describir…
Esta soledad mía que sentía en aquél momento remoto, que ya ni siquiera
recuerdo cuando tenía dieciocho años, ahora y en el ya inmediato, o sea,
actualmente, por que no sé dónde estoy, ni si soy o no soy, si existo o no,
pero sé que vago, quiero transmitir a través de ti, que sus besos y abrazos los
llevo retratados en el alma y que los siento en el corazón, llenándome de paz y
amor, y tan sólo le deseo lo mejor, pues gracias a él, ahora soy feliz.
Si, soy feliz, sobre todo por que ya no tengo miedo de nada. Estoy muy
tranquila y nada perturba mi alma. Mis sentimientos están en una infinita calma
que no sé expresar bien, pero sé que me gustaría pedir perdón a todos mis seres
queridos si en algún momento les hice daño. Por favor, tú, mi querida hermana,
cuenta más o menos cómo era yo cuando estaba presente para que me comprendan un
poco. Estoy segura de que sabrás hacerlo muy bien, ya que no me ha dado tiempo
a mí. No te puedes imaginar la rabia que tengo de no poder hacerlo yo. Eso es
lo único que me estremece en el estado que estoy, por eso pienso que aún me
queda un poco de aliento, y fíjate si tiene que tener fuerza que algunas veces
me lleva hacia atrás, y otras hace como si se adelantara en el deambular del tránsito.
También tropiezo con muchísimas ánimas benditas que no están conformes con
haber llegado hasta aquí, y tengo que animarlos y aplacarlos, sobre todo cuando
se cruzan con los comatosos, pues éstos últimos están ahí impávidos, con los párpados
cerrados, pero con rapidísimos movimientos de los ojos de un lado para otro, como
si estuvieran asistiendo a un partido de tenis. Parecen que están pendientes de
la puerta de salida y de entrada para salir pitando. Por cierto, el otro día vi
a la madre de papá y tenía el semblante tranquilo y sereno. Se ve que estaba
deseando llegar. Era muy viejita y seguro que estaba cansada de vivir. Tenía
casi cien años, ¡madre mía! Unos tantos y otros tan pocos… Y al tío Francisco,
¡vaya éste si que estaba contento porque tenía una sonrisa dibujada en la cara
que le pillaba de oreja a oreja! ¡Cómo me acuerdo de él! Siempre tan alegre y
divertido, se ve que llegó contento…
Era guapa y joven, sobre todo simpática. Me salían los pretendientes a
porrillos. Tenía hasta para elegir pero casi ninguno me gustaba. Y no es que
fueran feos o que no tuvieran estudios, cosa que miraba muchísimo, si no que no
me llenaban del todo. Con tal que los trataba un poco, me desencantaba después.
Al principio me ilusionaba, pero luego perdía todo interés y me aburría con
ellos, así que decidí quedarme en casa oyendo música. También me dediqué a leer
novelas de Corín Tellado, ¡me encantaba! Leía una tras otras, imaginando que yo
era la protagonista. Algunas tardes venía la vecina de al lado para dar una
vuelta por los jardines, y si era domingo, íbamos al cine.
Pasé
una de las temporadas más aburrida de mi vida, además perdiendo el tiempo. Mi
madre siempre estaba diciendo que el tiempo es oro y el que lo pierde es un
tonto, ¡qué sabia era! Tenía un repertorio de refranes que podría llenar
páginas y páginas de ellos. Entonces yo no me daba cuenta y me burlaba de ella,
y ahora mira cómo me encuentro, que ni siquiera puedo perder un minuto, pues la
vida se me va en un suspiro, y tengo que hacer verdaderos malabarismos para
llegar hasta el final, pues aquí, en éste lugar tan estrambótico, los lamentos,
los ronquidos y los gemidos, se mezclan unos con otros, y yo ya no sé ni quién
soy, ni por dónde vago, pues hay tantos alientos que están en la misma
situación que yo, que me confundo en la manera de expresar mis sentimientos, ya
que me educaron a la antigua usanza, o sea, sin perder la compostura, y claro,
aquí llegan toda clase de indigentes de edades y épocas diferente, y no es lo
mismo el argot popular de los que nacieron hace noventa años, que el de los
jóvenes de ahora. Los espíritus errantes no tienen miramiento con nada ni con
nadie y vagan por ultratumba como Perico por su casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario