sábado, 8 de junio de 2013

A TRAVÉS DE TI.- PARÍS.- Capítulo Veintidos.- Quinta Parte.-




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En menos de dos años dimos con lo que queríamos, y le compramos una casa a unos alemanes que en aquellos momentos se encontraban bastante mal de dinero, y gracias a esas circunstancias, nos vino de perla. Era una casa de dos plantas a las afueras de la ciudad con cuatro dormitorios, un salón con chimenea y un comedor. La cocina era una maravilla y los cuartos de baño, aún mejor. Estaba la casa rodeada de un jardín con árboles alrededor, y flores de todos los colores, más una cochera enorme, un pozo de adorno y una casita para un perro guardián. Mis hijas se volvieron locas de alegría cuando la vieron y estuvieron correteando por el jardín de un lugar a otro. Estaba rodeada de más casas a un lado y otro de la calle, ya que era una zona de la gente más adinerada de la cuidad. Justo en la entrada de la urbanización, había un supermercado, cosa que me venía de perla, ya que no tenía que depender de nadie para la compra, pudiendo ir caminando con las niñas de la mano. Fue una de las épocas más felices de mis hijas, por que tenían muchos amiguitos, y en los cumpleaños siempre hacíamos una fiesta por todo lo alto. Le decoraba el jardín con lucecitas de colores. Le hice unos vestidos de sevillanas rojos con lunares, y cuando la vieron las demás niñas, a sus madres les gustaron tanto que me tiré todo el año cortando y cosiendo. En uno de mis viajes a Córdoba compré tela suficiente para seis niñas. A mis hijas no le faltaba ni un detalle, además tenía varios discos de sevillanas, y cuando ponía el tocadiscos, la gente que pasaba se quedaba embobada escuchando. A mis amigas les encantaba el flamenco, y como yo tenía tanto arte para el baile, me liaba a taconear en el suelo y a retorcerme bailando como una auténtica folklórica. Mis niñas me imitaban y Loret, sobre todo tenía una gracia, que parecía una gitanilla. Por entonces, Adam estaba más apaciguado, por que últimamente tenía la tensión muy alta y el médico le dijo que si no se cuidaba, le podría dar un infarto. Yo no es que me alegrara de eso, pero cuando discutía, le advertía que tuviera mucho cuidado recordándole las palabras del médico, añadiendo de mi cosecha...¡Uy, mi cosecha! ¡qué frase tan original, juá, juá, juá...! ¿De dónde habrá salido? ¡Ajá! Ha sido un aliento que se ha interpolado en mi camino! Pobrecillo, lo acaban de traer en camilla, por lo visto lo han aporreado en una manifestación donde según parece, los manifestantes y los policías se han liado a puñetazo limpio... Últimamente se oye mucho la palabra recortes... El caso es que yo le advertía con mucha sorna e ironía que se relajara un poco si no se quedaría medio tonto o le daría un infarto, además que me quedaría con todo. Sinceramente me recochineaba de él y sentía una alegría... Últimamente me estaba volviendo más descarada y valiente, y me enfrentaba a él, sobre todo cuando venían los amigos, que lo ponía como un trapo, contándole cómo era de verdad. Estaba harta de sus manías y de su esquizofrenia, además, ganaba un dinero extra con la costura y era más dependiente. Ya no lo temía tanto. De esa manera se venía abajo, y como le gustaba tanto el dinero se callaba. A los dos años de vivir en esa casa, el inquilino del solar de al lado se fue a Marsella, y el dueño nos lo ofreció de alquiler con derecho a compra. Era grandísimo. Adam que era un lince para los negocios, llamó a su amigo Marcel, y entre los dos pusieron un negocio de ambulancia.





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