viernes, 14 de junio de 2013

A TRAVÉS DE TI.- MICHEL.- Capítulo Veinticuatro.- Cuarta Parte.-




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Mis hijas nunca se enteraron de nada, por que en aquellos días estaban de excursión con el colegio fuera del pueblo, y Adam cuando se enteró vino corriendo, no sé si para recochinearse o para apiadarse. El caso es que quería volver a vivir conmigo. Como entonces me convenía, acepté su propuesta, pero que cada uno en una habitación. No se me apetecía que se acostara en mi misma cama por nada del mundo. De todas maneras, Adam, con las pastillas que tomaba para los nervios, estaba más tranquilo. Tanto él como yo nos ahorrábamos un dinero y tuve que aguantar nada más que por interés, gran error por mi parte, por que la faceta de don limpio, no la había dejado, ¡era un maniático cocinilla! Todo el santo día detrás de mí con el trapo del polvo, el estropajo, dando brillo a los grifos. Un verdadero tormento para mis hijas que a esa altura ni le hacían caso y me echaban la culpa de que estuviera con nosotras en casa. Continuamente se burlaba de mí restregándome por toda la cara que Michel me había abandonado por otra más joven, dejándome tirada como a una perra, recalcando bien las dos erres. Era imposible la convivencia. Después de muchas peleas y juicios me separé de Adam que nunca me perdonó que perdiera la cabeza por otro hombre. Puso a todo el mundo en contra de mí. Trajo testigos y en el juicio me tacharon de mujer infiel. Llevé todos los papeles del médico para que supieran el estado mental de Adam. Salí en los periódicos, en la televisión. La prensa me maltrató. Toda la ciudad empezó a criticarme, a escupirme por la calle. Marcel, el antiguo socio de Adam me arrebató lo poco que tenía, y hasta una de mis empleadas me arrastró por los pelos. Todo, lo perdí todo, menos la casa. A Adam le prohibieron acercarse a mí y a las niñas, aún así, una tarde entró por la ventana forzándola y me robó todas las joyas. Me dolió en el alma, sobre todo por que mi madre me había regalado una pulsera de oro y unos pendientes. También las que yo me había comprado que tenía un joyero lleno. Siempre me han gustado las alhajas, además eran de oro. Lo denuncié a la policía y como si nada. A partir de entonces tuve que enfrentarme sola a todos los gastos de la casa y me tuve que poner a buscar trabajo, ya que con lo que tenía no me daba para todo. Además como yo fui la que se quedó con la casa Adam no me pasaba nada, ni siquiera a las niñas, tan sólo de vez en cuando, ellas mismas le pedían dinero, y si les pillaba de bueno, se los daba. Últimamente se pasaba el día sentado en un bar que había en el mismo centro de la ciudad, y daba penita verlo. Siempre con las mismas bermudas. Estaba hecho un desastre. Tan canijo y tan cateto. Parecía un patán, no sé ni cómo pude acostarme con él… Loret se quitó de estudiar con todo el dolor de mi corazón. Me hubiera gustado que hiciera una buena carrera. Se colocó en una tienda de ropa muy lujosa. Su jefa estaba encantada con ella y la puso en la trastienda para los arreglos de costura. Ellen en cambio siguió con sus estudios y se colocó en un hotel en la oficina de información. Aparte del francés, hablaba el español perfectamente. Más tarde hizo unas oposiciones para el banco más importante de Saint-Rémy, donde sigue todavía. Le pedí a mi amiga Silvi ayuda y me dijo que si quería podría ofrecerme ser camarera de hotel a lo que accedí muy gustosa. Entonces tenía cuarenta y siete años. Mis hormonas estaban cambiando ya que el periodo me venía cuando le daba la gana, trastornándome de tal manera, que a veces me irritaban, pagando con las niñas todo mi mal humor. No sé qué era lo que me ocurría, pero no me encontraba bien. Me cansaba mucho cuando andaba, y más si quería hacer algún ejercicio. Poco a poco empecé a enfermar.
 

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