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Muy jovenzuelo, estuvo viviendo con una mujer diez años mayor que él, hasta que la dejó embarazada. Se casó con ella, pero cuando tuvo el hijo, la dejó porque decía que era una guarra y tenía la casa llenita mierda. En una palabra, que entre unas cosas y otras, me dejé llevar y empezamos a tener una relación de amigos por carta, pues nunca me gustó del todo y no me hacía a la idea de vivir con una persona de la cual no me sentía enamorada. Después del desengaño que había sufrido con Emilio, quería desaparecer del mapa, irme lo más lejos posible, donde no me conociera nadie. Por eso, cuando llegó a casa a por mí, ni me lo pensé, y de esa manera escapé, refugiándome antes en Barcelona y después, a pesar de tantas incertidumbre me fui a conocer su país, su gente, su hijo y a la madre del niño, que por cierto ya habían hecho las paces y eran amigos. Adam era un hombre maravilloso, me llevó a todas partes. Pasé unos meses preciosos. Me trataba como a una reina. Cada día me traía un regalo diferente. Collares, anillos pendientes, pero lo que más me gustaba eran los bolsos a juego con los zapatos, a cual más bonito. Otras veces me traía perfumes, barras de labios, buenas cremas para la cara. Me tenía completamente surtida de todo lo que concierne a la cosmética y eso sí que me gustaba.
El piso era muy pequeño, pero me prometió que si no me gustaba,
buscaría otro y antes de volver a España para casarnos, lo tendría ya
alquilado. Me dijo que lo decorara a mi gusto. Que nunca me iba arrepentir de
ser su esposa. Entonces empecé a ilusionarme y me dejé querer pensando que con
el tiempo, me enamoraría de él. Cosa que jamás ocurrió. Esa era mi esperanza
cuando regresé a España para casarme.
Nada
más llegar preparamos la boda. Fue una ceremonia sencilla donde ni siquiera el
vestido de novia era mío. Tenía muy claro que sería una estupidez gastar tanto
dinero en comprar un traje que después nadie iba aprovechar, y con esas miras
lo alquilé. Menos los zapatos, todo era alquilado. Mis padres tan contentos por
que no tenían ni un duro ahorrado. Los pobres siempre han vivido al día y en
esos momentos estaban pasando una mala racha con tanta gente en casa, así que
les dije que no tenía importancia,
además Adam era un hombre muy práctico que pensaba igual. Ni siquiera se
celebró. Fue la boda más triste del mundo, y aunque todos los familiares me
sonreían y me abrazaban, yo seguía pensando que aquello era un error por mi
parte. Según iba caminando ya me estaba arrepintiendo. Quería escapar de allí.
Salir corriendo, pero una fuerza interior me detenía. No podía dar un paso. De
repente Adam me colocó el anillo y yo le puse el suyo. Éramos marido y mujer.
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