- 3 -
Antes de
llegar al piso, me puse un poco nerviosa, pero cuando me presentó a Monserrat,
se me pasó. La pobre no sabía si mirarme o no. Enseguida la abracé para romper
el hielo. Monserrat era muy guapa, pero estaba gordita. Era más baja que yo, y
los embarazos le habían dejado mucha huella. Tenía una barrigota que le colgaba
un poco, cosa que me alegró en mi fuero interno. Definitivamente, Jaime se
acostaba con la secretaria, y Monserrat lo sabía. Seguro que lo sabía por que
en su rostro no se traslucía ni alegría ni nada que se le pudiera comparar.
Después de comer pasamos a un salón precioso y con mucha luz. Nos dedicamos a
hablar de Ceuta y de nuestra juventud, pero omitiendo lo nuestro, sobre todo no
mencioné aquella infortunada carta que me escribió, por que la pobre ya sufría
lo suyo para tener que meter más el dedo en la llaga. Antes de despedirnos,
quedamos para otro día. Al llegar a la puerta, Jaime hizo todo lo posible por
atraerme hacia él, abrazándome más de la cuenta. Noté sus manos en mi cintura y
cómo me apretaba. Cuando llegamos a casa, otra vez de charloteo. Le conté a
Cecilia lo del abrazo y me dijo que tuviera cuidado por que éste Jaime se las
mataba callando. Ella también había mal pensado de la secretaria. Al otro día
nos llevó a la torre para ver a sus padres que estaban estupendamente. Era un
lugar en la montaña precioso y lleno de árboles. Cada uno de sus hijos tenían
un dormitorio de matrimonio, y había unas habitaciones con literas para los niños.
Una piscina en medio hacían las delicias de los nietos, que se tiraban todo el
verano junto a sus abuelos. Los padres de Julia eran encantadores y nunca podré
olvidar lo bien que se portaron conmigo y con mis hermanas. Luego nos invitaron
a cenar y pasamos una velada maravillosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario