sábado, 8 de junio de 2013

A TRAVÉS DE TI.- PARÍS.- Capítulo Veintidos.- Cuarta Parte.-




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Con el paso de los años, Adam se convirtió en un hombre nervioso, neurasténico, al que sólo le importaba hacer dinero, ya sea sacando a los perros de los ricachones a pasear, limpiando escalera, barriendo calles o robando. Estaba todo el tiempo buscando la manera de hacer dinero siendo una de ellas jugar a las quinielas. Era un verdadero vicioso del juego. Muchos sábados se iba con su amigo Marcel al Casino Royale a jugar al bingo, donde la mayoría de las veces perdía, pero otras ganaba. También se reunían en casa de los amigos, haciendo grandes partidas de carta, hasta alta horas de la madrugada llegando a casa apestando a humo y a alcohol. Seguro que las mujeres no faltaban. Todas las semanas hacía apuestas hípicas. En París eran tan famosas como en España las quinielas futbolísticas. A veces yo le dictaba las apuestas, y fue una de las que le dije la acertada. Nos tocó un montón de francos, que junto a la venta del apartamento, decidimos cambiar de aires, y nos fuimos al sur de Francia, a una ciudad preciosa y muy turística, donde en verano, la mayoría de los habitantes se sentaban en la puerta de su casa, lo mismo que en los pueblos andaluces, cosa que me llamó mucho la atención. A una hora de allí estaba el mar. Cuando llegamos a Saint-Rémy-de-Provence, lo primero que hicimos fue buscar algún apartamento de alquiler, por que realmente lo que queríamos de verdad, era tener una casa grande, ya que en Francia los apartamentos suelen ser muy pequeños y caros. Estuvimos viviendo cerca de un año en un barrio periférico del pueblo. Eran unos bloques de pisos de cinco plantas, donde solían vivir la gente más humilde. Casi todos eran marroquíes, y aunque en Ceuta me había criado rodeada de ellos, éstos no tenían ni punto de comparación, que se dedicaban a vender drogas y consumirlas. Yo estaba histérica perdida de verme rodeada de esa chusma, por que al menor descuido te robaban, incluso te sacaban una navaja. Me daba mucho miedo, sobre todo por mis hijas ya que no quería que se criaran en ese ambiente. Era un barrio feísimo, con los pisos encalados, sin balcones, con unas ventanas pequeñas. La ropa tendida a la vista de todos. No me gustaba nada, y a Adam tampoco, así que nos mudamos al mismo centro a un apartamento todavía más chico, pero al menos, casi todos los inquilinos eran franceses y gente más normalita. Nuestro apartamento estaba encima de un bar, donde por las noches la gente se sentaba a tomar algo y se oía mucho ruido, y a veces era insoportable dormir. Una de esas noches, un motorista se dedicó a dar tantas vueltas, armando tal jaleo, que Adam bajó las escaleras, se escondió en una esquina que sabía que iba a pasar y cuando el motorista giró, le dio un puñetazo que salió la moto por un lado y el chico por otro. Adam subió enseguida y cuando vino la policía, allí nadie delató a nadie. En primer lugar por que no lo habían visto, aunque la mayoría de los vecinos se lo imaginaban, porque últimamente ya había dado muestras de una gran brutalidad, tanto física como en su modo de hablar. No sé por qué lo aguanté tanto, incluso ahora, en estos momentos que vago, creo que ese era el verdadero infierno, pero me conformo con aquél azul del cielo que hasta ahora veo y aquellos rayos de sol que vislumbré en París. Todavía los siento dentro de mí reconfortando mi alma, tanto es así, que haciendo balance de mi vida cuando estaba ahí, aquí es donde verdaderamente me siento feliz y en calma. Nadie me grita. Nadie me pega. Lo único que pasa es que no me quiero ir del todo hasta que acabes de contar mi historia. Estoy segura de que le puede venir bien a alguien, al menos prevenirle. Que no cometa los mismo errores que yo, por que mira que he sido tonta, y ahora que lo pienso bien, ¿para qué? No he conseguido nada ni callando ni aguantando. Siempre esperando que las cosas cambiaran solas. Ahora he aprendido que las cosas las tienen que cambiar uno mismo. Ya es demasiado tarde para mí. Bueno, no, aún estoy a tiempo de hacer algo maravilloso que es contarte lo bien que me encuentro aquí. Ya no tengo ningún dolor, y además me lo estoy pasando estupendamente recordando las veces que volví a España para veros a todos. También la Semana Santa que pasé en Barcelona con Cecilia y sus dos hijos. Los veranos que pasé en Marbella, y tantas cosa buenas que me llenan el alma de alegría y de paz…  
 

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