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Una
mañana que mi hermana trabajaba, Jaime llegó a casa. Tenía que hablar conmigo,
por que según él, tenía una asignatura pendiente. Me vestí rápido y nerviosa. Monté
en su coche. Según iba alejándose de la ciudad, presentía que quería parar en
un lugar solitario para besarme. No me equivoqué. Nos besamos apasionadamente.
Me dijo que nunca me había olvidado y que lo perdonara. Sus manos empezaron a
acariciarme las rodillas, y antes de seguir muslo arriba, sentí algo muy
extraño. No me gustaba. Ya no era lo mismo. Tampoco me agradaba el sabor de sus
labios, ni sus manos sudorosas, ni su voz en mi oído. Ahí me dí cuenta que yo era
la que había cambiado. Me compuse y frené sus manos. Lo miré a la cara y sin
decirle nada, asió el volante y regresamos a casa. Cuando llegué, mi hermana
Lola, me dijo que hacía dos meses que no le venía la regla.
Después
de aquél episodio, no volví a ver a Jaime jamás. Nunca se lo conté a Julia que
constantemente me llamaba para quedar con ella. Sabía que tarde o temprano me
iría de Barcelona. Tan sólo lo sabía mi hermana Cecilia, confidente mía desde
que estuvimos juntas en la costa. Cecilia y yo nos acurrucamos en la cama y nos
liamos a contarnos nuestros amores y desengaños. Muchas veces me reprendía,
pero luego me decía que hiciera lo que me dictara el corazón. Ese día estaba
muy contenta por que había conocido a un muchacho, el que conducía el torito en
el almacén, que no paraba de tirarle los tejos, y que la había cogido en
brazos, la sentó en sus rodillas y le dio un abrazo diciéndole que era muy
bonita. Estaba haciendo oposiciones para bombero, pero que mientras tanto tenía
que trabajar. En su casa eran muchos hermanos. Después se sacó la especialidad de
bombero submarinista, ganando lo que le dio la gana, ya que era un trabajo muy
peligroso y privado y uno podía pedir lo que quisiera. Si le convenía bien y si
no también, comentaba siempre. Paco, que así se llamaba su enamorado, se sumergía
bajo el agua y se tiraba un tiempo interminable limpiando el casco de los
barcos. Con el tiempo se casaron, tuvieron dos hijos y comieron perdices. Yo en
cambio no sabía qué hacer. Me encontraba perdida. Por un lado estaba Adam que
ya mismo venía para casarse conmigo. Mi hermana me sugirió que antes de
casarme, debería ir a París para conocerlo mejor, por que no sabía cómo era en
realidad, y si después no me convenía, ella estaría siempre para ayudarme. Por
ese lado tenía razón, así que les dije a mis padres que me iba a vivir con Adam
antes de casarme. Les pareció bien y entonces escribí a Adam diciéndole cuáles
eran mis pensamientos, y aunque no estaba de acuerdo, tuvo que aguantarse, de
lo contrario no me casaba. Me dijo que entonces sólo podría estar tres meses
como turista. Me pareció perfecto. No es que diera saltos de alegría, pero veía
cómo todas mis hermanas formaban una familia poco a poco. Cecilia con novio
formal. Me sentía un estorbo. Hice la maleta, y antes de darme cuenta llamaron
a la puerta. Era Adam.
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