domingo, 16 de junio de 2013

A TRAVÉS DE TI.- ENFERMANDO.- Capítulo Veinticinco.- Primera Parte.-




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Si, empecé a enfermar. Primero de tristeza, después de pena al ver en qué estado me encontraba. Yo, que lo único que había hecho en la vida fue amar, simplemente amar. En aquellos momentos tan sólo pensaba que no había valido la pena el haberme entregado tanto. No me encontraba bien. Estaba decaída. Creo que era la primera vez en mi vida que mi corazón estaba triste. Apenas salía, no se me apetecía nada. Quería desaparecer, perderme. No tenía ni fuerzas para pensar, ni para limpiar la casa, ni para asearme. Sólo quería estar echada en la cama y que pasara el tiempo rápidamente. Corre, corre, corre. Que se acabe el día y que pase otro. Esos eran mis pensamientos. El mundo no significaba nada para mí. Quería morirme. Me sentía igual que al principio cuando, el amor de mi primera juventud me dejó. Yo pensaba que esos sentimientos tan dolorosos ya habrían desaparecido, y que ahora, en plena madurez, estaría de vuelta de todo. Me equivoqué. El dolor era igual de intenso. Sufría hasta la saciedad. Pasó un año, en los que las chicas salían y entraban haciendo lo que le daban la gana. Eran dos preciosa adolescentes y empezaron a tontear con los chicos. Cada dos por tres se llenaba la casa de jóvenes, haciendo sus pequeñas fiestas. Los sábados por la noche se iban a bailar y no volvían hasta las tantas de la mañana. Fue una época en la que las desatendí de tal manera, que no me enteraba de si dormían en casa o no. Ni me preocupaba. Volví a equivocarme, como siempre. Nunca aprendí la lección. Creo que no hay en el mundo nadie como yo en cometer tantísimos y tremendo errores en su paso por la vida. Y ahora, cuando la cosa ya no tiene remedio, me doy cuenta y me gustaría subsanarlo de alguna manera, y como no sea a través de ti, ¿quién me va a ayudar? Espero que estos relatos sirvan para algo a alguien, o al menos a mis hijas a las que les debo tanto… 

Silvi venía a animarme muchas tardes, y en cierta 

ocasión me propuso que me fuera con ella unos 

días a la casita que tenía en la costa azul. Ya me lo 

había dicho otras veces, pero no quise nunca por 

que en el fondo tenía la esperanza de que Michel 

volviera alguna vez. Había pasado casi un año 

desde que me abandonó. Así que esta vez cedí, 

además mis hijas me animaron y me fui con ella 

quince días.

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