jueves, 6 de junio de 2013

A TRAVÉS DE TI.- PARÍS.- Capítulo Veintidos.- Tercera Parte.-




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Durante toda la infancia de mis hijas, Adam nos hizo la vida imposible a las tres. Se pasaba riñéndolas todo el santo día. No podía soportar que derramaran la leche sobre el mantel, o que dejaran algo en el plato. Era horroroso. Y ahí empezaron nuestras primeras batallas campales, de tal manera que llegué a llamarle señor Grifo, imitando y haciendo mofa de su manera de limpiar el dichoso grifito. Se ponía frenético perdido. Empezamos a pelearnos cada vez más y peor. Los gritos se oían desde la otra punta del barrio. Empezó a pegarme con una fuerza de lo más bruta. Mi vida junto a él fue un valle espinoso, entre paliza y perdóname, que no lo volveré a hacer. Me quedé embarazada de nuevo, y cuando engordé, se buscó una amante, y una noche me dejó en las escaleras toda la santa noche, muertita de frío, y por que empecé a aporrear la puerta, me arrastró de los pelos, me pateó la cabeza y me desmayé. Se asustó tanto que llamó a una ambulancia y estuve tres días sin conocimiento. En ese estado de somnolencia tuve un sueño muy raro y bonito. En mi sueño me pareció ver a Gabriel que me cogía de la mano, a la vez que me decía palabras alentadoras en el oído, mientras bailábamos un vals... Cuando desperté no sé si era mentira o verdad, pero sé que gracias a él abrí los ojos en el hospital. Adam estaba sentado a mi lado llorando. Perdí al niño, cosa que me desilusionó mucho, pero después casi me alegré. Pasaron dos años, y nunca me decidí a dar ningún paso por temor a que me pegara. Tampoco quería divorciarme por que no tenía donde ir con dos niñas tan pequeñas y tenía miedo que me dejara tirada en la calle como una pordiosera. Le tenía mucho miedo. A esta altura de mi vida, ya lo conocía bien y me di cuenta de que me había casado con un loco. Cuando gritaba parecía un auténtico demonio. Así estuve durante algún tiempo, hasta que se le ocurrió darle una paliza a mi hija Ellen por que había derramado un vaso de leche en el suelo. Cogí un cuchillo y empecé a pedir auxilio. Vinieron unos cuantos vecinos y me dijeron que lo denunciara. Se cagó las patas abajo, como decía mi madre. A partir de entonces no volvió a levantarme la mano. Creo que por temor a los vecinos, testigos del mal trato que yo padecía desde hacía tanto tiempo.

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