domingo, 2 de junio de 2013

A TRAVÉS DE TI.- BARCELONA.- Capítulo Veinte.- Segunda PArte.-




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Julia no había cambiado nada. No dejó de hablar ni un instante, contándome toda su trayectoria desde que llegó a Barcelona, donde conoció a un joven y guapo teniente, que se enamoró locamente y que a causa del ascenso se acababan de mudar. Que tenía unos gemelos de tres añitos muy traviesos y una niña de cinco. Llevaba casada siete años y era muy feliz. Sus padres vivían en la torre, a las afueras de la ciudad. En Cataluña, a los chalet se les llaman torre. Su hermano Luis tenía novia que estaba opositando para profesora de universidad, y con tal que aprobara, se casaban. Entonces le pregunté por Jaime, le dije que me gustaría verlo, y si hacía bien en visitarlo. Por supuesto que sí. Quedamos al día siguiente. Cuando llegamos a casa le dije a mi hermana que estaba muy nerviosa y tuve que tomarme tres tilas. Al otro día se presentó Julia conduciendo un coche pequeñito, pero que la llevaba a todas partes, y según ella, tenía más independencia. Se había sacado el carnet de conducir nada más llegar a Barcelona. Ella misma llevaba la niña a la escuela y a los gemelos a la guardería. Me dijo que había quedado con su hermano en su despacho. Llegamos al centro de Barcelona, a unos edificios que estaban en Vía Layetana, donde la mayoría eran oficinas. El conserje saludó a Julia como si la conociera de toda la vida, y subimos a la sexta planta. La secretaria que abrió la puerta era una joven alta, morena y guapísima. Un mal pensamiento cruzó mi mente a la velocidad del rayo. No sé por qué pensé que era algo más que la secretaria de Jaime. Cuando éste me vio, pude comprender que lo que veía le gustaba. Estaba enfrente de pie con los brazos apartado de su cuerpo. Enseguida me besó en la cara. Le correspondí. Le dijo a la secretaria que nadie nos molestara, y por su gesto me di cuenta de que no me había equivocado con el mal pensamiento. Mandó traer café para los cuatro y después nos invitó a comer. Antes llamó a su mujer diciéndole que ese día no lo esperara, que llegaría tarde. Después del almuerzo fuimos a tomar café y copa a una cafetería de lujo, preciosa y llenita de gente muy bien vestida. La mayoría eran hombres maduritos acompañados de lindas jovencitas. Antes de despedirnos, quedamos el próximo domingo para presentarme a su mujer y a sus cuatro hijos, tres chicos y una niña preciosa, según él, la princesita de la casa. Julia nos llevó a casa. Por la noche, Cecilia y yo no paramos de hablar de todo lo concerniente a ese día y me preguntó qué pensaba de Jaime y si había sentido renacer el fuego del amor en mí. No lo sabía. Era un sentimiento muy extraño. Al contrario de Julia que parecía que los años no habían pasado por ella, por Jaime si. Tenía una leve curvita en la barriguita, además de entradas en la frente, y aunque seguía siendo un hombre guapo, parecía mucho mayor. De todos modos lo encontraba muy atractivo para sus treinta y seis años. Jaime vivía muy cerquita del centro, por eso se iba andando, además que con tanto tráfico, era imposible aparcar. Casi siempre tenía el coche en el garaje de su mismo bloque, o lo cogía su mujer.

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