- 1 -
Michel era un hombre alto, medía más de uno noventa, atractivo, moreno
de ojos negros y mirada apasionante, con unos labios gruesos y carnosos. Tenía
dos hoyuelos en el rostro que cuando sonreía se le acentuaban más, y un tercero
en el mentón. Su porte era de lo más elegante, con un trato exquisito. De voz
melodiosa y una ternura de lo más dulce. Era un auténtico seductor y llegó a mi
vida en el momento adecuado, cuando más falta me hacía.
Michel tenía treinta años, y yo cuarenta y cinco. Caí rendida a sus
pies. Me volví loca de amor. Me enamoré. Me enamoré como una verdadera
colegiala. Me enamoré como nunca jamás lo había estado y eso me gustaba. Yo pensaba
que ya era mayor para estas cosas. No. Estaba equivocada. En ese momento me dí
cuenta de que el amor no tiene edad, y más si se ama con pasión. Con pasión y
desenfreno. Fue cuando empecé a dejar a las chicas solas en casa, sabiendo de
antemano que estaban muy asustadas, sobre todo si era por las noches. Ellen
tenía casi catorce años, y me decía a mi misma que con esa edad, yo cuidaba de
mis hermanos pequeños, fregaba la casa, limpiaba los cristales y planchaba la
ropa de todo el mundo, además sabía cocinar, y cuando mi madre no podía lo
hacía yo. De esa manera me auto justificaba, haciendo lo que me daba la gana,
sin preocuparme del daño que causaba. Así que durante varios fines de semana me
iba con Michel a la costa, cosa que jamás me podré perdonar. No sé qué pasó por
mi cabeza en aquellos momentos para hacer esas cosas tan terribles. Creo que me
volví loca. Todavía no lo puedo comprender. ¿Qué es lo que me arrastró a hacer
tales barbaridades? Michel me tenía hechizada de tal manera que no sabía ni lo
que hacía. Era como si fuera la última puerta al amor, y no me daba cuenta de
que estaba tirando por la borda el amor de mis hijas, mis queridas hijas,
haciéndoles un daño irreparable. ¿Cómo voy a reparar aquello que hice tan mal,
si ya no me queda tiempo? Quiera Dios que a través de ti puedan perdonarme…
Nos
entregamos al amor apasionado con toda la lujuria que da el apetito carnal,
porque aquí lo que privaba era el sexo. Puro y duro sexo, pero con sentimiento
verdadero de amor, de tal manera que la locura y los celos hicieron su
aparición, tanto por su parte como de la mía, pues si él era un joven seductor,
yo tenía una pizquita de picardía madura que a los hombres les atraía. A pesar
de todo, fuimos inseparables, tanto que Adam empezó a sospechar, cosa que a mí
me daba igual. De alguna manera, él nunca supo enamorarme. Lo único que hizo en
su vida junto a mí, fue destrozar mis ilusiones. Matar la fe y la esperanza que
yo tenía de ser una mujer amada, cosa que jamás consiguió. Siempre fui una
rebelde de la vida y no me conformaba con menos. Nunca me acostumbré a sus
soeces, ni al tedio, ni tampoco que me hablara con brusquedad. Ni a sus golpes,
ni al menosprecio. No le dí cabida a mi vida. Tan sólo quería amar y ser amada,
y cuando el amor se presentó a mis puertas, no lo pensé dos veces. Lo que Adam
no se esperaba, era que me hubiera enamorado de verdad, y cuando por fin se
enteró, me machacó a golpes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario