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Un domingo que paseaba con mi amiga, me caí desplomada sin darme cuenta
en el suelo. Cuando abrí los ojos, la gente me rodeaba y no me acordaba de
nada. Al cabo de un mes, limpiando el cuarto de baño, me desmayé. Si no es por
Adam, todavía estoy allí tirada, en medio del pasillo, sola. Me llevaron al
hospital. Después todo se complicó, y volvieron a darme sesiones de
radioterapia y quimioterapia. Estaba harta de la dichosa enfermedad que se
ensañó conmigo de una manera brutal. El médico me dijo que éste tipo de cáncer
sale cuando hay un cambio hormonal. También por disgusto. Sea lo que sea, a
partir de entonces mi vida fue una continua salida y entrada a los hospitales
durante cuatro años. Me atiborraron de pastillas, de tal manera que engordé
unos cuantos kilos, ¡parecía una vaca de gorda! Después, cuando acabó el
tratamiento adelgacé y me quedé estupendamente, ya que toda la ropa me quedaba
de maravilla. Fue en esa etapa cuando mis hijas dieron un cambio radical, y
empezaron a tomarse las cosas más en serio. Loret se peleó con su novio, un
celoso que le estaba haciendo la vida imposible, y conoció a un chico
extraordinario, Tony. Los dos emprendieron viaje hacia París a buscarse la vida
y encontraron trabajo en el parque de atracciones Disney World. Loret era más
atrevida para todo. Mi pequeña se parecía mucho a su padre. Era una auténtica
francesa, muy despegada. Ellen en cambio nunca se separó de mí y aunque vivía
ya con su novio, era más familiar. Después del trabajo venían los dos a estar
conmigo. Creo que fue una de las mejores etapas para mí, dentro de la enfermedad,
por que al menos ya no me sentía tan sola, además mi hermana Cecilia venía cada
dos por tres. Si su marido no podía traerla, cogía el tren, y se quedaba una
semana. Antes de irse me propuso irnos a pasar las navidades en Córdoba, ya que
mi padre estaba muy mayor y quizás ya no lo vería más. Cuando llegó diciembre,
Adam me acompañó en su coche hasta la estación de Montpellier para coger el tren
que salía para Barcelona. A los dos días, Cecilia y yo montamos en el Ave rumbo
hacia Córdoba. Fueron una de mis mejores fiestas navideñas. Vinieron todas mis
tías, por parte de mi padre. Mis hermanos se volcaron conmigo, y una tarde que
veníamos del Corte Inglés, Emilio pasó por mi lado, ¿te acuerdas? Se quedó
mirándome, y pasé de largo… Cuando acabó el año regresamos. Nada más llegar,
recaí de nuevo. Menos mal que al menos me despedí de mi padre. Pobrecito,
todavía me acuerdo de lo triste que estaba por que echaba mucho de menos a mi
madre. Se tiró todas las navidades diciendo que para qué quería seguir
viviendo, si ya no estaba ella. La verdad es que tenía toda la razón, por que
ahora se le ve tan feliz… Lo mismo que yo, que estoy tan tranquila, además que
cuando cierro los ojos viene mi amigo Gabriel, se sienta a mi lado y me cuenta
cosas bellas, me coge de las manos y me lleva casi en volandas hasta Ceuta.
Luego nos vamos a la playa a bañarnos, y corremos por la arena como dos niños
chicos para secarnos al sol. ¡Qué risa! ¡Qué feliz estoy! ¡Qué sol tan rico,
madre mía! Es un sol que me adormece y siento una relajación tan grande que no
quisiera despertar jamás…Ángel de mi Guarda dulce compañía no me desampares ni
de noche ni de día, no me dejes sola que me perdería…
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