jueves, 6 de junio de 2013

A TRAVÉS DE TI.- PARÍS.- Capítulo Veintidos.- Segunda Parte.-




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Poco a poco fui conociendo al verdadero Adam, dejando ver su auténtica personalidad. Era un maniático de la limpieza y el orden, aunque lo suyo era más bien enfermizo. Por ejemplo, cuando terminábamos de comer, se tiraba horas y horas sacudiendo el mantel, porque no podía ver miguitas de pan. Tampoco algún que otro pelillo en el lavabo, además, quería que todos los grifos brillaran como la plata. Que el suelo estuviera como una patena, sin ninguna huella de zapatos, así que cuando veníamos de la calle, teníamos que dejar los zapatos en la entrada y andar descalzos. Al año de estar casada me quedé embarazada y tuve una hija preciosa, a la que le pusimos de nombre Ellen. Al principio de mi embarazo, todo era bonito y precioso, pero según iba engordando, sus escapadas eran cada vez más continuadas, incluso hasta trasnochaba. Cuando le pedía explicaciones, me decía que estaba gorda y poco atractiva y que no sentía ningún deseo por mí, hasta que lo pillé en la cama con otra y me dijo que era lo más normal del mundo allí, incluso se atrevió a decirme que yo podría hacer lo mismo, pero con la condición de que no me enamorase de ningún hombre. Yo no daba crédito a este planteamiento, pero entre que tenía que criar a mi hija, y que de vez en cuando se portaba bien, además no nos faltaba nada, dejaba pasar el tiempo hasta que poco a poco me fui acostumbrando a esa clase de vida. Cuando Ellen cumplió dos años, me quedé de nuevo embarazada y tuve otra preciosa niña a la que llamé Loret. Antes de nacer Loret llamé a mi hermana Nieves para que se quedara con la niña, mientras estaba en el hospital. Mi padre vino con ella y se quedaron en casa dos meses. Entonces Adam se transformó en la persona más maravillosa del mundo, mostrando su lado bueno, cosa que me vino bien, ya que estaba harta de tantas discusiones y malos ratos. ¡Cómo me acuerdo de mi hermana Nieve! Era tan buena y trabajadora. Lo hacía todo en casa. Adam estaba encantado y cada día le traía un regalo que ella aceptaba tan contenta. A mi padre también le trajo un par de cosillas. Por supuesto que nunca les dije que eran robados, por que seguro de que lo eran. Cuando se fueron me tiré todo el día llorando, pero tenían que volver. Mi madre ya la estaba reclamando, por que por entonces, la pobre estaba algo delicadilla. Le dolía muchos las piernas, apenas podía caminar, menos mal que más tarde se operó de las rodillas, y gracias a las prótesis que le colocaron, pudo disfrutar de la vida durante diez años saliendo y entrando. Mientras a mí se me pasaban los años criando a mis dos preciosas niñas como si fuera una larga pesadilla… Pesadilla, si, sobre todo por mi hija la mayor, que cuando era muy chiquita, bebé todavía, la mimaba y la adoraba y tenía todo su cariño, pero cuando nació Loret, le dio tanto de lado que la chiquilla cogió unos celos tremendos y le hacía la vida imposible a la pequeña, teniendo yo siempre que mediar entre las dos. Continuamente le rogaba a Adam que por favor no riñera tanto a la mayor, que no entendía del todo. Después cuando creció, se la llevaba a comprar y más de una vez la obligaba a coger cosas de la tienda, enseñándola a robar como él, cosa que me ponía de los nervios. Ellen, la pobre sufrió mucho con él. Lo quería con locura…

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