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Michel se enfrentó a él y se liaron a puñetazos, y le dijo que jamás
me dejaría por otra y que me amaría siempre, siempre. Hasta la eternidad. Yo
sonreí, y cuando Adam me miró, me dijo gritando con toda la maldad del mundo,
que cuando tuviera un par de años más sería una vieja fea y asquerosa y que
Michel se iría con una mucho más joven. Cuando Michel se marchó, entré en casa,
y riéndome le dije a Adam, que lo que más coraje le daba a él, no era que me
hubiera acostado con otro, si no que lo había hecho por amor, porque estaba
enamorada y eso es lo único que jamás me perdonó. Adam se volvió hacia mí, me
dio tal empujón que me estrelló contra la pared. Estaba fuera de sí. Empecé a
gritar pidiendo auxilio. Nadie entraba a la casa. Había echado la llave. No
pude escapar de allí. Me dio tal paliza que estuve en coma dos días seguidos,
según el médico que me atendió. Sobre todo en la cabeza que me la pateó. No sé
ni como sobreviví aquello madre mía. Me salieron un montón de chichones. Los
ojos apenas los podía abrir, parecían dos huevos de lo hinchado. Amoratados
perdidos. Me arrancó varios mechones de pelo. Tal era su ira. Mientras estaba
en el suelo medio inconsciente, oí golpes por la puerta de atrás. Después ya
perdí el conocimiento. Entre los auxiliares y la mujer de la limpieza lo
separaron de mí, si no ahora estaría muerta y no me hubiera dado tiempo de
redimirme, por que lo que más deseo en este mundo es que mis hijas me perdonen…
A la semana me dieron el alta y nada más llegar a casa le dije a Adam que se iba él o yo, y como no le convenía por que tendría
que estar con las niñas, se marchó a una pensión de mala muerte. Partimos la
sociedad y me asocié con Michel. Le presté dinero y le regalé un cochazo. Yo lo
adoraba. Fue la historia más bella de mi vida. ¡Pobre de mí! ¡Qué ilusa fui!
Sólo duró cinco meses nuestra apasionante historia de amor. Poco a poco,
el fuego se iba apagando. No por mí que hubiera estado toda la vida adorándolo,
tal era el amor que sentía, si no por él que continuamente tenía una excusa
para salir. Puede ser que yo tuviera la culpa por los dichosos celos. Malditos
celos. Lo amaba apasionadamente, tanto que empecé a agobiarlo, persiguiéndolo
por todas partes. Estaba tan enamorada que no me daba cuenta de que lo estaba
ahogando. Asfixiando. Michel era demasiado guapo y atractivo y gustaba mucho a
las mujeres, y yo tenía unos celos enfermizos, pues no sé por qué intuía que me
engañaba. No podía soportarlo. No me equivoqué. Lo pillé con otra y aún así, seguí con él por temor a perderlo.
Me hice la desentendida, como si no supiera nada. Era imposible seguir
fingiendo. Empezamos a discutir en casa, en la calle, en las cafeterías, en la
ambulancia, delante de los enfermos. Allá donde íbamos, los gritos se oían por
todas partes. Las broncas cada vez eran más continuadas. Nos perdimos el
respeto. Entonces lo amenacé con romper la sociedad, si seguía con aquella
mujer. Se quedó un rato callado, y me dijo que no era nada serio, y que no
había vuelto a verla. No lo creí y lo seguí una tarde que fue a recoger un
enfermo. Nada más irse me arreglé. Entro en una casa y salió con una mujer
guapísima, pero más o menos de mi misma edad. Era una ricachona. Cuando volvió
no le comenté nada. Al otro día fui a la casa de esa mujer. Cuando me abrió la
puerta le dije que Michel era mi pareja desde hacía más de un año, y que no
sabía que hacía ella con él. Por lo visto llevaba el mismo tiempo con ella. Las
dos caímos en la cuenta de que este tío, por que ya para mí no tenía nombre,
era un buscavida, que se aprovechaba de las mujeres mayores para sacarles todo
el dinero que pudiera. Entonces urdimos un plan.
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