jueves, 22 de noviembre de 2012

MI PRIMERA COMUNIÓN.-

Cuando hice mi primera comunión, mi madre me levantó tempranísimo para que la peluquera me hiciera la permanente, ¡estaba guapísima! El traje era de mi hermana Lola y me quedaba algo holgado, pero yo me sentía la niña más feliz del mundo, cuando en filita me puso la señorita con las demás niñas, en la entrada de la iglesia Virgen de África...
Después de hacer la comunión, mi madre me llevó para que me vieran todas las vecinas, las cuales me daban unas calderillas y hasta hubo una que me dió un billete de cinco duros, que ella automáticamente guardó en su bolso, y cuando llegamos a casa, lo primero que hizo es vaciar mi limosnera sobre su cama, y sin decirme nada empezó a contar el dinero y lo metió en su monedero como si yo no estuviera... Tan sólo me dejó dos reales y una peseta... A pesar de todo, yo seguía contenta, por que todo el mundo estaba pendiente de mí, ¡era la reina de la fiesta por primera vez en mi vida! Y además, por la tarde vivieron todas mis amigas a casa, ¡menudo banquetazo! Mi padre había hecho una olla enorme de chocolate espeso, espeso con galletas, y después en una cazuela, preparó palomitas...
A partir de entonces tenía que oír misa todos los domingos, por que si no, me castigaban sin ir al cine, además confesar y comulgar. A veces me inventaba los pecados por que me daba verguenza no contarle nada al cura aquél que me daba catecismo, y que algunos decían que era mariquita...
También tenía que rezar el rosario todos los días a las seis de la tarde junto a mis padres y hermanos. Todos alrededor de mi madre que pasaba las cuentas mejor que nadie, ¡todavía me acuerdo de los cinco misterios!
La pobre movía los labios con tal rapidez, que los Gloriosos y los Gozosos se fundían a la vez, y los Dolorosos con las Aves Marías. Sus labios parecían que estaban soplando una velita, y Kyrie Elisón, o ¡Aleluyaaa...! contestábamos todas juntas, ¡qué manía con la Letanía...!
Una vez vinieron misioneros de tierras lejanas, ¡menos mal que yo era muy chiquitilla! Mis padres y hermanas mayores se tenían que levantar antes del alba, y una vez que me asomé por la ventana, como una procesión pasaban cantando el Padre Nuestro que levantaba hasta a los mismísimos muertos, ¡qué miedo! Tres hombres con sotanas oscuras y un cordón atado a la cintura, con una cruz en el centro. Me fui a la cama corriendo y mientras me dormía unas voces lejanas gritaban el Ave María...

No hay comentarios:

Publicar un comentario