viernes, 23 de noviembre de 2012

MI HERMANO JUAN.-

El primer recuerdo que tengo de mi hermano el mayor es tocando una guitarra sentado en un baúl con las piernas cruzadas. En lo alto de la pared había un almanaque con un edificio tras un estanque, El patio de los Arrayanes de La Alhambra de Granada. Más tarde supe que lo compró cuando empezó a estudiar la carrera de medicina allí, aunque luego se marchó a la universidad de Salamanca...
Todos los veranos, por vacaciones, llegaba a casa en un barco blanco grandísimo con una chimenea que tenía los colores de la bandera española, el correo Virgen de África. Mi madre nos llevaba al muelle a esperarlo, ¡era todo un acontecimiento! Me encantaba la cantidad de gente que se aglomeraba en el mismo borde cuando a lo lejos se oía la sirena del barco. Al momento se veía el morro dar la vuelta tras el espigón del mar y mi madre se liaba a dar saltos de alegría, ¡ya viene mi hijo! ¡Ya viene! ¡hijo de mi vida y de mi corazón! Exclamaba cada vez más nerviosa, ¡míralo, ya lo veo con el pañuelito blanco haciéndonos señas! Según se acercaba, en las ventanas del barco se veían cabezas y manos agitando los pañuelos, y no sé cómo desde tan lejos, mi madre podía reconocerlo. Mi hermana Trini nos tenía a Lola y a mí agarradas de las manos, la pobre que tenía mucho miedo que nos acercáramos tanto al mismito borde. A nosotras nos encantaba ver los peces bajo el agua...
Poco a poco, el barco atracaba en el muelle, y antes de darnos cuenta, los pasajeros bajaban felices y contentos por la escalera, y mi madre, dando saltos de alegría se abrazaba a mi hermano llorando, lo mismo que Trini, que nada más verse, se echaban unos en los brazos del otro un tiempo indeterminado, y luego mirándonos, le decía a Lola lo bonita y alta que estaba, en cambio a mí, me sonreía como diciendo, ¡ésta sigue tan chiquitilla como siempre...!
Su regreso alegraba los corazones de unos y amargaba a otros. Para Inma y José era una auténtica pesadilla. No nos dejaba jugar en el llano, ni cruzar la carretera para irnos al Jardín Primero, y no digamos a la playa del Chorrillo, ni siquiera podíamos asomarnos al balcón, y a los más pequeños los vigilaba como si fuera un  perro guardián, y si pillaba alguno subido en la sillas al lado de la ventana, le ponía el culo como un tomate, ¡siempre huyendo como unas lagartijas! Nos tenía prohibido todo, pero cuando no nos veía nadie, arrastrábamos una silla hacia la ventana despacito y hacíamos pompas de jabón con una caña dentro de una lata de agua con los polvos Tide que mi madre tenía para la lavadora, mientras los niños de la calle las explotaba, hasta que un cachetazo en las nalgas nos hacía correr precipitadamente por el pasillo, acusándonos unos a otros...
Cuando se marchaba escribía muchas cartas que tan sólo se abrían a la hora de comer, ¡qué alegría! parece que todavía lo estoy viendo. Primero mi padre ponía la radio para oír el parte de las dos y media. Después el mantel seguido de ruídos de platos y cubiertos al entrechocar, y todos en silencio, sentaditos alrededor de la mesa con los dedos entrelazados y cavizbajos, esperando que terminara de bendecírla y ¡hala, a comer! Y entre que a mí me has echado muy poco y que a la otra le has puesto más, se tiraba mi madre dando coscorrones a diestra y siniestra con lo primero que tenía al alcance, dejándonos los pelos pegajosos perdidos... Pero lo que más recuerdo con cariño son aquellas cartas que mi padre leía en voz alta mientras comíamos, apenas sin hacer ruído, tan sólo roto por el llanto de mi madre, y al final cuando ponía eso de que nos echaba mucho de menos, un gallo en la garganta de mi padre se escapaba sin poderlo evitar...

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