viernes, 16 de noviembre de 2012

LOS CUENTOS DE HADAS.-

Cuando era pequeña dormía en una cama grande con mis cuatro hermanos. Los dos de abajo nos metían los pies en la boca, y los tres de arriba nos tirábamos de los pelos, hasta que llegaba mi madre con la zapatilla y zás, zás, zás, ¡a dormir se ha dicho! Entre culetazos y codazos tirábamos de la colcha para taparnos la cabeza, y unas risitas lejanas, ji, ji, ji, se dejaban oír bajo las sábanas, al mismo tiempo que la voz de mi padre, ¡como vaya para allá os váis a enterar! Al momento enmudecíamos, no antes de oírse un cuesquecillo y una gran risotada seguida de cinco narices asomando al exterior...
A medianoche unas cuantas toses despertaban a mi madre que enseguida venía con su medicina, que era un poco de saliva que nos frotaba en la garganta, y como no veía nada, a mi me daba en la cara, a Lola en la frente, a Inma en los pelos a Marien en los dientes y como a José no lo encontraba le daba a la almohada, ¿dónde estará mi niño? Al suelo se había caído... Otras veces nos llevaba a su cama y nos contaba muchos cuentos, otras nos cantaba canciones de mujer enamorada... Mi hermana Trini dormía en una cama sola, y debajo tenía una caja de cartón llenita de cuentos de hadas, que ellas nos leía y cuando aprendí a leer me enamoré de la lectura. Eran los cuentos de hadas más hermoso que leyera jamás, ¡cuántos suspiros se me escaparon del pecho cuando el príncipe se quedaba con la princesita! Mil veces los leí y releí, hasta que me pasé a los cuentos que mi hermano Juan tenía, ¡eran de niños! ¡qué emocionantes! ¡cuántas aventuras! ¡cómo me gustaban! El Capitán Trueno, El Jabato, El Cosaco Verde... Y los tebeos de Zipi y Zape, las hermanas Gilda, Carpanta, Mortadelo y Filemón, ¡qué risa con La familia Cebolleta! Toda mi infancia leyendo, siempre, siempre... Fué entonces cuando me enamoré de la lectura, y los libros ya forman parte de mi vida, tanto es así que a los catorce años leí El Quijote, y cuando lo terminé, pensé que cuando tuviera más años tendría que volverlo a leer, por que en aquellos momentos pensé que no estaba capacitada para comprenderlo bien, y mira por donde a los cuarenta y séis años me gustó más todavía, recreándome en cada pasaje que leía, pensando que habiendo sido escrito hacía tantos años, lo encontraba actual...

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