martes, 20 de noviembre de 2012

EL RECORRIDO DEL GRITO.-

Cada olor me recuerda pedazos de mi infancia que a veces añoro trayéndome a la memoria alegres momentos, como cuando mi madre molía el café en el molinillo, sí ese de la manivela que giraba y caía la molienda en un cajoncito, ¡me encantaba! Yo siempre estaba a su lado mirándola y escuchando aquellas canciones tan bonitas que la Montiel cantaba...
En casa de la portera había un brasero de carbón que despedía un olor raro, dándome la sensación de viejos, no sé por qué, pero era algo extraño, quizá fuera por que en mi casa siempre olía a bebé, y el talco y la colonia se fundían en un perfume delicioso...
La portera vivía con su padre, el señor Manuel que era un anciano muy flaco, flaco, enjuto diría yo, que siempre vestía del mismo color, unos pantalones grises con chaqueta marrón, y una boina negra que con su pitorrito tieso a todo el mundo le decía adiós. Todas las mañana bien temprano salía de casa con un par de cubos, y antes del amuerzo volvía con ellos enganchados en un palo muy largo, apoyados sobre sus hombros. Era una estampa preciosa que jamás he olvidado. Parecía un cuadro verlo andar tan despacio, casi renqueando, con aquella carga de almejas y pescado que vendía en la plaza del mercado... Ahora me viene ese día aciago cuando amaneció muerto en su cama y fueron las vecinas a velarlo. Todo eran gritos y llantos. Mi madre nos prohibió salir a la calle a jugar, y nos dijo que no hiciéramos ningún ruído en el portal, y menos que molestáramos llamando a su puerta, por que su hija, la portera no paraba de llorar. Estuvimos toda la santa mañana asomadas a la ventana, ¡no paraban de salir y entrar gente al portal! ¿Qué cosa tan grave será que las visitas no paraban de llorar? Nosotras eramos tan pequeñas que nos dió por reir de todos los que salían sonándose la nariz... En un descuido de mi madre, nos escapamos Inma, José y yo. Nos escondimos, nos agachamos y a cuatro patas gateamos despacito, lentamente, sin hacer ruído, ¡era de lo más misterioso! La ventana de la señora portera estaba casi a ras de tierra, ya que vivián en el bajo. Nos arrastramos hasta ella. La persiana, medio echada, nos dejó ver al señor Manuel en una mesa, cuan largo era, más tieso que un garrote, vestido con su traje de chaqueta, con los ojos cerrados y la boca abierta. Su hija no paraba de llorar, y su cuñada le estaba anudando un pañuelo blanco en la cabeza, sujetándole las mandíbulas, y otro sobre la cara, ¡nos tronchamos de la risa! Las demás personas se acercaban a ella y la besaban, ¡todas vestidas de negro! De repente alguien se acercó a la ventana echando la persiana, ¡seguro que nos oyó! Salimos pitando de allí riendo y corriendo a la vez hasta que llegamos al foso...
Días o meses después, era muy pequeña, pero que muy pequeña, tanto que ya no sé si yo existía o no, por que cuando una es tan chica, en las cabezas se forman unos líos que ni te cuento, el caso es que en el comedor pusieron todas las sillas pegadas a la pared y bajaron las vecinas a sentarse. De repente llegaron más gente y con caras muy tristes, le dan un beso a a mi madre, ¿qué ocurre? ¿por qué llora tanto Mamá? ¿por qué llora de esa manera tan desesperada? La señora del segundo piso la abraza, y la del cuarto también, pero mi madre no para de llorar, ¡está chillando como una loca con la boca completamente abierta! Las manos las juntas y las separa. Sus dedos se entrelazan como si estuviera rezando una oración. Todas las vecinas han bajado a consolarla, pero no existe consuelo alguno ante tanto dolor. Dolor de sufrimiento. Dolor de dolores. El dolor más grande del mundo cuando se entera que su padre ha muerto. Los gritos le salen de muy adentro, ¡del alma! el grito recorre todo su cuerpo, empezando en las entrañas, allí donde nadie ha ido todavía, va clamando por toda su sangre y en el estómago se hace aún más grande, explotando en el pecho para crecer en la garganta, y tropezandao con la campanilla, se ha partido en dos, y como una cascada desgarrada salía llenando toda la casa de pura agonía.... ¿Qué te pasa mamá? ¿Qué ocurre aquí?  Yo no entendía nada, era demasiado pequeña y esto parece un juego horroroso, además mi padre nos está encerrando en la cocina y en la calle todas las niñas miran para arriba y algunos hombres que pasaban decían: Algo pasa en casa de Afriquita para que ella hoy no cante... ¡Papá, papaíto! ¡Padre mío, que te has ido y no he podido besarte... ahora comprendo el llanto de mi madre. Ya sé qué camino recorrió aquél grito, ¡maldito destino, la muerte es tu sino...

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