domingo, 4 de noviembre de 2012

EL BARRIO DEL PRÍNCIPE.-

El Príncipe está en Hadú, subiendo la cuesta del Morro, y allí se aglomera toda la población musulmana. Es un barrio perférico y marginal, y cuando era muy pequeñita, allá por los años cincuenta y cinco, más o menos, estaba llenito de chabolas pintadas de azul. En el aire emanaba un penetrante olor a té moruno que es con hierbabuena. Unas cortinas de llamativos colores hacían de puerta, donde las mujeres despiojaban a sus hijos, que descalzos y con el culito al aire correteaban cuesta arriba y cuesta abajo. Al lado, los hombres vendían unas tortas grandotas, donde las moscas revoloteaban por lo alto. La mayoría de los moros se dedicaban al cambio, y venían andando desde arriba con sacos grandísimos cargándolos sobre sus espaldas llenos de cacharros, sartenes, platos, vasos, y un sin fín de artilugios caseros relativo al menaje de la cocina. Desde bien lejos se oían gritar: "Cambiuuus, yevu cambiuuus" Cuando pasaban por nuestro barrio, las vecinas se asomaban a los balcones llamándolos, y mi madre como siempre, la primerita, además es que vivíamos en el primer piso, así que el hombre, antes de seguir hacia arriba, se tiraba buena parte de la mañana de cambalache regateando con ella, que no paraba de mandarme al baúl para que le trajera la ropa que ya no le servía a mi padre, la cual, después de remirar y probársela el moro, cambiaba por alguna que otra fuente de cristal. ¡Cómo me gustaba verlos! Hasta que no estaban conformes los dos con el trueque, no se acababa, y las vecinas de arriba, cansadas de esperar, bajaban al rellano de mi puerta y se armaba tal jaleo entre unas y otras, que al final el pobre hombre se iba agotado de tanto tira y afloja. Otros se dedicaban al comercio de la carne en la plaza del mercado, incluso llevaban gallinas, pavos y gallos vivitos y coleando, incluso, traían cajas de cartón donde había más de mil pollitos haciendo pío, pío, sobre todo en la de Hadú que es muy grande y al aire libre, donde las mujeres musulmanas, sentadas en la tierra, exponían la mercancía en cestas de mimbre, todas llenas de hierbabuena, laurel, perejil y huevos. A veces las veíamos caminar por la calle cargadas como carretas, de tantas cosas que llevaban en las manos, sin olvidarnos nunca del bebé, que recogido en un pañolón en la espalda, se lo ataban a la cintura dejando ver la cabecita echada a un lado, dormidito en un plácido sueño. También vendían huevos de casa en casa: "¡Huevuuus, huevuuus frescuuus...!" Mi madre llamaba a mi hermana mayor para que preparara una olla llenita de agua, donde iban a parar la docena de huevo, y el que flotaba, es que estaba podrido. ¡Qué lista era mi madre! Pero la mora miraba el huevo a través de su mano cerrada y le decía que estaba bueno, ¡me cachis en la mar! ¡qué cosas tan raras hacían los mayores! Y yo, las escribo con todo mi cariño, pues aquellos recuerdos que tengo de mi niñez, ya no existen. Actualmente, Ceuta ha cambiado tanto, lo mismo que los musulmanes, tan modernos, sobre todo los adolescentes. La mayoría de las chicas jóvenes van vestidas a la española, tan sólo conservan el velo en la cabeza, y ya no se ven a ninguno gritar por la calle, pues casi todos conducen los taxis, y cuando atracan los Ferrys en el muelle, una cola de Mercedes esperan su turno para recoger a los múltiples turistas que en bandadas llegan a Ceuta para conocer tan bella ciudad.

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