domingo, 9 de diciembre de 2012

LOS JARDINES DE MI INFANCIA.-

En Ceuta había tres jardines importantes: El Primero, El Segundo y El Tercero...
El Jardín Primero estaba cerca de donde vivíamos, sólo teníamos que cruzar la carretera de La Puerta del Campo. Mi madre nos llevaba algunas tardes, y una vez que estaba paseando, un soldado le dijo un piropo y vi una sonrisa coqueta pintada en su rostro como diciendo, todavía soy bella...
En las noches veraniegas, mi hermana Trini y su amiga Pilar, nos llevaba a Lola y a mí...
Era un jardín alargado, rectangular con unos bancos de piedra que se podía sentar por delante y por detrás. Mientras Lola y yo jugábamos en la tierra, mi hermana y su amiga se entretenían en observar a una pareja que seguro que se besaban en la oscuridad, por que cuando había luna iluminada se veía la silueta de dos bocas pegadas, y éstas envidian tendrían por que verdes las ponían...
Éste hermoso jardín estaba rodeado de unas frondosas matas ásperas al tacto, perfectamente podadas. Parecía una pared, tan sólo recortadas en las entradas para acceder. Lo cuidaba un guarda muy gordo que vigilaba continuamente, y al que veía arrancar las flores, lo perseguía sin cesar con el bastón en la mano, y un perrillo que siempre caminaba junto a él. A veces se paraba ante mí mirándome de tal manera que me asustaba un poco... En el seto crecían unas florecillas de colores, que se desprendían a cualquier roce. En invierno los caracoles se adherían a las ramas, y cuando llovía, Lola y yo nos entreteníamos en buscarlos a cuatro patas entre ellas para echarlos en una lata...
En un extremo del jardín había una rotonda mirando hacia El Morro, con el suelo enlosado y una mesa de mármol en el centro que descansaba sobre una columna. Estaba tapiado por una muralla con un asiento pegado a ella, sobresaliendo por detrás un pequeño jardincillo repechado, como si fuera una visera, cercado por un seto no muy alto, donde los claveles y las rosas crecían al amor del tiempo y en primavera, a escondidas del guarda, arrancábamos sin piedad...
Una mañana apareció un Cadillac rosa colgado en lo alto del muro, con las ruedas delanteras sobre la mesa rompiéndola por la mitad, y las de atrás en el aire. Las ventanillas estaban destrozadas con los cristales hechos añicos, llenando el suelo con miles de ellos repartidos por todas partes. El volante estaba completamente aplastado con manchas de sangre en los asientos. En la puerta delantera había huellas de manos y dedos. Los faros habían desparecido y una enorme abolladura en medio le dibujaba un mohín amargo, como si estuviera a punto de llorar, ¡pobre Cadillac! Con lo elegante que es, y ¡qué lástima da verlo empotrado en la pared...!
El Jardín Segundo está más abajo, casi donde termina el Primero. Lo separa una carretera ancha, donde pasan las camionetas que van hacia El Morro, Benzún y El Mixto. Entres estas direcciones, al fondo y en pendiente, había otra carretera donde se encontraba un solitario cuartel, justo en una vastísima curva...
Bajando unos escalones anchos aparece el jardín más bonito que yo conocí hasta entonces, de forma de abanico, con árboles grandes y altos que sombrean el camino ondulado a la izquierda, bancas de madera y camino de tierra. Unas cuantas parcelas llenas de lindas flores de mil colores, confundiéndose el rojo clavel con las rosas anaranjadas, y unas campanillas la mar de bonitas jugueteando con la calas blancas. Unas cuantas palmeras al lado. En el centro del jardín hay un estanque alargado, ribeteado con unos azulejos preciosos de colores llamativos. Unos sapos de barro grandísimos verdes y amarillos, brillantes, como si fueran de porcelana china, cada uno en un extemo, están con la boca hacia arriba dejando caer un chorro de agua, que llegaba hasta las hojas de nenúfares que flotaban alrededor del borde. La primera vez que nos llevó mi padre nos hicieron una foto, la primera de mi vida que yo recuerde y que guardaba en una billetera, y ahora está dentro de mi cabeza, por que alguien me la robó, y desde entonces la llevo grabada en el corazón... En un extremo del jardín hay otro estanque de forma exagonal, todo alicatado de azulejos celestes y blancos, con una palmera en el centro y unos cuantos peces que miraba como si fuera un acuario. Justo al lado había una muralla donde nos asomábamos para ver aquella vieja estación de tren, con los raíles oxidados y llenos de hierbajos resecos. Unos cuantos vagones del año la nana de madera casi podrida y una locomotora de hierro, ¡parecía un cementerio! Por mi cabeza pasaban mil cosas extrañas, pensando de qué manera habría llegado a Ceuta sin caerse al mar...
Los niños se descolgaban por la tapia y jugaban a las guerrillas con palos y tirachinas, escondiéndose dentro de los vagones y debajo de las ruedas, gritándose unos a otros, insultándose cuando los contricantes perdían, peleándose a puñetazo limpio y lanzando pedradas desde lejos que rebotaban en la carrocería, armando tal jaleo que parecía que luchaban de verdad. Las niñas se asomaban desde lo alto, ¡que brutos son! Tarde o temprano se descalabran, y pensaba para mí,¡menos mal que yo soy una niña...!
El Jardín Tercero está todavía más lejos y es inmenso. Ni redondo ni cuadrado, como si estuviera aprovechando todas las cuestas, llanuras y pedazos de tierra, hecho a lo basto, sin forma, por una parte estrecha y por otra como si tuviera un poco de pendiente, para terminar como le da la gana, con todas las flores plantadas en pequeñas huertas, rodeadas con hierbas recortadas haciendo dibujos. Rectángulos, círculos, incluso ondulados y hasta haciendo eses... En una parte del jardín hay árboles gordotes donde la sombra es la dueña del camino. Más adelante un conjunto de palmeras casi igualitas, altísimas. Había asientos de hierro desparramados por toda partes donde los enamorados se sentaban. Cuando volvíamos de misa de doce, mis hermanas mayores se paraban en la murallita que lo remataba como si fuera un encaje de bolillo... Y yo entre flores, fotos, sapos trenes y estanques me he perdido en éstos jardines tan bellos y hermosos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario