jueves, 20 de diciembre de 2012

EL ARROYUELO.- 1963-1966

Cuando a mi padre lo ascendieron a teniente, lo enviaron urgentemente a La Línea de la Concepción durante tres meses, por lo cual mi madre iba y venía en el Correo Virgen de África,casi todos los sábados para volver los domingos por la tarde, dejándonos al cuidado de mi hermana la mayor. Pasado el trimestre nos mudamos al Mixto, a unos pabellones de oficiales en el Convoy de la Victoria, y de una primera planta pasamos a la quinta. Yo tenía once años, y justo en ese otoño de 1963 asesinaron al presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy. Era la primera vez que oí ese nombre y durante mucho tiempo la gente no dejaba de comentar sobre él y toda su familia... Entonces las primeras antenas de los televisores empezaron a adornar las azoteas de toda Ceuta...
En las tardes de verano, corríamos por aquél descampado lleno de pedruscos y altibajos. Estaba plagado de hierbajos y terrenos resbaladizos con pendientes a los lados. Por un pequeño repecho bajábamos en cuclillas hasta el arroyo rodeado de unas rocas enormes, a ras del riachuelo, redondas y cobrizas, donde nos sentábamos con los pies descalzos metidos en el agua fresca y cristalina. A veces seguíamos el cauce sorteando los abstáculos a través de las piedras que sobresalían, hasta que el curso del agua se perdía entre cañaverales, divisándose tan sólo las ramas unidas en la cúspide como si fuera un puentecillo oscuro, muy oscuro... Una coral de ranas croaban a la par mientras que los niños se dedicaban a buscarlas siguiendo el caudal hasta otro punto de la ciudad, donde un centinela vigilaba desde su casetilla un solitario cuartel... La carretera apenas transitable, se retorcía cuesta arriba, guarecida entre árboles altos y frondosos a cada lado. Los chiquillos atajaban por una pequeña pendiente donde el follaje, siempre verde, se fundía con mil sonidos diferentes de pájaros, ranas y sapos chapoteando. Un millón de insectos bailoteando todos a tropel en alguna charca que la corriente del agua dejara entancada entre pedruscos, mientras lagartos y saltamontes juegan al escondite, cuando oyen el leve murmullo del arroyuelo fluyendo por las rocas, perdiéndose el cauce cada vez más pequeño entre los cañaverales allá a lo lejos...
Las niñas nos quedábamos continuamente con la oreja puesta mirando recelosas por todos lados por si algún sapo curioso se acercaba un poco. Un alor extraño envolvía el aire, tan fuerte que no sabría definir, trayéndome a la memoria aquél arroyuelo de aguas transparentes y nítidas que se llevó a la niña cuando se hizo mujer...

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