martes, 11 de diciembre de 2012

EL PIANO.-

Mi madre nos contaba que quería ser artista, cantar en los teatros y viajar por el mundo entero. Soñaba con el extranjero y ser de las películas la primera protagonista, ¡se quedó en pianista!
Los soldados del cuartel de mi padre trajeron un piano enorme y no sabéis la de jeroglífico que tuvieron que hacer para subirlo por las escaleras. Yo miraba a mi madre que con los ojos desorbitados y las manos entrelazadas, como si estuviera rezando una plegaria, no paba de decir: "¡Cuidado por Dios! ¡Ay mi piano! ¡Tened cuidadito! ¡Que no se arañe por favor!" Mientras los pobres reclutas sudando la gota gorda y las caras desencajadas hacían mil piruetas. Al fin llegaron al rellano de las escaleras, justo en la puerta de mi casa y... ¡arriba, abajo, de lado y al comedor! Colorados como tomates, saludando se fueron pitando...
Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si... Hacía mi madre como si estuviera espantando moscas. Una vez que la estaba observando tocando el piano, me enseñó un papel donde había pintado a una señora retorcida con un poco de barriga y me la presentó como la Clave de Sol. Después a sus hijas, una se llamaba Blanca y otra Negra, que tenían unas primas muy feas que le decían Corchea y Semi Corchea, y unas tías muy ilusas a la que nombraban Fusa y Semifusa, ¡yo qué sé! Y en una ocasión que el piano se desafinó, mi madre llamó a un señor que decía que había aprendido a tocar el piano de oído y cuando éste lo abrió por detrás, ¿sabéis lo que apareció? Una cucaracha boca arriba, con las patas tiesas y amarronadas, tirando un poco a colorada, además que estaba gorda, ¿a quién se le ocurre meterse en un piano, tonta?
Era un piano de caoba, de color marrón, achocolatado, con dos candelabros en lo alto como si fueran dos centinelas guardando la fortaleza, y que cuando no me veía nadie, abría la boca del piano, que enseñándome los dientes blancos y las muelas negras, aporreaba sin piedad, con tal ligereza, igual que había visto a mi madre hacer, pero de allí no salía esa música, que con letras no puedo describir, pero que cuando ella dejaba caer sus manos sobre el teclado, ¡música celestial sonaba! Mi madre solía sentarse al atardecer y sus dedos veloces dejaban en libertad los sonidos que llenaban la casa de alegría...
Madre mía, ¡pinta en el cielo un gran pentagrama escrito con las notas negras y blancas que me enseñaste en la infancia! Dile al viento que las empuje hasta las playas de Ceuta esparciéndolas en aréolas libres, que aunque el rayo las fulmine, las olas en su resaca me las traiga, dejando a su paso un rastro de espuma blanca...
¡Pinta en el cielo un gran pentagrama escrito con las letras que salen de mi alma! Dile al viento que las empuje formando en Ceuta las nubes, que todos los ceutíes sepan que aquí hay una caballa escribiendo en la distancia, que aunque el rayo las fulmine, la tormenta descargará con fuerza una lluvia de risas y lágrimas...
Madre mía, me gustaría pintar en el cielo un gran pentagrama, tapizado con las notas negras y blancas de mi infancia. Gritaré al viento que sople con fuerza para que caiga el rayo en la marea de Ceuta y desde el Hacho se vea una estela dorada serpenteando con las letras de mi alma...

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