sábado, 20 de abril de 2013

A TRAVÉS DE TI.- TARDES DE COSTURA.- Capítulo Segundo.- Primera Parte




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Al principio me aburrían las clases muchísimo, pero poco a poco empezó a gustarme tanto, que esperaba que llegaran las tardes de costura con auténtica ansiedad. Ya había cumplido los quince años y cada vez estaba más guapa. Seguía estando muy solicitadas por los hijos de los oficiales, y como ya dije, mis padres estaban encantados. Mi madre, la pobre, aunque no podía mucho, siempre ahorraba unas pesetas para comprarme telas en el Zoco, donde la mayoría de los comerciantes eran musulmanes, y vendían unas telas preciosas y más baratas que las tiendas del centro. Más tarde, por mediación de un amigo de mi padre, me llevó a una tienda de tejidos donde el dueño era sastre, y su especialidad era la de hacer trajes para militares, y entre él y su hermana pusieron la tienda que por entonces vendían una barbaridad, y siempre había gente comprando. Mi padre y él hicieron buenas migas, y como mi madre no se cortaba ni un pelo, le dijo que si le podía fiar, y a lo tonto, a lo tonto, ya tenía costura para rato, incluso les hice a mis hermanas pequeñas un par de faldas. Me confeccioné unos vestidos preciosos que copiaba de un figurín, una revista que entonces la tenía todos las modistas de mi tierra. Mi madre estaba encantada. Ella siempre estuvo convencida de que una jovencita tenía que ir bien arreglada para hacer una buena boda. ¡Pobrecita, qué ilusión tenía por mí!
Yo seguía aprendiendo a coser en la academia de Corte y Confección, y, como dije antes, no es que fuera una academia en toda regla, no, si no que una vecina del mismo bloque sabía muy bien coser y cortar, y no sé si tenía el título o no, el caso es que sus padres le compraron una máquina Alfa, y allá que fuimos todas las mocitas a coser pasando las tardes entre agujas y dedales, con las tijeras siempre a mano. Otra cosa que aprendí, fue a bordar a máquina y en bastidor y le hice a mi madre un mantel para doce cubiertos con ¡doce interminables servilletas! Me tiré más de dos años en acabarlas, siguiéndoles después unos preciosos velos de tul negro, que mis dos hermanas menores se colocaban sobre la cabeza para oír misa, ¡qué contentas iban las dos! A mi madre le bordé uno que caía sobre sus hombros, y ella sujetaba con un alfiler que tenía una perla en forma de lágrima… ¡Con qué orgullo entraba a la iglesia…!
En aquella época todas las señoritas finas y educadas tenían que saber coser y bordar, hasta zurcir calcetines con un huevo de madera dentro, ¡qué horror! En casa practicaba con uno de verdad, y a veces lo cascaba, llenándome los dedos de clara y yema.
Mis tardes de costura eran muy rutinarias, apenas prestaba oído a las conversaciones de las demás chicas aunque a veces nos reíamos mucho cuando doña Teresa, la madre de la señorita Mercedes se sentaba a contar historias pasadas…
…¡Risas y más risas!
…Y una tuna muy tunanta empezó a caminar por ahí. Era la querida del excelentísimo señor don…
…Tenía muy buena educación, gente muy fina de alta alcurnia, todo recto y buen cristiano, si señora, no se vaya a pensar que estamos hablando de cualquiera, no, no se equivoque. Su esposa, una santa, que oía misa todos los domingos, callada y muy piadosa, llevando su pena con resignación, ¡Dios la tenga en su gloria!
Mientras la escuchaba, no paraba de preguntarme del porqué sería tan tonta esa mujer, y pensaba que si fuera yo lo habría puesto de patitas en la calle…
…Éste señor tan fino y educado tenía una querida y casi todo el mundo lo sabía. Era una rubia platino con un tipazo y unas piernas de escándalo. La gente decía que era teñido su pelo y que movía las caderas con un movimiento de lo más provocativo. Llevaba la ropa ceñida y se le señalaba todo, todo…
Cuando doña Teresa repetía todo, todo, abría mucho los ojos y bajaba la voz para que no se enteraran no sé quién porque allí estábamos más callada que en misa con las orejas puestas, sin rechistar, vamos. Nosotras nos mirábamos con las manos tapándonos la sonrisa, y una que estaba al final comentó: ¡menuda fulanota!
Doña Teresa seguía con su cháchara dale que te pego…
…Además, la gente murmuraba que se ponía el sostén que le hacía el pecho de punta, punta para llamar la atención, y unos zapatos de tacón fino, fino y alto, alto, y pím, póm, pím, póm… Moviendo el culo para un lado y para otro de una manera descarada… Yo la conocía y tengo que reconocer que era la mujer más guapa de la ciudad, y cuando salía, los hombres volvían la mirada hasta que se perdía al final de la calle…
…Además cuando paseaba por la plaza, daba vueltas y más vueltas para que la viera su querido que iba del brazo de su esposa, y cuando se cruzaban se hacían guiños y un montón de besos se enviaban con disimulo…
Desde luego que las cosas que se comentaba en el cuarto de costura…
…¡Si hasta le hizo un crío! Y una tarde se presentó en su casa, ¡qué vergüenza! Con toda la barrigota, ¡preñada perdida! Y el muy asqueroso la puso de criada, ¡en su propia casa!
¡Pobre señora Asunción! Lo que tuvo que sufrir. Estuvo sirviendo toda la vida, y la esposa murió de pena, sin lágrimas en los ojos, sequita, sequita…
Cuando llegaba aquí, se iba a la cocina para tomarse una tacita de café, mientras  seguíamos comentando: ¡Es una lagartona de cuidado! ¡Una pelandusca! ¡Pilingui!
¡Qué risa y qué divertida era doña Teresa! Siempre contando chismes de otras épocas.
Se me pasaban las horas volando. Aprendí a cortar y a bordar tan bien, que después al cabo de los años me vino de perla, ya que me hacía todos los vestidos y faldas, incluso hasta me atreví con blusas y con un traje de chaqueta, ¡ahorraba una barbaridad de dinero! A mi madre le hice un vestido de fiesta de fin de año que le quedaba precioso, ¡con qué orgullo se miraba en el espejo! Cuando las vecinas la vieron llegar al casino militar, se quedaron boquiabiertas. Mi padre, como siempre, embelesado perdido, pues aunque estaba un poco gordita, a causa de los embarazos tan seguidos, se lo corté de manera que le disimulaba todas sus redondeces.

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