lunes, 22 de abril de 2013

A TRAVÉS DE TI.- JULIA - Capítulo Tercero.- primera parte.-



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Julia llegó a mi vida cuando más necesitaba de una amiga de verdad. Más que amigas, éramos confidentes, por eso fuimos inseparables. Cuando ella no podía venir a mi casa iba yo a la suya. Me enseñó todos los trucos que una señorita tendría que saber para pescar un buen marido. En mi época, lo más importante para una mujer, era casarse y bien. Las horas se nos pasaban volando pintándonos las uñas de las manos y de los pies. También me enseñó a cardarme el pelo para sacar más partido a mi melena, ya que lo tenía precioso y tan negro como el azabache. Ella siempre lo llevaba recogido en un moño hacia arriba y algo despeluchado que la hacía de lo más elegante, ¡parecía una artista de cine! Pero sobre todo y muy importante como solía decir, me enseñó a caminar con elegancia. Cada tarde me colocaba un par de libros bien gordos en lo alto de la cabeza y me hacía andar a lo largo de su pasillo, derecha como una vela, sin que se me cayera. Continuamente repetía que a los hombres les atraía mucho que una mujer caminara con garbo y se contoneara sinuosamente, ¡qué risa pasábamos las dos! Me encantaba mi amiga Julia, ¡cómo me hablaba! Con qué picardía decía las cosas. Sobre todo, cuando hablaba de sexo, pues yo entonces era muy vergonzosa, y ni siquiera me atrevía a nombrar esa palabra, y casi siempre bajaba la vista sonrojándome. Entonces ella se reía, diciéndome que el sexo era una cosa de lo más natural del mundo, y que estaba loquita por llegar hasta el final con un chico por que hasta ese momento tan sólo se había dejado tocar el pecho. Llegado a este punto, me ponía más colorada que un tomate, era demasiado recatada y tímida. Después ponía el tocadiscos y se liaba a bailar y a cantar, arrastrándome a que hiciera lo mismo. Una de esas tardes que estábamos solas las dos, nos tomamos unas copitas de anís, luego otra de coñac y cogimos una borrachera tan grande que nos dio por reírnos a carcajadas. Luego me ofreció un cigarrillo que le había cogido a su padre y me enseñó a fumar. Empecé a toser convulsivamente y casi me ahogo. Después seguí fumando a escondidas de mi padre, y nunca, nunca lo hice delante de él, aunque ya era bien mayorcita, e independiente. Cuando me di cuenta de la hora, estaba que no podía ni andar. Julia me echó agua sobre la cara para que se me pasara el mareo, y me dijo que me esperara un poco hasta que se me pasara. Yo estaba muy asustada por que mi padre era muy estricto con la hora. Cuando llegué a casa, mi padre me estaba esperando tras la puerta, y me dio tal bofetón que estuve toda la noche llorando. Al otro día me levanté con un dolor de cabeza, que jamás olvidaré. Estuve encerrada una semana sin poder salir, hasta que me levantaron el castigo. De todas maneras, aquellos ratos junto a mi amiga Julia, fueron los más felices de mi vida, los más alegres y los más locos, y qué lástima que sólo duraran tres años, por que cuando ascendieron a su padre, otra vez se fueron a vivir a su Barcelona natal. Me quedé más sola que la una y triste, muy triste...
Julia era guapa, dulce, amable y simpática. Julia era alegre y risueña y además tenía un desparpajo hablando que dejaba a todos los chicos boquiabiertos, y con ese acento tan finolis, más todavía. Julia se teñía el pelo cuando le daba la gana y de los colores más provocativos. Lo mismo lo llevaba rubio, que pelirrojo, pero el que mejor le sentaba, era el color caoba. Julia se echaba polvos de Madera de Oriente en la cara, colorete en los pómulos y se pintaba los labios con un carmín rojo precioso, pero lo que más le gustaba era pintarse los ojos con lápiz azul muy fuerte y echarse rimel en las pestañas que las tenía largas y rizadas. También que no me faltara nunca Abéñula por que según ella, daba una mirada luminosa y brillante, y para que crecieran más las pestañas. ¡Qué lista!
Julia era tan alta como yo y delgada, con unas piernas de escándalo. Siempre vestía a la última moda, con faldas de tubo estrecha, pantalones ceñidos, vestidos escotados o con tirantes, además usaba cinturones que le hacía un figura preciosa, ¡mi hermano el mayor estaba loquito por ella! Muchas veces me decía que le hubiera gustado cogerle la cintura con las dos manos.
A Julia, sus padres le daban libertad para todo. Eran muy modernos y no le prohibían casi nada, incluso ponerse tacones de aguja. Lo único que Julia hacía a escondidas, era fumar.
Sólo lo sabían sus dos hermanos, Jaime y Luis.

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