martes, 30 de abril de 2013

A TRAVÉS DE TI.- CORAZÓN ROTO.- Capítulo Séptimo.- Primera parte.-




                                                                             -  1  -




Me morí, me morí, me morí… Me sentía muy desgraciada, la más desgraciada del mundo en ese momento de mi vida. Me abandonó por ella, por su antigua novia, y yo que me había hecho tantas ilusiones, ¡qué ilusa fui! No me lo podía creer. Me destrozó el corazón rompiéndolo en mil pedazos, y sin comprender nada me lié a llorar como una tonta. No sabía hacer otra cosa que llorar. Me dolía tanto el alma, sentía tanta amargura que el llanto era mi mejor consuelo, mi desahogo, y fue tan grande mi desconsuelo, que no podía ni salir a la calle. No quería que nadie me viera llorar. Me daba mucha vergüenza, y menos demostrar tanta pena a mis padres. Tampoco a las vecinas por que pensaba que se vanagloriaban al verme tan triste y aunque procuraba siempre aparentar una alegría desmedida, llevaba el dolor escrito en la frente. Para mí, era un auténtico calvario y una proeza cada vez que estaba con alguien, que me sentaba a la mesa a comer o cuando me acostaba. Tener que aguantar tantísimas ganas de llorar, reprimir un simple suspiro, un gemido. Creo que fue el peor año de mi vida, encerrada en casa y derramando lágrimas en la almohada. Me sentía la persona más desgraciada del mundo. Nada tenía sentido para mí. No le encontraba explicación, cómo podía olvidar aquellos besos de amor, esos que nos dábamos con tanta pasión. Me parecía imposible y una frivolidad. No entraba en mi cabeza. Yo que lo amaba tanto y aún estaban frescos sus abrazos. Podía sentir sus manos en mis hombros y sus labios en mi cuello y además todas esas palabras tan bonitas... hasta su respiración junto a mis oídos. ¿Cómo se puede olvidar tan pronto? ¿Acaso yo era tonta y estúpida en aquellos momentos? ¿Qué pasa con los sentimientos? ¡Jaime, vida mía! ¿Por qué has hecho esto conmigo? ¡Cuántas preguntas sin respuesta! ¿Por qué me ha ocurrido a mí esto? ¿Por qué me has engañado si yo no te he hecho nada? Si yo te quería tanto... ¿por qué, por qué, por qué…? ¡Maldita carta! ¡Carta asquerosa! ¡Mentira, todo es mentira! ¡te odio! ¡te odio! te odio...!
Tenía tan roto el corazón, que no quería saber nada de nadie. Había perdido el apetito. Sólo quería morirme. Adelgacé tanto que mis padres me llevaron al médico. Tenía anemia, y me enviaron a casa de unos primos lejanos de mi padre que vivían en un aldea pequeñísima, con cuatro calles, unas cuantas casas y una plaza. Enfrente la iglesia se alzaba rodeada de unos bancos donde la mayoría que se sentaban, eran ancianos. Una callejuela estrecha y muy larga se perdía entre un par de huertas y algunas montañas que se divisaban a lo lejos, y en medio de ellas un gran río, se retorcía entre montes y cañaverales, ensanchándose por partes y achicándose por caminos pedregosos y llenitos de árboles.
Tenía el primo de mi padre una tienda de ultramarinos, justo debajo de su casa, y arriba, en el desván un melonar, donde todos los días me comía casi uno melón entero de lo rico y bueno que estaba. Eran unos melones muy pequeñitos, pero volví a mi casa con unos kilos de más.
La hija del primo lejano de mi padre tenía una pandilla de jóvenes más o menos de mi edad, que la única diversión que tenían era el baile de los domingos y los baños en el río. Todas las mañanas venían a buscarnos y nos bañábamos en un sitio estratégico, donde no había peligro, ya que el río es muy traicionero y sólo el que lo conoce bien sabe por dónde hay que meterse. Nos sentábamos en una roca, de la cual, haciendo alarde de mi estilo nadando, me tiraba de cabeza dejándolos a todos con la boca abierta, cosa que me encantaba. Era algo momentáneo. Cuando atardecía, ya estaba deseando volver a casa, y sobre todo a mi tierra, pues esa aldea era de lo más aburrida que yo había conocido hasta entonces, además hacía un calor horroroso. Asfixiante. Acostumbrada como estaba al aire fresco de Ceuta, el cambio fue radical, aparte de que era el mes de agosto. Pensaba que poniendo tierra y mar por medio me olvidaría de Jaime. Por eso accedí a los deseos de mis padres, además me atraía mucho la idea de atravesar el Estrecho de Gibraltar, ya que nunca había viajado ni en barco ni en tren. Me equivoqué. Más ganas tenía de volver.

No hay comentarios:

Publicar un comentario