jueves, 18 de abril de 2013

A TRAVÉS DE TI - ¡HOLA! - Cuarta Parte -



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En aquella época, todas las chicas de trece y catorce años, en verano sobre todo, aprendían a coser o peinar. Era lo más económico y estaba al alcance de casi todos los bolsillos. Precisamente, mi amiga Gertrudis era tan buena con el peine, que casi todos los sábados, nos peinaba y cuando las madres se enteraron, iban también, sobre todo si tenían algún acontecimiento que celebrar. Hasta les daban propina que ella aceptaba. Finalmente se sacó el título, y cuando se casó, montó una peluquería en el centro, donde iba la mayoría de las señoras de los oficiales. Las que queríamos coser, nos apuntamos a Corte y Confección. Era lo que más se estilaba, no como ahora que casi ninguna sabe dar una puntada, y no es que me parezca mal, si no que eran otros tiempos. Ya ve si era diferente todo que hasta en el instituto, cuando tenía diez años, una de las asignaturas era la de labores precisamente, los viernes de tres a cuatro. Una hora enterita que me tiraba enhebrando la aguja que empujaba con el dedal, y en una tela de medio metro cosía todo. Que si el dobladillo, el pespunte, la vainica, punto de cruz, hilvanar, puntada y atrás. Bueno, bueno, era una verdadera clase de labores que me encantaba sobre todo, por que no parábamos de charlar y de reír. Después pasaba a bordar en un bastidor con madejas de hilos de colores. Así aprendí a hacer unos mantelitos preciosos con dos servilletas. Un Tú y Yo. A mi madre le gustó tanto, que después de lavarlo y plancharlo, me hizo subir piso por piso y puerta por puerta para que lo vieran todas las vecinas, que por cierto, en el quinto piso vivía doña Teresa, una mujer bajita y muy graciosa, que tenía una hija que estaba aprendiendo corte y confección, y mira por donde, cuando acabó, su padre le compró una máquina de coser Alfa, la plantó en medio de lo que antes era un comedor, y se puso a dar clases de costura. Mercedes, que así se llamaba la hija de doña Teresa era mi profesora de corte, una solterona empedernida, que tan sólo había tenido un novio en la vida, y decían las malas lenguas, que éste la dejó plantada en el mismísimo altar. También decían que había intentado quitarse la vida, y después de pasar por varios manicomios, regresó a su casa calva de los tirones de pelos que ella misma se daba. Que a veces se la oía gritar, y que le daban unos mareos tan grandes que se caía al suelo y se liaba a patalear como una fiera. No sé si algo de esto sería verdad, pero francamente, lo único que sabíamos todas, es que tenía treinta años, que era muy nerviosa y que cuando se enfadaba con las chicas por no atender les chillaba como una energúmena, pero nada más. Más tarde, con el tiempo me dí cuenta que la pobre era epiléptica y que le habían salido unos pequeños bultitos en la cabeza, y por eso el novio la dejó plantada. Lo más seguro es que sólo fueran malos entendidos, pues ya se sabe que cuando uno cuenta un chisme, el que lo difunde lo multiplica hasta que las verdades y las mentiras se mezclan de tal manera, que la realidad se desvirtúa. Más o menos como este sitio que es tan extravagantemente espectacular, que los espíritus errantes se desmadran totalmente, ya que muchas veces se creen que están en el Circo del Sol viendo saltar a los acróbatas voladores, y otros piensan que están comprando en las Galerías La Fayette de París. Y es que hay un desconcierto tan grande, que hasta yo misma me las veo y las deseo para poder discernir, y cuando consigo visualizar bien, trato de explicarles que no alboroten tanto, y que se tranquilicen. Que no tengan ningún temor. Y ya para rematar, les digo que lo único que pasa es que ahora están en el otro barrio, y tarde o temprano tendrán que adaptarse. Lo mismo que en la vida se prepara uno para trabajar, ganar dinero y vivir cómodamente, ¿por qué a nadie se le ha ocurrido preparar a la gente a morir mejor?  Bueno, eso lo digo por que me siento todavía con fuerzas para seguir aquí, por que algunos llegan que no hay ni por donde cogerlos. Lo peor es cuando llaman a los familiares para identificarlos, que los pobres no paran de gritar que sí, que son ellos, y la madre o el padre diciendo al mismo tiempo que no lo puede reconocer con seguridad… Igual que me ocurre a mí que me desdoblo en este vagar errático y mi aliento se dispara meciéndose en un vaivén tridimensional…
El caso es que la señorita Mercedes se quedó para vestir santos, y por eso aprendió corte y confección. Su padre le compró una máquina de coser, y así fue como acudimos todas las chicas del vecindario. Mi madre me apuntó la primerita, luego llegaron dos más hasta que finalmente ya no se cabía. Y es que entonces no se estilaba tanto eso de alquilar un local como ahora, no. La gente cuando se sacaba el título de algo, como por ejemplo, maestra, más de una colocaba unas cuantas sillas en su propia casa, y allí que íbamos todas las niñas del vecindario. Por supuesto que había colegios, pero casi siempre era en la misma vivienda familiar, donde padres e hijos eran los propios maestros. Precisamente yo empecé en casa de mi vecina y luego seguí en un colegio que estaba atravesando un campo llenito de animales pastando de un lugar a otro. Después fueron mis dos hermanas pequeñas, y yo con tan sólo once años, tenía que llevarlas y traerlas, por que las dos estaban atemorizadas a causa de las vacas, las cabras y los burros que ni siquiera las miraban, pero las pobres se empeñaban que estaban esperando que pasaran para arremeter contra ellas. Menos mal que luego hicieron la preparatoria en el instituto y pudieron ir solas. Estaba al lado, además Lola tenía nueve años, y tú ocho, aunque yo seguí con la misma tarea de llevar y traer a los otros más pequeños, Cecilia de seis y Jesús de cinco, mientras mi madre se quedaba con Engracia de tres y Nieves de dos, y cuando ésta última cumplió los cuatro, llegó Pablito, un rubio de rizos dorados y ojos azules, que durante mucho tiempo fue el niño más mimado de mi madre, y para nosotras, un juguete, por el cual siempre estábamos peleando. El caso es que me he dedicado tanto a mis hermanos, que me olvidé de mí, por eso apenas pude estudiar, y cuando quise hacerlo ya se me fue la edad. Lo mismo que a casi todas las mujeres de mi generación y época, allá donde había muchos hermanos, la mayor era la que tenía que cargar con casi todo el peso familiar. Entonces eran muy numerosas, no como ahora, que es imposible dar educación a más de dos. Y es que la vida ha cambiado tanto… Por eso, como por la tarde estaba más libre, el tiempo que tenía fue para aprender corte y confección a máquina y en bastidor…                

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